Sufrir en el trabajo por un buen sueldo
Qué es lo que sucede cuando un empleado sólo se queda en la compañía por un tema salarial, pero está en un puesto que no le gusta o que no le resulta estimulante
¿Cuál es el límite que la insatisfacción laboral puede tolerar a cambio de una suculenta recompensa monetaria? La respuesta no es precisa. No podría serlo. La (creciente) diversidad de ejecutivos del mercado laboral conlleva un abanico tan amplio de alternativas como perfiles profesionales existen.
Necesariamente el análisis debe entonces aterrizar en los motivos por los cuales un profesional selecciona un empleo o descarta otro. ¿Qué valora? ¿Qué lo incentiva? ¿En qué orden?
En un extremo pues existe un grupo, materialista, para el cual la retribución económica dicta el rumbo de su carrera: dónde, cuándo y qué hacer están sujetos al bono más atractivo. Money talks (el dinero habla). En la misma línea, los motivos extrínsecos pueden también cobrar forma de un reconocimiento social o del prestigio profesional derivado de un pomposo cargo en una gran multinacional. En definitiva, se mueven en función de lo que reciben del exterior.
Cierto es que otro gran conjunto de empleados se realiza laboralmente a través de la satisfacción que en ellos mismos produce cumplir un rol en el cual encuentran placer. Hacer lo que les gusta. Que supone una retribución pecuniaria, claro está. Pero que si no está lo primero, ese valor absoluto carece del mayor del sentido. Más allá, aún, están aquellos que son movidos laboralmente por el impacto que su tarea tiene en los otros; guiados por motivos trascendentes, buscan una contribución hacia un tercero por sobre el interés personal.
Desde la vereda de las organizaciones, estos motivos generan diferentes niveles de vínculos entre las mismas y sus empleados. Todos tan válidos como distintos. Desde el mero interés hasta la máxima identificación. Ergo, el ponerse la camiseta sólo podrá suceder cuando coincidan ambas partes. Cuando lo que a mí me motive sea congruente con lo que la empresa ha pensado y diseñado para mí. En definitiva, cuando prime la coherencia entre mis intereses y valores, y los que la compañía promueve y fomenta.
Si esto se da no habrá –o mejor– no tendrá cabida el tener que soportar una tarea ingrata o un sueldo escaso. De lado podrá quedar el juicio de valor sobre qué motivo es más noble para trabajar. Cada individuo podrá hacer su elección personal y recibir los beneficios y las consecuencias de esa opción. En lo más perfecta de esa alineación entre motivos y recompensas radica la clave de una carrera profesional estimulante.
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