Hay que derrotar a los neokeynesianos con sustentabilidad
Soy macroeconomista, pero disiento de los dos sectores de más peso en la profesión en Estados Unidos: los neokeynesianos, que se centran en fortalecer la demanda agregada, y los que anteponen la oferta y se centran en la reducción de impuestos. Ambas escuelas han intentado y fracasado en el esfuerzo por superar el persistente mal desempeño de las economías de altos ingresos en los últimos años. Es hora de una nueva estrategia, basada en crecimiento sustentable motorizado por la inversión.
El desafío central de la macroeconomía es asignar los recursos de la sociedad para su mejor uso. Quienes quieran deberían encontrar empleo; las fábricas deberían utilizar su capital eficientemente, y la parte del ingreso que se ahorra en vez de consumirse debería invertirse para mejorar el bienestar futuro.
Es frente a este tercer desafío que tanto los neokeynesianos como los que privilegian la oferta han fallado. Las mayoría de los países de altos ingresos no logran invertir sabiamente. Ya sea en la inversión local o en la internacional, el mundo se queda corto.
La inversión local tiene varias formas: la empresaria, la de los hogares y la de los gobiernos en la gente (educación, capacitación), conocimiento (investigación y desarrollo) e infraestructura (transporte, energía, agua y resistencia al clima).
El enfoque neokeynesiano intenta fortalecer la inversión local. Así, se ha intentando promover una mayor inversión en vivienda con tasas de interés muy bajas, en compras de autos con préstamos securitizados, y en proyectos de infraestructura por medio de programas de estímulo de corto plazo. Cuando el gasto en inversión no se da por aludido, recomiendan que convirtamos el "exceso" de ahorro en otra corrida de consumo.
En cambio, quienes privilegian la oferta quieren promover la inversión privada con rebajas de impuestos y desregulaciones. Lo han intentado en varias ocasiones en EE.UU. Desgraciadamente el resultado de una de estas desregulaciones fue una burbuja inmobiliaria de corta duración.
Aunque la política alterna entre los partidarios de la oferta y el entusiasmo neokeynesiano, la realidad persistente es una significativa caída de la inversión como porcentaje del PBI en la mayoría de los países de altos ingresos. Según el FMI, la inversión bruta en estos países declinó de 24,9% en 1990 a 20% en 2013. En EE.UU. cayó de 23,6% del PBI en 1990 a 19,3% en 2013, y bajó más marcadamente en términos netos (inversión bruta menos la depreciación del capital). En la Unión Europea, cayó de 24 a 18,1% entre 1990 y 2013.
Ni los neokeynesianos ni los partidarios de la oferta se centran en los verdaderos remedios. Nuestras sociedades necesitan urgentemente más inversión, en particular para convertir la producción muy contaminante en economías sustentables basadas en el uso eficiente de los recursos naturales. Tales inversiones requieren pasos complementarios entre los sectores público y privado. Las inversiones necesarias incluyen el despliegue a gran escala de energía solar y eólica; adopción de transporte eléctrico; edificios eficientes en el uso de energía y redes para llevar energía renovable a largas distancias.
Pero hoy los sectores públicos en EE.UU. y Europa están en una verdadera "huelga de inversión". Los gobiernos reducen la inversión pública en nombre del presupuesto equilibrado, y los privados no pueden invertir de modo robusto y seguro en energía alternativa cuando hay incertidumbre.
Tanto los neokeynesianos como los partidarios de la oferta han malinterpretado la parálisis de la inversión. Los neokeynesianos ven la inversión, pública y privada, como otro tipo más de demanda agregada. No promueven las decisiones de política pública necesarias para el desarrollo de sistemas energéticos e infraestructura. Ni impulsan la inversión inteligente y sustentable.
Los partidarios de la oferta parecen estar ciegos a la dependencia de la inversión privada de la pública y de una política clara. Promueven reducir drásticamente el gasto estatal, creyendo ingenuamente que el sector privado llenará el vacío. Pero al recortar la inversión pública traban la privada.
Los productores de electricidad privados, por ejemplo, no invertirán en la generación de energía renovable a gran escala si el gobierno no tiene políticas de largo plazo para el clima y la energía.
Por otra parte, ni los neokeynesianos ni los partidarios de la oferta hicieron muchos esfuerzos por mejorar las instituciones de las finanzas para el desarrollo. En vez de aconsejar a Japón y China que suban sus tasas de consumo, los economistas harían mejor en alentar a estas economías a usar su alto nivel de ahorro para financiar no sólo inversiones locales, sino en el extranjero.
Estas consideraciones son razonablemente claras para cualquiera preocupado con la urgente necesidad de armonizar el crecimiento económico con la sustentabilidad ambiental.
© Project Syndicate 2014
El autor es director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia
Traducción de Gabriel Zadunaisky
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