Talento argentino: el país que siempre llegó tarde, aún está a tiempo
La Cuarta Revolución Industrial comenzó a gestarse por el año 1995, con el lanzamiento del Windows 95 como referencia histórica. En los últimos 10 años ese proceso ha vivido una aceleración tal que el mundo en el que vivimos hoy, poco tiene que ver con el que vivimos hace 5 o 10 años. Y, probablemente, ese cambio sea más dramático aún en los próximos 10 o 20 años. Imposible imaginar cómo será dentro de 50.
Quizás por lo aislado de nuestro territorio, quizás por la volatilidad de nuestras normas, lo cierto es que nuestro país ha llegado tarde a distintos procesos histórico-económicos globales. Desde el comienzo de nuestra historia como nación, en los albores del siglo XIX, la Argentina llegaba tarde al proceso de independencia que Estados Unidos había empezado 40 años antes y al de organización nacional que la misma nación había sellado con la firma de su Constitución en el año 1789: la Argentina lo haría recién en 1853 con una Constitución Nacional que sufriría tres reformas más antes de terminar el siglo.
Luego, hacia finales de ese mismo período de 100 años, la Argentina llegaba tarde al proceso de inmigración que vivió el mundo en todo el Siglo XIX. Para cuando nos sumamos a esa "moda" los flujos migratorios habían bajado y, si bien permitieron engrosar los números de población, ocupar el territorio y dar forma a nuestra cultura, no tuvieron el volumen que sí vivieron otros países como Estados Unidos o Brasil, para seguir la línea de ejemplos anteriores.
La Revolución Industrial, sin dudas, nos ha sido esquiva. Con varios intentos en nuestro haber, con políticas más o menos acertadas, pero ninguna del todo exitosa, la Argentina no ha logrado hacer de la industria el motor de su economía, a excepción de algunos sectores que han logrado industrializar su producción: como el agro, la siderurgia y la vitivinicultura, entre otros. Desde el siglo XX hasta hoy, hemos vivido una enorme volatilidad de normas y regulaciones, a veces promercado, a veces proteccionistas; a veces conectada con el mundo y a veces de "vivir con lo nuestro"; a veces de recepción de inversión extranjera directa y a veces de cepos y controles de divisas.
A pocos años de cerrar el primer cuarto del siglo XXI, la Argentina vive una oportunidad inédita. Estamos ante la posibilidad de desarrollar una industria que reúne todos los requisitos que nuestro país ha buscado en todos los anteriores casos, siempre con magros resultados: requiere poco capital, puede generar un flujo enorme de divisas provenientes de sus exportaciones, puede generar miles de puestos de trabajo bien remunerados y contamos con profesionales de enorme talento y formación. Algo que, sin duda alguna, debemos a una de las pocas políticas que nos identifican a prácticamente todos los argentinos: la educación pública y de calidad.
Estoy hablando de la industria del software.
La Argentina es el país con más unicornios por cada 1000 habitantes de la región, con cinco empresas que superan el benchmark de U$S1.000 millones de valuación y cinco más que están en camino. Brasil, un país con más de 200 millones de habitantes, tiene 13. Ni hablar de Mercado Libre, la empresa más valiosa de la región y una de las de mayor crecimiento en el mundo.
El talento argentino es buscado y muy bien remunerado en todo el mundo por las principales empresas tecnológicas, pero también por las startups más disruptivas que existen, en los rubros más diversos que se puedan encontrar: fintech, agtech, insurtech, nanosatélites, gaming, etc. Lo increíble de esta industria y su principal diferencial con todas las otras que hemos intentado desarrollar, es que necesita poco y nada del Estado: solamente que la dejen trabajar en paz, que no sean abrumadas con carga impositiva y que los pocos beneficios que se otorguen estén orientados a la formación de nuevos profesionales y no a engrosar bolsillos de sus fundadores o CEO´s.
Me permito así imaginar un futuro cercano en el que el Estado Argentino entienda, al menos para este sector tan particular como expansivo, que regular no es prohibir ni tributar, sino colaborar. Imagino un Estado Argentino como socio comercial de los Mercado Libre, Globant, Auth0, Olx, Despegar, Techsys, Etermax, Satellogic, Moova, Agrofy y Ualá, en su cruzada por acercarnos a la revolución tecnológica que vive el planeta.
¿Imaginan lo que sería un Estado Argentino que colabore con, por ejemplo, la empresa de Marcos Galperín, para disputar mano a mano el mercado del ecommerce global a Jeff Bezos? ¿Que la empresa más valiosa del continente enarbole la bandera argentina con el máximo orgullo y no busque refugiarse en otros países sólo por sus esquemas tributarios más benevolentes?
Somos muchos que ya lo estamos haciendo, y queremos trabajar por ello, porque nos resulta fascinante y esperanzador.
*El autor es abogado especializado en Economía y Finanzas
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