Statu quo o reforma: el dilema de China para seguir creciendo
BEIJING—Las últimas señales de desaceleración en China ponen de manifiesto el dilema que afrontan los próximos líderes del país: pueden apuntalar la expansión insistiendo en un modelo agotado o asumir una arriesgada apuesta política a reformas que podrían empeorar el bajón a corto plazo.
El reto, inusual para un gobierno comunista, consiste en poner más dinero en los bolsillos de sus consumidores, para tratar de resolver la creciente desigualdad en los ingresos, lo que ha aumentado el desequilibrio en el crecimiento.
La expansión interanual de 7,4% del Producto Interno Bruto que registró China en el tercer trimestre es la tasa de crecimiento más débil desde principios de 2009 y el séptimo trimestre consecutivo de declive. Con todo, aquellos que esperan un "aterrizaje suave" en China, cada vez más importante para la salud de la economía global, son optimistas en vista de algunos indicios de estabilización. La producción industrial, las exportaciones y la inversión aumentaron en septiembre. El empleo también se mantuvo firme.
Eso plantea la cuestión para el gobierno de si debe usar sus herramientas tradicionales para apuntalar la economía u optar por un modelo de crecimiento sostenible centrándose más en el gasto de los hogares y menos en la inversión y las exportaciones.
Los métodos usuales para impulsar el crecimiento —recortar las tasas de interés y elevar la inversión— podrían exacerbar las desigualdades económicas, incrementando los retornos sobre la inversión a costa de los salarios y el gasto de los hogares.
Repartir los beneficios del crecimiento chino significa desafiar a algunos de los grupos políticos más poderosos del país: funcionarios locales que salen ganando cuando sus gobiernos se enriquecen con tierras compradas muy baratas a los agricultores, y las empresas estatales cuyos escasos impuestos se traducen en menos dinero para los programas sociales.
Reformar el sector estatal para que las empresas operen de un modo más comercial podría costar hasta cuatro millones de empleos, conforme las compañías se achican y se desprenden de funciones políticas y subsidios, advirtió Minxin Pei, un experto en China en el Claremont McKenna College. "No sería una privatización; sería una despartidización", añadió.
En la última década, los salarios han ido aumentando en China, pero las élites políticas se han aprovechado desproporcionadamente de un sistema que enriquece a los más cercanos al centro de poder.
El problema es que lo que es bueno para las élites ya no es bueno para China: la creciente desigualdad se interpone en el camino hacia la ansiada meta de cambiar el modelo de crecimiento para que dependa más del consumo interno.
"Para conseguir (reformas) realmente grandes, hay que redistribuir los ingresos", señaló Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional.
Según una reciente encuesta de los ingresos por hogar en China, el 10% más rico controla 56,9% del ingreso familiar y 84,6% de la riqueza por hogar, "un nivel de desequilibrio que sólo se ve en algunos atribulados países de África", dijo Gan Li, un profesor de la Universidad Texas A&M que dirigió el estudio.
La mayor desigualdad también hace más difícil protegerse contra lo que les ha pasado a otras economías estrella de antaño que no lograron avanzar hasta los rangos de países ricos. El boom económico de Brasil se estancó en los 80 y 90, por ejemplo, conforme el país se dividía entre ricos y pobres, algo que algunos temen que pueda repetirse en China.
Fortalecer los hogares de ingresos bajos y medianos es económicamente importante porque estos gastan una mayor proporción de su ingreso que sus contrapartes acaudaladas. La tasa de ahorro para el 10% de los hogares urbanos más ricos es de 38%, frente a 27% para aquellos de ingresos medios y de 8% para el 10% más pobre.
Intentar solucionar la desigualdad requeriría medidas como proteger los derechos de los agricultores sobre sus tierras, concederles la residencia urbana a trabajadores migrantes y combatir la corrupción que enriquece a las élites.
Según la organización Transparencia Internacional, China ocupa el puesto 75 en la lista de países más corruptos del mundo, justo por encima de Colombia. Un estudio de 2008 de Wang Xialou de la Fundación de Reforma China halló que el 10% de los hogares más ricos tenía un ingreso promedio anual per cápita de 139.000 yuanes, tres veces mayor que lo que sugiere el gobierno. Algunos detractores criticaron el estudio de Wang, señalando que había utilizado una muestra poco representativa.
El presidente, Hu Jintao, y el primer ministro, Wen Jiabao, que dejarán sus cargos en noviembre, prometieron una sociedad más "armoniosa". Pero las políticas que atribuían retornos a las inversiones y mantuvieron los salarios en niveles mínimos perpetuaron la brecha de desigualdad. El consumo respecto al PIB cayó a 34% en 2011, frente a 44% en 2002.
Ahora, el reto de la reforma recaerá sobre quienes los sucedan, el vicepresidente Xi Jinping y el vicepremier Li Keqiang. Aun así, el director del banco central, Zhou Xiaochuan, ha reconocido en privado que llevará al menos hasta el tercer trimestre de 2013 configurar los cambios, reveló un representante estadounidense.
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