Tras la meta de vivir de los inventos
En la Argentina, pocas personas obtienen ingresos a partir de los objetos que crean, algo que muchas veces hacen en respuesta a determinadas necesidades; uno de los problemas está en las demoras para obtener patentes
No se la pasan encerrados en un laboratorio experimentando con tubos de ensayo, tampoco pretenden fabricar la máquina del tiempo ni hallar la forma de teletransportar objetos. Simplemente son personas que ven en los problemas y las quejas de los demás una oportunidad de negocio. Es más, sólo avanzan con aquellas ideas que les parecen comercialmente viables. Se trata de los inventores y, si bien en la Argentina unas 3000 personas se definen como tales, solamente unas 30 lo son "profesionalmente", es decir, que logran vivir de sus inventos.
Más allá de los estereotipos que existen en torno de la figura del inventor, la realidad demuestra que, los que son profesionales, tienen un objetivo muy claro: "inventar algo que la gente esté dispuesta a comprar; que cuando lo vea, inmediatamente entienda qué es y para qué sirve, y que le solucione un problema", explica Ricardo Maclen, que formó su empresa a partir de uno de sus inventos.
Maclen es ingeniero mecánico y trabajó en relación de dependencia hasta que, hace más de 20 años, se dio cuenta de que su mujer, farmacéutica, envasaba las fórmulas magistrales en frasquitos. Entonces se preguntó por qué no las envasaba en blíster. Así, con mucho trabajo e investigación mediante, porque no era un tema que manejaba, inventó una máquina emblistadora para medicamentos que se producen a pequeña escala, además de los insumos que ésta requiere.
Tal como afirma Eduardo Fernández, director del Foro de Inventores Argentinos, él y sus colegas no son especialistas, sino "todoterreno": inventan en cualquier área. Y Maclen no es la excepción. Desarrolló una compuerta modular para que no entre agua en las casas luego de que las inundaciones en La Plata del 2 de abril de 2013 tocaran muy de cerca a sus suegros. Y además patentó un salvavidas convertible para hacer rescates, que combina las ventajas del torpedo con los que tienen forma de rosca.
Los inventores profesionales coinciden en algo. No basta con tener una idea o patente para ser inventor, y menos, profesional; hace falta tener ideas de valor comercial: "Lo pienso, lo digo, lo hago y lo vendo. El fin es venderlo", asegura Fernández. Y por supuesto no es una tarea sencilla. Y menos en la Argentina.
Algo que cuestionan los inventores argentinos son las condiciones adversas para su profesión. Como dice Fernández, en países vecinos "crean bases sólidas, oficinas de patentes eficientes, hay acceso a inversores de riesgo y facilidades para hacer pymes. La estructura es fantástica", describe. Aunque aclara que la comunidad de inventores profesionales no existe, son todos amateurs, mientras que en la Argentina "sobra contenido y no hay un contexto favorable".
Pero el problema no tiene que ver con la falta de subsidios o incentivos económicos por parte del Estado. Es más, prácticamente no es una opción que tienen en mente. De hecho, cuando saben que sus proyectos pueden rendir económicamente, buscan inversores privados o éstos les compran parte de su empresa o la patente (una vez que queda demostrado que su invento es rentable). En otras ocasiones arriesgan su propio capital o las compañías los convocan para que desarrollen algún invento.
"Uno puede ir inventando, entre todos los inventos, la forma de comercializar cada uno", afirma Carlos Arcusín, "el Maradona de los inventos", según lo define Fernández, por haber insertado en el mercado unos 30 proyectos. Sin tener estudios universitarios, Arcusín trabajó varios años en la industria alimentaria, donde inventó máquinas e implementos que le ayudaron a resolver sus problemas cotidianos, hasta que en 1985 patentó su primer invento: un sistema para envasado. Años más tarde, en 1989, introdujo un gran aporte: la jeringa autodescartable.
Pero como él mismo dice, la forma de comercialización puede variar en cada invención. Por ejemplo desarrolló un equipo de cocción de hamburguesas sin humo ni olor a pedido de Pumper Nic. "Resolvé este tema, hacelo y te lo compramos", le plantearon desde la cadena de comida rápida que en 1999 se declaró en bancarrota. Y así lo hizo. En el caso de la jeringa se le ocurrió la idea a él y por ser un aporte tan importante para prevenir el contagio del sida logró patentarla rápidamente, además de conseguir reconocimiento a nivel mundial.
Agilizar los trámites
De esta forma, sus principales obstáculos no pasan por cuestiones económicas, sino burocráticas. Tal como dice Arcusín, lo que necesitan es que les faciliten los trámites y el asesoramiento. "Es muy importante que sea más pro patentamiento que burocráticos, porque con las patentes se beneficia el país", y por eso espera que para el nuevo gobierno sea "una política de Estado el resguardo de la patente y el incentivo a la invención".
Maclen coincide en lo engorroso y desalentador del proceso, incluso a la hora de exportar. Y pone como ejemplo lo que le sucedió hace algunos meses. Como hacía más de un año que no exportaba, debió realizar innumerables trámites en la AFIP, presentar certificado de reincidencia, además de hacer una serie de papeleos. "Tenía que demostrar que no era un delincuente y yo estoy trayendo divisas genuinas al país", concluye. Un dato que demuestra las condiciones adversas es el Índice de Innovación Global, que mide la cantidad de patentes que llegan exitosamente al mercado. En ese ranking, la Argentina se ubica en el puesto 63, "debido precisamente a las condiciones muy adversas del contexto y a pesar de contar con un muy buen «coeficiente de inventiva»", asegura Fernández. Este segundo coeficiente mide la cantidad de patentes de residentes locales por cada 10.000 habitantes, y en el listado, la Argentina está en el puesto 11 a nivel mundial y es el país mejor posicionado en América latina.
La lentitud de los trámites para patentar un invento tampoco es alentadora. Mientras que en la Argentina se tarda entre siete y nueve años, en Chile el trámite no supera los cinco años. Y ni hablar de Estados Unidos, donde el trámite no demora más de un año y medio, y en Europa, no más de dos. "Pero yo no espero nueve años, patento afuera, me sale antes y sigo. En la Argentina estaría como nueve años y con el riesgo de que me estén copiando", dice Fernández.
Además de la lentitud, los profesionales coinciden en la importancia de que el trámite esté bien hecho, para evitar que ocurran plagios. Por eso existen los agentes de patentes, que garantizan que éstas sean sólidas y valiosas, pero claro, con un mayor costo.
Para tramitar una patente, los inventores deben ir al Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI). El costo puede rondar los $ 3000, calcula Fernández, mientras que si se recurre a un gestor el costo puede elevarse a $ 20.000.
"La parte de la inspiración es la más agradable, atractiva y fácil. Pero después hay que ponerle mucha energía, tiempo y trabajo", comenta Maclen. Fernández coincide en este punto y pone como ejemplo su último invento: "Trabalitos", que es un "juguete que hace juguetes". Técnicamente lo resolvió en dos días, pero llevarlo a la práctica le tomó dos años. "Los dos días fueron de diversión; el resto fue luchar en la trinchera, meter la mano en el barro, conseguir inversor, proveedor, la patente, la marca, la aprobación del INTI", enumera.
Por eso habla de una profesión de "alto riesgo", porque son pocos los que se animan a sacrificar tiempo, esfuerzo y dinero en algo que dará frutos años después, si es que los da. Según cálculos de Fernández, el mínimo monto necesario para que una idea se convierta en un invento, y que el invento llegue al mercado, son 300.000 dólares.
Y a eso hay que sumarle el tiempo que puede llevarles cada proyecto, sobre todo si se tiene en cuenta que la idea original nunca es igual a la final. Un proyecto puede extenderse por dos, tres, cuatro años. O como responde Fernández, "hasta que lo logre. ¿Cuánto falta? Lo necesario", por eso no define su trabajo como full time, sino como full life.