Trabajar hasta morir tiene nombre en Japón: se llama "karoshi"
El caso de una periodista japonesa que tuvo sólo dos días de descanso en el mes,trabajó 159 horas extra, y finalmente terminó pagándolo con su vida
Trabajar para vivir o vivir para trabajar. El dilema recuerda aquel otro, "ser o no ser", igualmente complejo como aquel expresado por el protagonista Hamlet en la obra de Shakespeare. Lo que queda fuera de cuestión es morir por trabajar, a menos que se trate de una elección a modo de epopeya individual o colectiva.
En algunas sociedades se ha convertido en un tema preocupante de la salud pública, como en Japón, donde la legislación laboral debió limitar a 40 horas semanales el tiempo destinado para trabajar y desde mayo pasado, las horas extras no deben superar las 100 horas mensuales u 80 en el caso de que se encadenen varios meses con alta carga laboral. El problema replicó en Francia y tuvieron también que tomar medidas.
El caso de Japón puede entenderse por su tradición. Basta recordar los pilotos de aviones de la Segunda Guerra Mundial que se estrellaban contra los barcos enemigos, los kamikaze. El terrorismo actual utiliza a los seres humanos como armas destructivas. Desde cualquier perspectiva, es una inmolación aberrante. La vida humana como valor es muy superior a cualquier otra circunstancia.
En Japón resurgió el tema a partir del fallecimiento de Mika Sado, una periodista de 31 años, perteneciente a la cadena NHK. Sufrió una insuficiencia cardíaca luego de trabajar 159 horas extra en un mes, con dos días de descanso en todo el período. Fue en 2014 y las autoridades laborales establecieron hace poco que Mika murió a causa del "karoshi" (muerte por exceso de trabajo). Es curioso que una situación extrema como ésta tenga nombre. También significativo. Le otorga identidad. Se lo naturaliza de alguna forma. En cualquier caso es una advertencia.
La historia del trabajo tiene forma de espiral, el "corso e ricorso" planteado por Giambattista Vico, (Nápoles, 23 de junio de 1668/23 de enero de 1744). En los tiempos recientes pasamos del Estado de Bienestar al trabajo intensivo sin límite, como medalla de honor aunque vaya la vida en ello. Luego los millennials, quienes a partir del deplorable espectáculo de sus padres, renunciaron a los trabajos absorbentes y agotadores, con intención de gozar de la existencia todo lo posible. No se sabe lo que vendrá, a partir de un fuerte cambio de la organización del trabajo, en la nueva plataforma que trae consigo la automatización. En cualquier caso interviene aquello que se llama "clima de época", donde se aceptan o rechazan distintos procedimientos o acciones, a veces opuestas.
Quien investigó estas cuestiones con gran profundidad fue Michel Foucault, autodenominado "arqueólogo del saber" porque procedía a sacar a la luz los sistemas culturales que tuvieron vigencia en el pasado y que permanecen en forma larvada aún hoy. Tal vez el mejor ejemplo sea su Historia de la Locura, cuyo título mismo invita a una reflexión. ¿Cómo es eso? ¿La locura tiene historia? Quien es loco, ¿no lo es en cualquier época? No, no es así. Muchos de los personajes actuales, sean políticos, artistas o científicos, si se los juzgara con los criterios del siglo XVIII, deberían estar internados y con camisas de fuerza.
El concepto de trabajo y el liderazgo tienen las mismas mutaciones. Por lo tanto, diferentes expectativas. Imposible imaginar empleados como los galeotes, que remaban al compás de un látigo. A veces morían de agotamiento, pero no importaba mucho.
Hoy, la vida humana se respeta (o debe respetarse) muy por encima de cualquier valor, sea éste económico o por simple ejercicio del poder. La muerte es un límite infranqueable.
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