Los desacuerdos entre economistas son un signo saludable
La Iniciativa sobre Mercados Globales, con sede en la Universidad de Chicago, realiza una encuesta periódica a economistas académicos de primer nivel con diferentes ideas políticas. En la última edición, se les preguntó si creían que el plan de estímulo del presidente Barack Obama había ayudado a reducir el desempleo en Estados Unidos.
El plan, conocido como ley de reinversión y recuperación de Estados Unidos, de 2009, implicó más de US$ 800.000 millones de gasto en infraestructura, educación, salud, energía, incentivos fiscales y programas sociales. Fue una clásica respuesta keynesiana implementada en medio de una crisis económica.
La opinión fue casi unánime. Treinta y seis de los 37 importantes economistas que respondieron a la encuesta dijeron que el plan había logrado su objetivo de bajar el desempleo. Justin Wolfers, economista de la Universidad de Michigan, celebró el consenso en su blog en The New York Times y lamentó que el virulento debate sobre la efectividad del plan de estímulo fiscal haya perdido toda conexión con aquello que los expertos saben y en lo que están de acuerdo.
Es cierto que los economistas coinciden en muchas cosas, y algunas de ellas son políticamente controvertidas. En 2009, Greg Mankiw, economista de Harvard, elaboró una lista con diversas tesis apoyadas por al menos un 90% de los economistas. Entre ellas: imponer aranceles y cuotas a las importaciones reduce el bienestar económico general; el control de alquileres baja la oferta de vivienda; la flotación cambiaria permite un sistema monetario internacional eficaz; Estados Unidos no debe impedir que las empresas relocalicen puestos de trabajo a otros países, y la política fiscal estimula la economía cuando no hay pleno empleo.
Esos consensos parecen contradecir la percepción general de que los economistas rara vez se ponen de acuerdo.
Hay muchas cuestiones de política pública que sin duda son objeto de un encendido debate. ¿Cuál debe ser la máxima tasa impositiva? ¿Hay que elevar el salario mínimo? ¿Qué es mejor para reducir el déficit fiscal: aumentar los impuestos o recortar el gasto? ¿Las patentes alientan o impiden la innovación? Sospecho que si se hiciera una encuesta sobre estos temas no habría mucho consenso.
El acuerdo entre economistas puede ser bueno o malo. A veces es inocuo, como cuando nos advierten que hay que tener siempre en cuenta los incentivos. ¿Quién podría disentir? A veces, se limita a un caso particular y se basa en evidencia obtenida después del hecho: sí, el sistema económico soviético era enormemente ineficiente; claro, el plan de estímulo fiscal de Obama en 2009 redujo el desempleo.
Pero cuando se crea consenso en torno de la aplicabilidad universal de un modelo determinado, cuyos supuestos fundamentales probablemente no se cumplan en muchos contextos, tenemos un problema.
La tesis de que las barreras comerciales reducen el bienestar económico ciertamente no es válida en todos los casos, ya que no se cumple si se dan ciertas condiciones. Además, requiere que los economistas hagan juicios de valor sobre los efectos distributivos, algo que es mejor dejárselo al electorado.
La tesis de que el control de alquileres reduce la oferta de vivienda no se cumple en condiciones de competencia imperfecta. Y la tesis de que la flotación cambiaria es un sistema eficaz depende de supuestos sobre el funcionamiento de los sistemas monetarios y financieros cuya validez está en duda; sospecho que si hoy se hiciera una encuesta sobre esto, habría mucho menos consenso.
Puede ser que los economistas tiendan a coincidir en que ciertos supuestos se aplican al mundo real la mayoría de las veces. O que piensen que un conjunto de modelos funciona mejor "en promedio" que otro. Aun así, cuando dan su apoyo a tal o cual tesis, ¿no deberían incluir las debidas salvedades?
Los economistas suelen confundir un modelo con el modelo. Y en esos casos, que haya consenso no es para celebrar.
De ese consenso pueden derivarse dos clases de perjuicios. En primer lugar, errores de omisión: cuando los puntos ciegos del consenso impiden a los economistas ver problemas que habrá más adelante. Un ejemplo reciente fue cuando no se dieron cuenta de la peligrosa confluencia de circunstancias que produjo la crisis financiera global.
Luego están los errores de comisión: cuando la fijación de los economistas con un modelo particular del mundo los hace cómplices de la implementación de políticas cuyo fracaso era previsible. A esta categoría pertenece la defensa de los economistas a las políticas neoliberales del Consenso de Washington y a la globalización financiera. No se tuvieron en cuenta serias complicaciones que habría.
El desacuerdo entre economistas es saludable. Refleja que la disciplina abarca una colección de modelos muy variada, y que emparejar la realidad con el modelo es una ciencia imperfecta con amplio margen de error. Es mejor mostrar esta incertidumbre que una falsa sensación de seguridad basada en la apariencia de un conocimiento infalible.
El autor es profesor del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton
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