Un ajedrez arriesgado para cumplirle el sueño a Javier Milei
Un encuentro reservado con Caputo ante la ansiedad del sector privado, que sufre las incomodidades del plan; el mercado cree y el Presidente ya tiene su faro
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El encuentro entre Luis Caputo y unos 80 empresarios fue hace algunas semanas. No hubo medios, ni fotos ni un comunicado. Fue cerrado. Se hizo en el Hotel Sheraton y duró poco más de una hora. Estuvieron parte del comité ejecutivo y sponsors de IDEA.
“No hay apuro; no hay fecha”, repitió el ministro de Economía cuando lo consultaron por la salida del cepo. Negó otra vez el atraso cambiario –en otras palabras, que haya una devaluación en gateras para después de la liquidación de la cosecha gruesa– y pronosticó un segundo semestre con una economía más estable y una mejora de la actividad. Como en cada presentación pública, ratificó que su objetivo es doblegar a la inflación haciendo foco en su causa primordial: el déficit fiscal.
Hubo, sí, dos novedades para los empresarios. La primera es que Caputo repite prácticamente lo mismo en público y en privado. El ministro está obsesionado con anunciar un horizonte, anticipar los resultados, repetir un solo mensaje y cumplir lo que dijo que había que hacer. El “delivery”. En definitiva, es ganar credibilidad: “Escuchen lo que digo, porque es lo que hago”.
La segunda es que comenzó a generar otra reacción entre quienes, dubitativos, lo medían hace un par de meses. “Yo ya le creo; no le juego más en contra”, afirmó el CEO de una empresa de alimentos que lo escuchó en el Sheraton y que recuerda que el ministro ratificó, como lo hizo ya en varias oportunidades, la regla del crawling peg (microdevaluaciones diarias) al 2% mensual del Banco Central (BCRA). “Los precios están bajando fuerte”, agregó sobre la trayectoria descendente de la inflación.
La empresa de datos económicos Alphacast, que dirige Luciano Cohan, estima que la inflación núcleo –que no incluye precios regulados ni estacionales- ya corre en torno al 3% mensual. La primera semana de mayo, según FIEL, registró la inflación núcleo más baja (1,8%) para un inicio de mes desde comienzos de 2023. Las carnes, que son lo que más pesa en el IPC del Indec, cayeron 0,8% en esa primera semana, según LCG.
Para garantizar esa tendencia, el Gobierno postergó subas de tarifas y un aumento del impuesto a los combustibles. A eso se suma que el recálculo de las cuotas –hacia abajo- de las prepagas comenzará a impactar en el dato oficial de mayo. “Todo indica que este mes vamos a estar en un dígito cómodos”, contó un economista que sigue de cerca los precios.
En Economía confían en que junio seguirá el camino descendente a pesar de las dudas entre algunos especialistas de que la inflación puede encontrar resistencias por la inercia y los aumentos de precios regulados (como las tarifas). El mundo financiero, por ahora, confía en Caputo: las expectativas de inflación implícitas en el mercado de bonos –entre Lecap marzo 2025 y bonos CER junio 2025- ya tienen precios a un ritmo de inflación “breakeven” en torno al 3,5% a partir del mes próximo.
La opinión pública, en principio, renueva su voto de confianza en las encuestas que se publican. La última de D’Alessio Berensztein sigue manifestando que la principal preocupación de los argentinos es la inflación. Pero entre diciembre y abril ese indicador cayó 22%.
Sin embargo, a medida que avanza el plan de transición de Javier Milei, el mercado sigue esperando definiciones que no llegan. Si el dólar vale $1000, ¿por qué no levantar el cepo cambiario hoy? ¿Cómo competirán con el mundo las empresas argentinas con los altos costos actuales y elevados impuestos intocables ante la prioritaria necesidad del equilibrio fiscal? ¿Es justo abrir importaciones y rebajar aranceles para bajar precios sin trabajar el alto costo argentino desde el Estado? ¿Cuáles son las reformas estructurales para dejar de depender de un tipo de cambio alto y salarios bajos? ¿Cuán soportable es el ajuste en el mundo del trabajo?
El futuro del cepo
En el equipo económico son conservadores. Asusta la historia reciente. Para que el día después de la salida del cepo no haya problemas, se requiere –dicen- que la dinámica del mercado de cambios funcione ordenadamente. Y hoy existe aún un desbalance de stocks, aducen. De paso, el cepo mantiene encendida la licuadora y orienta la migración de deuda del Banco Central al Tesoro.
“[Salir del cepo] requiere que no haya incentivos muy dispares entre los agentes que van a participar. Si hay demanda por dólares a $800 y yo estoy dispuesto a pagarlo $1500, cuando nos abren la gatera me ves disparar y de golpe sos comprador también a $1300″, ejemplifican. Por eso, el trabajo lento es “limpiar” -como se vio el jueves- a algunos de los que tienen demanda a $1350. Son los que salen con el Bopreal para girar dividendos. “Los que hablan de que ya se puede salir del cepo miran su propia demanda y no la de los demás”, agregaron.
Una apertura a destiempo, creen, puede desacomodar temporariamente el tipo de cambio, lo que tiene un costo alto. “Abrís y ellos te llevan el tipo de cambio a $2000. Después se acomoda a $1000; pero esa ida y venida te desancló expectativas y disparó inflación”, dicen. Son dudas para un Banco Central que, a pesar de que ya sumó más de US$16.000 millones, todavía no tiene las reservas que requiere para alzar una voz firme en el mercado de cambios sin cepo.
En Economía saben de la apreciación real del peso. Es consecuencia, dicen, de los fundamentos macro del programa: superávit fiscal y no financiamiento del BCRA al Tesoro. Critican que siempre se usara el tipo de cambio para justificar la falta de competitividad de las exportaciones, cuando esa posibilidad de competir debiera generarse, afirman, a través de la estructura de costos y márgenes. Cuidado: es una opinión que, sin reformas de fondo, se mantendrá hasta que el BCRA no compre más dólares y el superávit de la balanza comercial se transforme en déficit. Con la cosecha, el ingreso de divisas al Central sigue firme.
Para Caputo, sin embargo, la verdadera reforma de fondo es el anclaje fiscal y monetario. La idea es simple: primero, arreglar la macroeconomía; segundo, que el superávit en el Estado permita bajar impuestos mientras la microeconomía ajusta márgenes a niveles competitivos con la industria global. “La gente no tiene que pagar la ineficiencia productiva de los agentes económicos”, explican en el quinto piso del Palacio de Hacienda cuando se consulta al respecto.
La crisis pone límites
Pero el verano financiero choca con la realidad productiva. Hay sectores que sufren, de distintas formas, las incomodidades que genera el plan oficial. El horizonte, por ahora, es sólo visible en el mundo de la energía, la minería y el campo. El resto aún ve nubarrones por atravesar. Esa, claro, no es la visión oficial.
En la industria hay un caso testigo por semana. La pasada fue Whirlpool, que ya arrastraba una situación compleja con el gobierno de los Fernández porque tenía el 100% de sus productos congelados en Precios Justos y problemas para hacerse de insumos por las trabas a las importaciones. A eso sumó una reestructuración global, y luego en enero y en febrero, tras la devaluación y el sinceramiento, un desplome de ventas.
Entonces, el Ministerio de Economía anunció además una baja de aranceles para los productos de la línea blanca. En pocos meses, la producción nacional se hizo poco competitiva en Brasil (se les cobra retenciones), el principal destino de exportación por el que se decidió sumar a 160 trabajadores en 2023. En marzo, ya hubo una ola de despidos entre ejecutivos y analistas de la empresa. Esa ola no terminó: seguiría este mes con parte de esos operarios nuevos que recién habían terminado su capacitación.
En Fate, la situación es similar. En las últimas horas, se anunciaron 97 despidos. “La actividad de la empresa se encuentra expuesta a factores muy negativos que incrementan severamente el costo de su producción: abusiva sobrecarga impositiva, restricciones cambiarias para el pago de insumos del exterior, deficiente infraestructura, sobrecostos derivados de la legislación del trabajo, baja productividad laboral, ausentismo, elevada conflictividad gremial”, blanqueó en un comunicado, que criticó, además, la baja de aranceles de importación y la llegada de neumáticos chinos. A la empresa de Madanes Quintanilla también le cobran derechos de exportación –retenciones-, lo que deja su producto afuera de Brasil.
En las empresas de bebidas vivieron un verano –la estación alta- difícil. Ya suspendieron turnos y dejaron afuera a trabajadores eventuales. Hoy analizan ajustes más concretos en sus plantillas con un consumo masivo que no despega, pese a que los supermercados ven una luz a fin de año.
Mientras en los bancos esperan un relanzamiento del plan oficial en el tercer trimestre y se suben a la ola de nuevos productos hipotecarios por efecto contagio, en otros servicios, como el turismo, sufren a la Argentina cara en dólares. El receptivo es cada vez más esquivo por precio y el emisivo sufre los cepos. Semanas atrás, las agencias de viajes enviaron una carta a Juan Curutchet, hoy en el BCRA. Le pidieron que se puedan pagar pasajes al exterior con tarjeta de crédito en dólares. El DNU 70 habilitó la compra en esa divisa, pero una regulación de la entidad les niega a los operadores hacerlo con los plásticos. Para evitar el impuesto PAIS, las transacciones en dólar cash pasaron de 1% a un 20% del total de operaciones.
El campo ya terminó la cosecha de girasol, mientras la de soja viene con algo de atraso por las lluvias (recién la semana pasada levantó), la caída del precio (que recuperó por la tragedia de Porto Alegre y falta de oferta en Estados Unidos) y porque muchos no ven un mensaje claro aún con el tipo de cambio, sobre todo luego de que el último staff report el FMI fijara para junio la muerte del dólar blend (80% al oficial, 20% al CCL) para liquidar. Esto último es algo que descarta Economía.
“No se está vendiendo lo que esperaban en el Gobierno”, contaron en el sector. Sin embargo, estiman que las liquidaciones este año estarán entre US$35.000 y US$38.000 millones. Para que esos números mejoren, el Gobierno debería dar incentivos, creen, sobre todo ante los elevadísimos costos en dólares (los laborales son tan altos que provocaron un alzamiento de los trabajadores aceiteros por la restitución de Ganancias). Por eso, esperan una mejora del tipo de cambio (lo ven atrasado 20% o 30%) o un incentivo fiscal (retenciones). No está claro que ninguno de los dos llegue en el corto plazo, estiman fuentes de la industria.
En el Gobierno entienden que hay que esperar a que los salarios comiencen a ganarle a la inflación para que el consumo empiece a limpiar los stocks repletos de las empresas que golpean la producción. Stocks que se acumularon por la incertidumbre que generó el kirchnerismo en los últimos cuatro años. A la industria le dicen que tienen un problema si no puede competir con importaciones con aranceles Mercosur (altos), impuesto PAIS, tasa de estadística e IVA; al campo, que ya le achicaron la brecha cambiaria. A las pymes que protestan contra el RIGI, que el efecto derrame de las inversiones por venir será grande y que la reforma laboral, por más acotada que sea, trabaja sobre los costos (por ejemplo, las multas). El foco productivo está puesto en estas cosas, y en la simplificación y fuerte desregulación. Más adelante, cuando haya margen fiscal, también prometen avanzar en bajar impuestos que, tanto empresarios como el Gobierno, consideran distorsivos.
Son problemas menores en el calendario de Javier Milei, que sueña con una revolución verde a 35 años. El faro del libertario son los duendes irlandeses. El que describió con detalles el proceso revolucionario que vivió ese país fue el economista Federico Alonso. “En las últimas tres décadas, Irlanda pasó de ser una economía agraria a convertirse en una potencia tecnológica. Durante este período, su PIB per cápita se incrementó más de un 800%”, describió. Lo primero que hicieron durante los años 80, contó Alonso, fue reducir el gasto: bajaron, de esta manera, la deuda y los impuestos.
Luego, con leyes (algo que se le complica al Gobierno), incluyeron condiciones de “responsabilidad presupuestaria” (la deuda pública jamás podría volver a superar el 60% del PBI y el déficit no debía superar el 3%). La estabilidad (y una baja tasa impositiva corporativa), cuenta Alonso, atrajo grandes empresas. Invirtieron en educación y en diversificación (biotecnología, finanzas y servicios empresariales). Se abrieron luego al mundo con tratados de libre comercio, algo impensable si hoy duelen las heladeras o neumáticos importados. Es un consenso que el oficialismo aún debe construir.
“Irlanda era el país más miserable de Europa”, dice Milei cuando le preguntan por el milagro verde, que ve comparable con otros destinos, como los de Australia, Nueva Zelanda o Suiza en su visión de futuro. “La idea de base es siempre avanzar en términos de libertad económica”, suele decir, sin dejar luego de despotricar contra la “contaminación socialista”. En privado, ante empresarios en el Sheraton, y en público, Caputo repite la piedra fundacional de ese camino: bajar el gasto para no tener deuda, reducir impuestos y controlar la inflación. En el mercado son ansiosos: todos quieren ver qué hay después de la curva.
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