Tras dos años del inicio de la pandemia: mitos y realidades del trabajo remoto
El trabajo desde la casa o home office fue, hasta marzo de 2020, una alternativa laboral sofisticada para unos pocos sectores de la economía y la educación. La pandemia del Covid-19 lo cambió todo y el trabajo desde la casa se transformó en algo natural y habitual para muchos, exceptuados los que, por la naturaleza de su actividad, deben estar presentes físicamente en hospitales, fábricas, oficinas, etcétera.
La foto idílica de alguien trabajando en una playa del Caribe, debajo de una palmera, con una notebook sobre sus piernas y tomando el jugo de la mitad de un coco recién partido puede ser real, pero dudo que sea representativa de los millones de trabajadores que pudieron y quisieron trabajar de un modo remoto.
Pasados dos años de este gigantesco cambio cultural en el modo de vivir y de trabajar, se podrían sacar algunas conclusiones sobre los mitos y las realidades del trabajo.
Mito 1: Todo el mundo quiere trabajar de modo remoto.
Falso. De acuerdo a encuestas entre alumnos del IAE Business School, podría decir que hay una especie de “regla del 2/3″. Es decir, la mayoría prefiere tres días en su casa y dos en el trabajo o al revés. Son muy pocos los que prefieren todos los días de modo remoto o todos los días ir al lugar de trabajo. Las ventajas de la flexibilidad, la autonomía, el ahorro de tiempo y dinero en traslados y el disfrute del tiempo en el hogar, se compensan con la sensación de hastío, de aislamiento, desconexión y dificultades en la integración de los equipos de trabajo.
Mito 2: Todo el mundo puede trabajar de modo remoto.
Falso. Aunque el avance de la tecnología y la inteligencia artificial faciliten la intermediación digital, hay tareas que requieren presencialidad.
Mito 3: Los niveles de productividad disminuyen cuando se trabaja de modo remoto.
Falso. Hemos visto en muchos sectores que la productividad no solo se mantuvo, sino que ha aumentado. Entre otras cosas, esto requiere de claridad de objetivos y un contexto de apoyo, tanto de jefes y compañeros de trabajo como de la propia familia. Además, la psicología de cada individuo influye en la capacidad de respuesta: personas más independientes y con mayor capacidad de autogestión pueden mejorar su rendimiento. Y, finalmente, depende de las condiciones físicas del trabajo, como espacios cómodos en la propia casa o cualquier lugar donde se haga el trabajo y el acceso a la tecnología adecuada.
Hay otras variables de la vida corporativa en la “nueva normalidad” que tienen matices a la hora de clasificarlas como verdadero o falso. Por ejemplo, he escuchado mucho sobre las dificultades para innovar y crear cuando se trabaja aisladamente. Muchas ideas surgen de interacciones informales con quienes tenemos cerca. Parece que esto también es un mito y dependerá del tipo de tarea a realizar. Cuando la tarea requiere concentración puede ser conveniente el trabajo remoto, pero cuando la tarea requiere colaboración, no hay quien le gane a la presencialidad.
Lo mismo sucede respecto de las reuniones virtuales o presenciales y hay opiniones muy dispares. Algunos prefieren las presenciales porque facilitan el encuentro emocional: es más fácil advertir sutilezas y la interacción se da modo más espontáneo. Para otros, las reuniones facilitadas por la intermediación digital son más eficientes: se ahorra tiempo y se decide con orden, permitiendo la intervención de todos, aún los más introvertidos.
¿El futuro será remoto? La mayor dificultad del trabajo a través de una pantalla es la conexión a nivel personal, que se da en interacciones informales. Una computadora no podrá reemplazar al abrazo y un like tampoco suplantará a la lectura adecuada de las personas que se da cuando se observa a la gente antes, durante y después de las reuniones. Quizá este sea el motivo por el que mucho hablan del presente y del futuro con la palabra híbrido. Es decir, un poco presencial y un poco remoto.
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