Marcos Bruno es estudiante de ingeniería en Mecatrónica en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) y su sueño desde chico es ser astronauta. Lejos de ser una fantasía, con su corta edad, ya hizo un robot que fue seleccionado y probado por la Mars Society en los Estados Unidos y también participó recientemente de una simulación marciana en el desierto de Utah.
"La idea es probar los desafíos que tienen los astronautas en la exploración de otros planetas y que todo sea lo más fiel posible y ese lugar es lo más parecido a Marte en la Tierra. Vivimos dos semanas en una cápsula con solo comida deshidratada para comer y bajé 6 kilos. Fue el sueño del pibe. Si un chico de Luján de Cuyo puedo hacer esto, cualquiera pueda soñar alto", contó Bruno en el evento "Inteligencia Artificial", organizado por LA NACION.
En cuanto a su situación familiar, dijo que es un privilegiado ya que nunca le faltó cariño, ni comida ni un techo sobre su cabeza, aunque sus padres no creían lo que le estaba pasando hasta que tuvieron que pagarle los pasajes aéreos.
"También tuve la oportunidad de ir a Stanford gracias a la invitación del ingeniero argentino Pablo de León y me puse los trajes espaciales que van a usar en un futuro los astronautas. Eso que fue una locura porque él es mi ídolo personal", aseguró.
Sin embargo, también tuvo proyectos fallidos como cuando un experimento que diseñaron para el espacio quedó seleccionado en un concurso, pero finalmente no ganó. "Dijimos de estudiar los efectos de la bacteria Escherichia coli en la Luna con amigos de Perú y nos sorprendimos porque quedamos entre los 15 finalistas en una competencia que participaron 3000 proyectos. Descorché champagne y, cuando parecía que estaba todo ganado, no terminamos quedando. Me ha pasado en mil proyectos", relató.
Por último, consultado por el secretario general de La Nación, José del Rio, acerca de qué significa ser argentino, contó que el jefe de su hermano, que es de Texas, una vez le dijo que ama a los argentinos porque tienen la capacidad de "atar todo con alambres por dos pesos"
"Con pocos recursos podemos llevar adelante soluciones muy innovadoras y en esa innovación se dan los grandes pasos. El argentino tiene la capacidad innata de solucionar problemas", cerró.
Espacio de genios
Equipados con los robots que crearon y con los que fueron finalistas en una competencia nacional, también subieron al escenario Milton Maletta, Jacqueline Ocampo Benzel e Ignacio Joel Stegmann, estudiantes de la escuela secundaria técnica Nº 1 de Esteban Echeverría. Junto a ellos, se presentaron Candela Heredia y Francisco Nicolás García, de la escuela pública técnica Nº 26, ubicada en el barrio porteño de San Cristóbal.
Maletta presentó a "Cangrebot", un robot de rescate creado con forma de cangrejo. "Si hay zona de derrumbe mandas al robot y no a una persona. Tiene una cámara para que vea a la persona que está mal y notifique", explicó el joven, que contó que empezó a programar "en bloque" y luego pasó a "la línea de código".
Jacqueline Ocampo Benzel, de 14 años, contó que mucha gente la desalentó cuando dijo que quería ir a una escuela técnica. "Hay muchos varones, no te va a gustar", le decían. "Al principio me desanimé, pero después me di cuenta que eso era lo que me gustaba y es lo que quiero seguir", dijo, en referencia a la programación.
Ignacio Stegmann también señaló que quiere dedicarse a la programación. "Me doy cuenta de la necesidad que hay en la Argentina de inteligencia artificial, de robótica, de programación, de informática", dijo, y agregó que le "encanta" ir a la escuela pública. "Hay gente que piensa en que se aprende menos que en la privada y no es para nada así. De una pública podés salir siendo técnico en electrónica o en informática", aseguró.
"Nadie nos molesta por trabajar en estos proyecto, todo lo contrario. Nuestros profesores y compañeros nos apoyan, nos felicitan", contó Candela Heredia, quien dijo que cuando termine el colegio quiere estudiar diseño. Su compañero de equipo, Francisco García, de 18 años aseguró que desde la primera vez que vio una computadora supo que su futuro laboral tomaría ese rumbo.
"En mi casa decían que no me hacía bien pasar tantas horas en la compu, jugando, pero yo no solo jugaba; aprendía", señaló. "Cuando se dieron cuenta que esto tiene futuro, que me va bien, no me dijeron más nada".
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