Termina mal el cuervo que se cree un águila
Cuenta la historia que, lanzándose desde una cima, un águila capturó con sus garras a un corderito. El acto fue visto por un cuervo que, imitando al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte de cazar que sus garras se enredaron en la lana, quedando atrapado y pidiendo ayuda. El pastor, al percatarse de lo que sucedía, apresó al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños. Le preguntaron sus hijos acerca de qué tipo de pájaro era aquel de color tan negro, y él les dijo: “Para mí, solo es un cuervo, pero él se cree águila”.
Con el placer de recibirlos en este espacio, y observando que ya son muchas las ocasiones en que nuestro país quiere resolver sus conflictos a los gritos y culpando siempre a la contraparte de todos los males.
Nos creemos águilas y terminamos pidiendo auxilio como el cuervo. Negociamos para la tribuna y terminamos pagando después de varias tarjetas amarillas.
Lo vivimos con Repsol cuando confiscamos las acciones de YPF (50%) que esa compañía tenía en su poder. No solo nos quedamos con sus acciones, sino que, a los gritos, argumentamos que nos debían pagar más por haber contaminado el medio ambiente. Nos hicieron juicio y empezó el conflicto. Terminamos pagando por esas acciones 6000 millones de dólares emitiendo deuda (Bonar 2024), a una tasa del 9% anual en dólares, que luego reestructuramos. Hoy esas acciones valen 1800 millones de dólares. Creímos ser águilas, pero terminamos como el cuervo, enredados en nuestros argumentos.
Lo vivimos con el Club de París, primero desconocimos la deuda llamándola ilegal, para luego lograr el mejor arreglo de la historia para el Club de París, pagando aún hoy una tasa de interés descomunal, con punitorios. El organismo multilateral termina cobrando lo que nunca pensó que podía cobrar. Creímos ser águilas, pero terminamos como el cuervo, enredados en nuestros argumentos.
El profesor Sebastián Maril nos actualizó esta semana respecto de la cantidad de juicios que estamos perdiendo en las cortes de Nueva York. Muchos de esos juicios empezaron a vencer y muchos fallos permanecen impagos, lo que representaría un nuevo default. A comienzos de este año varios fondos, liderados por Attestor, Master Value y Bainbridge Capital, pidieron informes de activos argentinos para cobrar fallos sentenciados por la jueza Preska en el año 2020.
Son acreedores de deuda en default 2001, no canjeada en 2005 o 2010, y damnificados por nosotros al mentir nuestros índices de inflación para pagar menos intereses. Creímos que la viveza criolla era una virtud pero, como siempre, nos sentimos águilas y terminamos enredados como el cuervo pagando de más por incumplimientos perdidos en la justicia.
Con estos antecedentes volvemos a negociar con el Fondo Monetario Internacional.
El FMI se define como el prestamista de última instancia. Cuando aparece en escena, claramente eso está indicando que el rescatado está en la última instancia; no es una señal de ayuda a los débiles, sino una señal de escape para los más fuertes. Es un organismo político y está acostumbrado a lidiar con países en problemas y que no pueden pagar sus deudas.
Actualmente, el FMI tiene prestados 130.000 millones de dólares, de los cuales 43.000 millones los tenemos nosotros. Y esto representa una motivación extra para que ellos quieran arreglar.
Pero ese no es el conflicto. Supongamos que se cansan de nosotros, de nuestras quejas y gritos y que nos perdonan la deuda: ¿la Argentina resuelve sus problemas? Claramente, no, porque seguimos teniendo déficit fiscal y vamos a tener que ajustarnos para financiarlo.
“El FMI tiene prestados US$130.000 millones, de los cuales US$43.000 millones los tenemos nosotros; eso es una motivación para que ellos quieran llegar a un acuerdo”
La discusión de fondo es quién hace ese ajuste. ¿La política? ¿Los contribuyentes? ¿Los subsidios? Respuesta simple: lo de siempre, la sobreemisión de dinero y el gran déficit generado lo financian la licuación de las jubilaciones y el ingreso de los asalariados por el impuesto inflacionario. Recauda el Estado y lo paga el menor poder de compra de sus ciudadanos.
Endeudarse no es malo, permite acelerar un proceso de crecimiento. Lo malo es malgastar el dinero conseguido. La Argentina, en cada gestión, agrega millones de dólares a la deuda, incluso con esta gestión casualmente la misma cantidad que refleja su déficit fiscal. Tomamos deuda, no para mejorar nuestra infraestructura, sino para repagar la deuda anterior más los nuevos desequilibrios generados por gastos ineficientes. Nunca nos desendeudamos, solo incumplimos una parte vía quitas de capital o de intereses. Siempre paga el ciudadano con una pérdida de calidad de vida.
Todos los días en la selva nace un león que, si no aprende a correr a una gacela, muere de hambre. Todos los días en la selva nace una gacela que, si no aprende a correr, termina siendo cazada por el león. En los mercados conviven leones y gacelas y cada uno conoce su identidad.
Nuestro problema es que queremos ser gacelas y leones al mismo tiempo.
“Somos los más baratos del vecindario y eso puede ser una oportunidad, pero también es una clara señal de que hacemos las cosas muy mal”
Tim Harford, un economista inglés, plantea un interesante acertijo: si quiero saber cómo le va a un barrio cerrado, a un country o a una ciudad, haciendo una sola pregunta, me doy cuenta de cómo le va a la mayoría de sus habitantes o vecinos en materia de seguridad, salud, educación de sus hijos, cómo es su convivencia... Todo puedo saberlo con una sola pregunta. ¿Cuál es? Simple: ¿cuánto vale el metro cuadrado? Con ese solo ese dato me entero de todo.
Si en un lugar el metro cuadrado está a 4000 dólares comprador y en otro está a 200 dólares vendedor, ya sé quién se siente mejor en materia de seguridad, de salud, etcétera. Los precios son un idioma en el que se expresan la confianza y las expectativas.
Si revisamos el valor de nuestras empresas, de nuestro crédito (nuestro país paga 10 veces más de tasa de interés que Perú o Colombia para obtener algo de dinero), el valor de nuestro salario, de nuestras propiedades, no hace falta preguntarnos si estamos viviendo bien.
Somos los más baratos del vecindario y eso puede ser una oportunidad, pero también es una clara señal de que estamos haciendo las cosas muy mal y, encima, responsabilizamos a otros. Queremos cazar como el águila, pero nos enredamos como el cuervo.
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