Tarea para el G-20: encontrar una (o varias) alternativas al dominio del dólar
Más de 60 años después de que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial diseñaran las nuevas reglas cambiarias en Bretton Woods, New Hampshire, y más de 30 años después de que Richard Nixon pusiera punto final a ese sistema, comienza la búsqueda de una nueva manera de administrar las tensiones derivadas del tipo de cambio.
Hay, sin embargo, más acuerdo sobre las debilidades del actual régimen, en el cual las divisas se transan en forma relativamente libre, que sobre un sustituto.
El último brote de angustia provino de la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de emitir US$600.000 millones de dólares para comprar bonos del Tesoro. Un probable coletazo de la medida es el debilitamiento del dólar.
A pesar de los esfuerzos del presidente de la Fed, Ben Bernanke, por explicar que la decisión busca fortalecer la economía estadounidense para beneficio de todos, las críticas han arreciado, desde la política republicana Sarah Palin hasta el primer ministro de Luxemburgo. Y eso fue solamente el lunes. Los gobiernos de todo el mundo, anticipándose a la cumbre del Grupo de los 20 en Seúl, se han sumado a los fuegos artificiales retóricos.
El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, un veterano de ambos gobiernos del ex presidente George W. Bush, saltó al ruedo el lunes con un llamativo editorial en el Financial Times que insinúa una especie de vuelta al futuro: atar las monedas del mundo al oro. Aunque un retorno al patrón oro es improbable y, en opinión de los académicos que consideran sus rigideces como un factor que contribuyó a la Gran Depresión de los años 30, imprudente, la sugerencia deja en evidencia un extendido malestar con la estructura actual.
En su raíz, el problema es que el uso del dólar para toda clase de intercambio comercial, desde los bonos hasta el petróleo, otorga a la moneda un rol extraordinario y vuelve a la economía mundial más vulnerable a la política monetaria estadounidense. Como lo expresó en un momento el secretario del Tesoro de Nixon, John Connolly: "La moneda es nuestra, el problema es de ustedes".
Los franceses, que el próximo año presidirán el G-20, prometieron diseñar una alternativa. "A todos nos interesa que Estados Unidos continúe creciendo, pero todos somos conscientes de sus responsabilidades y nadie quiere una volatilidad excesiva en los mercados cambiarios", dijo un portavoz del Palacio del Elíseo a los periodistas. Una solución, señalan los franceses, es diversificar las reservas globales para hacerlas menos dependientes del dólar y crear "un nuevo marco de coordinación".
En 1969, en medio de otra ronda de tensiones cambiarias, se crearon los derechos especiales de giro, que son supervisados por el Fondo Monetario Internacional. Pero el uso de este sustituto del dólar es muy limitado fuera de las transacciones oficiales.
En 1971, Nixon acabó con la relación entre el dólar y el oro y, con el tiempo, surgió un nuevo régimen en el que los mercados, con intervenciones ocasionales de los bancos centrales, determinan el valor de una moneda en todas las grandes economías, salvo la de China.
El debate de hoy y la especulación respecto al declive de EE.UU. como superpotencia llevan a predicciones de que el dólar inevitablemente dejará su rol como moneda de reserva mundial. Hasta ahora, no obstante, no parece haber una mejor alternativa. Los mercados no confían en que el euro vaya a existir dentro de diez años, el yen no es lo suficientemente líquido y los chinos están dudando respecto a asumir los forcejeos que acompañan el uso de la moneda de un país como una reserva de valor y un medio de intercambio en todo el mundo.
Barry Eichengreen, un historiador de la economía de la Universidad de California en Berkeley argumenta que el mundo puede terminar con más de una moneda totalmente internacional. La vieja lógica de que los importadores y los exportadores quieren una moneda común y que tanto los gobiernos como los inversionistas privados usarán la divisa más líquida en los mercados, está pasada de moda, asevera.
La idea de que los importadores, los exportadores y los operadores de bonos necesitan usar la misma divisa "tiene menos peso en un mundo donde todos tienen un teléfono celular y pueden comparar cotizaciones en tiempo real", señala. La economía global es ahora tan grande "que hay espacio para mercados líquidos y profundos en más de una moneda", insiste.
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