Timothy Sturgeon: “El modelo de sustitución de importaciones tiene atascada a América Latina”
El investigador del MIT y especialista en temas de cadenas de valor sostuvo que el esquema de industrialización que guió a la región durante décadas entró en crisis; advirtió que se debería repensar cómo conseguir el desarrollo productivo
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Es investigador senior en el Industrial Performance Center (IPC) del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de los Estados Unidos; se desempeña como académico hace dos décadas y sus trabajos se enfocan en procesos globales de integración, transformación digital en empresas y desarrollo de las cadenas de valor
Las economías de la Argentina y Brasil son las dos históricamente más relevantes de Sudamérica. Y, con sus vaivenes y sus propias coyunturas, han recorrido caminos semejantes a lo largo de la historia reciente y, en particular, de sus procesos de industrialización en el siglo XX. Según Timothy J. Sturgeon, investigador senior del Industrial Performance Center del Massachusetts Institute of Technology (MIT), de los Estados Unidos, ese modelo entró en crisis y actualmente eso exige repensar el esquema de desarrollo en la región.
Según el analista, especialista en temas de cadenas de valor e integración internacional, ambos países tienen en común el “modelo de sustitución de importaciones”, basado en el principio de intentar fabricar o producir localmente componentes o productos que reemplacen a los de la competencia externa. Según afirma, eso tuvo resultados en la generación de empleo, pero “por una variedad de factores no ha funcionado muy bien para generar spillovers (derrames)” en el conjunto de la cadena de valor”.
“En la región hubo una larga historia de convocar a multinacionales para que vengan a instalarse, con la idea de que, si se hacían procesos acá, los proveedores y las pequeñas empresas iban a crecer para abastecer localmente ese proceso industrial. Pero lo que pasó, en particular desde los 90, es que las grandes empresas se globalizaron, y también sus proveedores. Entonces, tenemos firmas líderes que se volvieron globales, pero les dijeron a sus proveedores: ‘Vos también tenés que adaptarte y ser global como nosotros’. Y una de las cosas que pasaron es que, en vez de generarse proveedores locales, hay proveedores multinacionales también. Eso socavó la estrategia de sustitución de importaciones, por la globalización de toda la cadena”, dice en diálogo con LA NACION el analista, quien viajó al país para exponer en el encuentro Boletín informativo, un evento que organiza regularmente el Grupo Techint.
–¿Qué consecuencias dejó ese proceso?
–Una consecuencia es que se generó empleo. Hay un montón de gente trabajando en estas empresas, que son propiedad de grandes firmas globales. Eso es algo bueno, y en algún punto es un éxito, porque crear empleo es importante. Y se creó en fábricas que están haciendo productos de avanzada, porque estas grandes empresas tienen procesos modernos y modelos de trabajo de avanzada, y entonces son un gran contexto de aprendizaje para las personas. Y no solo en la fábrica, sino también el management, en el cual el personal es local y aprende de estas empresas, que tienen prácticas más avanzadas. Es algo positivo. Ahí sí hubo derrames, porque se abrieron oportunidades y vinieron empresas. Pero también puede generarse un statu quo, que es difícil cambiar.
–¿En qué sentido?
–Porque esos trabajos están vinculados a la política y ese esquema. Si se desarma ese modelo, las empresas podrían irse del país, habría más importaciones y se perderían todos esos puestos de trabajo. Y es un desafío para los países. Ese enfoque de sustitución de importaciones es un modelo que en cierta medida tiene atascada a América Latina. También está el tema del valor agregado de la innovación. Queda el proceso manufacturero hecho localmente, pero la innovación sigue estando en los Estados Unidos, Alemania o Tokio. Y eso no necesariamente viaja. Entonces, no es una industria necesariamente innovadora, necesariamente, conectada con lo que viene después. Cuando se viene un gran cambio, como está pasando en la industria automotriz y el rápido cambio hacia los vehículos eléctricos, esos nuevos productos e ideas vienen de los países centrales. Los demás quedan siempre en una situación de reaccionar a lo que pasa en otro lugar. Esto es una afirmación bastante generalista, hay muchas empresas y startups haciendo software o apps en muchos sectores, en América Latina y en la Argentina en particular, pero, en general, las grandes empresas o industrias están dependiendo de lo que pasa en otros lugares. Y si las cosas cambian rápidamente, las empresas pueden irse. Así, vemos que Ford se fue de Brasil. Estaba desde 1950, pero su salida fue un gran terremoto. Y las razones son muchas, pero hay mucha presión sobre Ford para competir con Tesla, que tiene una valuación de mercado varias veces mayor. Y en ese escenario, quizás la Argentina o Brasil no encajan en sus planes futuros.
–En Asia hubo un proceso de industrialización con salarios bajos, algo distinto a la Argentina o Brasil, que tiene salarios, en promedio, más altos. ¿Cómo pueden competir en este escenario que describe?
–En Asia hubo un beneficio en costos. Muchas personas piensan en mercados emergentes o países en desarrollo y ponen a todos en la misma bolsa, pero América Latina no está, en rigor, en un proceso de industrialización, sino en una reindustrialización, porque la primera etapa pasó mucho tiempo atrás. Si se miran países como Vietnam, hablamos de miles de personas viniendo del campo a la ciudad, a veces cada semana, para trabajar en grandes fábricas, para Samsung o para otras marcas. Y no me imagino que ese pueda ser un escenario que pueda haber acá. Pero, cuando hay costos bajos, como en Asia, se puede exportar a todo el mundo en grandes cantidades. China tuvo ese modelo por 20 años y ahora está retrocediendo; los salarios están subiendo y están con desarrollos innovadores. Acá, esa estrategia nunca fue posible por los mayores salarios que, en un sentido, es algo bueno, porque la gente que tiene trabajo no va a aceptar recibir un dólar por día. La pregunta es qué hacer.
–¿Y qué se hace?
–No hay una gran respuesta para eso. Lo que vemos en esta región, que lo analicé más particularmente en el caso de Brasil, es desarrollar el sistema de innovación doméstico, impulsar proyectos, tomar dinero e invertir en innovación y desarrollo, tener instituciones que permitan la colaboración entre universidades, empresas e institutos de innovación. Hay mucho de eso ocurriendo y es excelente. Demanda mucho tiempo. Estos programas son buenos, pero una señal de alerta es que se vuelven un objetivo en sí mismo, con énfasis en mostrar todos los proyectos, todas las iniciativas que hicimos, todos los inputs que generamos, pero no hay tanta atención en los outputs, en los spillovers que se generan, en el desarrollo de proveedores. Se inventó un proyecto, un producto, pero, ¿qué pasó? ¿Se produjo? ¿Se vendió? ¿Se exportó? Hay poco seguimiento en general y lo vi mucho en Brasil. Me acuerdo del caso de un producto que se creó en el país, pero terminó fabricándose en Italia y se vendió en todo el mundo. Era un producto industrial, que necesitaba una red de servicios grande. Se miraba hacia adentro cómo avanzar con ese proyecto en el país, pero lo que vino después no se quedó en Brasil. Tiene que pensarse la innovación con derrames, y mantener partes de la cadena de producción en el país, porque los procesos están integrados globalmente. Otro tema es en qué hay una especialización; ese es otro problema de la sustitución de importaciones.
–¿Por qué?
–Porque no se puede tener todas las partes hechas en el país. No te vuelve muy especialista. Nunca está la escala de producción en un mercado. Si se piensa en la especialización, quizás hay que ver en qué es buena la Argentina, focalizarse en eso, mirar hacia afuera y ver que quizás algo pequeño puede tener un gran mercado, que es el mercado global.
–¿Qué pasa con la formación y la capacitación de los trabajadores en este contexto?
–Si se va a estar orientado hacia la inserción global, la gente tiene que tener ese enfoque también. Hay un miedo a la fuga de cerebros, y también un miedo por las empresas, que nacen en la Argentina y compran otras firmas chicas en Estados Unidos, Alemania o China, y se vuelven globales. El pensamiento, como también pasa con las personas, es que los perdimos, que cómo no hicimos eso en la Argentina. Pero lo que vemos es que, cuando la gente o las empresas van afuera, lo que ocurre localmente también crece. Porque vuelven y tienen conexiones, entienden finanzas o tecnología en formas que no lo harían si se hubieran quedado solamente en el mercado doméstico. Es un miedo equivocado. Hay un montón de argentinos que van a estudiar al exterior, muchos vuelven, pero aun si no vuelven, tienen familias, amigos y una red. Las cadenas de valor, las redes y las transacciones es el conjunto que hay que mirar como el nuevo valor; no solo es hacer cosas en una fábrica o contar proyectos.
–¿Cuál es su visión sobre el avance tecnológico y el empleo?
–La tecnología revuelve todo. Destruye trabajos, crea otros, y la cuenta final es difícil de medir. Pero lo que se ha visto es que la tasa de desempleo y empleo no cambian demasiado por ese factor en el largo plazo. Lo que puedo decir, especialmente con plataformas o herramienta digitales, es que la velocidad del cambio puede ser realmente muy alta. Si el cambio es lento, quizás es asimilable, pero si hay cambios rápidos, puede ser muy disruptivo. Eso tiene que ver con el tipo de aplicación de la tecnología. En cuestiones de consumo masivo, como el comercio electrónico o el transporte, hay demanda y los servicios pueden ser rápidamente replicables. Pero en una fábrica, con la industria 4.0, internet de las cosas, analytics, inteligencia artificial o cloud dentro de las plantas, el cambio está ocurriendo, pero a un ritmo realmente lento, porque los procesos o productos son diferentes, las fábricas no son iguales y el cambio no escala. Esta idea de que los robots van a tomar nuestros trabajos industriales no es cierta, no es lo que se ve en las investigaciones. Pero desde el lado del consumidor, las cosas sí cambian. En el sector de los taxis o del comercio electrónico se está afectando todo. En los Estados Unidos, uno podría preguntarse por qué sigue habiendo tiendas. Amazon trae cosas a mi casa tres veces por día (risas), y la gente compra alimentos online. También hay mucha reacción. En India, hubo un retroceso de Amazon y se desarrolló una plataforma india. Que no deja de ser algo disruptivo también.
–¿Cómo observa a la Argentina?
–Una de las fortalezas que tiene es su capital humano, su gente. Hay muy buena educación, gente muy formada que puede hacer una buena contribución. La forma en que las economías se desarrollaron es un tema, porque hizo que, en general, no se piense en la innovación, en crear nuevas empresas o productos. La forma en que se dio la industrialización generó un sistema cerrado, para el mercado doméstico, protegido y, entonces, ¿para qué innovar? Es importante el enfoque, de pensar más hacia afuera, conectados con lo global, mirar al mundo. Pero ese pensamiento hacia adentro es un legado de la sustitución de importaciones, e implica que la gente no tiene una mirada hacia el mundo. Y cambiarlo lleva tiempo.
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