¿Tiene futuro una sociedad que vende su voto por una heladera?
¿Tiene futuro una sociedad que vende su voto por una bicicleta o una heladera para concederle poder al que la condena a perder la dignidad?
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El placer de recibirlos en este espacio. Esta semana les planteo el desafío de pensar sobre el valor marginal del dinero. Pero antes de comenzar déjenme preguntarles: ¿Cuál es el riesgo que están dispuestos a asumir para ganarlo? ¿Cuál debería ser la recompensa para que ustedes vendan su tiempo, arriesguen su seguridad, su dignidad o su libertad de decisión?
Cuando veo que para un político o un sindicalista la solución para mantenerse en el poder es comprar voluntades, necesito interpelarme e interpelarlos: ¿Tiene futuro una sociedad que vende su voto por una bicicleta, una heladera o diez dólares para concederle poder al que precisamente la condena a perder la dignidad de valerse por sí misma? ¿No es denigrante tener que comprar voluntades para ser aceptado? Sobre todo, si ese dirigente no reparte su dinero, sino que lo hace de las arcas del Estado, de las que se siente dueño.
Es más, los cargos de poder se heredan o se delegan a familiares. Entonces, alguien que quizás nunca arriesgó su dinero personal o familiar tiene la libertad de elegir las reglas, y el que emprende, solo la necesidad de pedir permiso, algún beneficio o simplemente una dádiva. Creo que debemos dar una batalla cultural en nuestro país, para concientizar que el bienestar se logra con trabajo y no con dádivas o buenos contactos.
Para ello, como en casi todas mis notas, necesito incluir un consejo de mi Bobe Ana, simplemente porque ella, sin educación, sin saber el idioma y escapando de niña de una guerra, supo cambiar su destino, formar a sus tres nobles y laburantes hijos, casi sola, de forma magistral y con un mandato: que ninguno de nosotros, más allá de las circunstancias, pierda su libertad de decisión. Decía ella: “En los peores momentos de la vida, siempre imploré por la libertad de decidir cómo vivir, y cuando mi Dios lo disponga, cómo dejar de hacerlo”.
Ella estaba orgullosa de sus nietos, todos profesionales. Yo, el más chico entre ellos, había aprendido de finanzas. Y ella me confió sus pocos ahorros.
Un día, sabiendo yo que a ella no le quedaba mucho tiempo, la fui a ver para contarle que había logrado ganarle algún dinero extra y decirle que por favor lo disfrutase, que se trataba de un premio. Les quiero replicar aquel diálogo:
–Bobe, es un ingreso extra. ¿Por qué no hacés un viaje?
–Ingale (manera cariñosa de decir querido muchachito en yidish), vengo de un viaje, disfruto más el estar aquí con ustedes.
–Bueno, ¿por qué no te comprás ropa?
–Ingale, tengo ropa sin estrenar, del viaje anterior.
–¿Y si arreglás algo de tu casa o comprás una TV nueva?
–Ingale, no lo necesito, dejala ahí. Lo que necesito ya no lo puedo comprar.
–Bobe, es cierto. Quizás yo te presiono más por mí que por vos. Me estás hablando del valor marginal de las cosas y te entiendo… el dinero no compra tiempo.
–Ingale, no te confundas. El tiempo sirve si tenés la libertad de decidir cómo vivirlo. Si hay algo que te puedo dejar, no es ese dinero extra, sino el mandato de que nunca pierdas tu libertad de decidir.
Señores, ¿para qué sirven el dinero, los ahorros, el empuje, el sacrificio y el esfuerzo si no es simplemente para tener la libertad de elegir?
Hay personas que por acumular más capital sacrifican la vida en familia o el bienestar personal. Porque el valor marginal de un ingreso adicional es superior al precio que pagan para obtenerlo. No importa la cantidad, sino la satisfacción que les produce ganar, aunque después lo malgasten, regalen o donen. Muchos los ven como exitosos; otros, como ambiciosos. Sin embargo, ellos tienen la libertad de elegir.
Hay otro tipo de personas que prefieren una vida con menos activos materiales, pero con más bienes espirituales, y no hay trabajo, sueldo o emprendimiento que les produzca un ingreso marginal superior al costo de obtenerlo. Muchos los ven como vagos, otros los ven como íntegros. Sin embargo, ellos tienen la libertad de elegir.
Hay valores intangibles imposibles de mensurar. La percepción del riesgo asumido es distinta para cada emprendedor, por lo tanto, el valor del beneficio obtenido es percibido distinto por cada uno de ellos. Michael Schumacher nunca pensó que asumía riesgos y, si los asumía, era porque la satisfacción que le producía al hacerlo era superior al costo de sus miedos. Por eso es ridículo querer controlar la economía como si fuese una ciencia exacta, cuando no lo es. La base de cualquier decisión económica está en la confianza, en la credibilidad, en las expectativas; o sea, en ninguna variable manejable.
¿Cómo voy a confiar en alguien que cambia su discurso según sus necesidades y no por el bien común? ¿Cómo le voy a creer a alguien que traiciona a los suyos o a sus convicciones solo para conseguir un gramo más de poder? El tiempo, la dignidad, la libertad, representan la moneda de intercambio de nuestras vidas. Son los bienes más escasos y, por lo tanto, deberían ser los más valorados. Lo que obtenemos monetariamente, ¿justifica el costo a pagar en el futuro?
Solemos encontrar también omnipotentes que quieren planificarlo todo. Lo hacen en nombre del Estado y restringen de manera arbitraria el ejercicio de la libertad individual, aduciendo facultades legales. La minoría más pequeña del mundo es el individuo. Entonces aquellos que niegan los derechos individuales no están ejerciendo el respeto de las minorías.
Si ponemos a un mono, a una jirafa, a un elefante y a una hormiga a competir para ver quién trepa más rápido a un árbol, representaría una batalla desigual. Sería un error hacerlo, pero también cometeríamos un error si consideráramos que todos ellos son iguales.
“Una sociedad que anteponga la igualdad a la libertad acabará sin una ni otra. El uso de la fuerza para lograr la igualdad destruirá la libertad y la fuerza acabará en manos de personas que la emplearán en pro de sus propios intereses”, dijo Milton Friedman.
Un claro ejemplo. Bajo la excusa de proteger al empleado, se decretó la imposibilidad de rotar al personal. ¿Otorga esto más inclusión laboral a los que están fuera del sistema? ¿Logra modernizar el régimen laboral? ¿Es financiable? Los resultados están a la vista: solo protege al que ya está dentro del sistema y excluye más aún a los que necesitan trabajo.
Otro ejemplo. Con la excusa de proteger al consumidor se creó la ley de góndolas. ¿Aumenta la oferta de productos a precios más accesibles? Los resultados están a la vista: genera más concentración de marcas, menos competencia y los consumidores tienen que pagar un precio mayor por los productos (si tienen la suerte de conseguirlos).
El exceso de regulaciones representa un plus que tiene que pagar un sector de la sociedad. Y ese plus lo reciben personas de pocos escrúpulos, bajo el nombre de blue, coima o comisión por gestión. Es paradójico que se lo llame “equidad” o “redistribución”.
El dinero resulta ser, con mucha frecuencia, la forma más cara de motivar a la gente. La educación no solo es más barata, sino que es también más efectiva. Es la educación la que permite aumentar la probabilidad de alcanzar las metas individuales y colectivas. En efecto, el gobierno no crea riqueza, solo tiene el poder de estorbar o ayudar a su generación. No es obra suya la creación.
Dicen que cuando se arma una mesa de negociación, el que paga la cuenta es aquel que no logra sentarse precisamente en esa mesa. Por lo tanto, todos los sectores van a hacer lo imposible por estar ahí. Los veremos mostrar su poder de daño, cortando calles o rompiendo bienes públicos, para hacerse notar y ser considerados para participar en este juego perverso.
Amigo lector, no sé usted, pero yo no quiero dejar de dar esta batalla cultural y, como no logro encontrarle un cierre a esta nota, para darles ánimo, los voy a despedir con una canción de Eladia Blázquez, titulada “Honrar la vida”:
No, permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir, ni honrar la vida.
Hay tantas maneras de no ser, tanta conciencia, sin saber, adormecida.
Merecer la vida no es callar y consentir tantas injusticias repetidas.
Es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida.
Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a presumir, porque no es lo mismo que vivir, honrar la vida.
Hay tanta pequeña vanidad en nuestra pobre humanidad enceguecida.
Merecer la vida es erguirse vertical más allá del mal, de las caídas.
Es igual que darle a la verdad y a nuestra propia libertad la bienvenida.