Fondos para ganar batallas contra la enfermedad y la muerte
Uno de los mayores éxitos de la ayuda al desarrollo en el pasado decenio ha sido el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. Ha salvado millones de vidas y ha ayudado a países a superar tres enfermedades epidémicas. Ahora hay un llamado a gobiernos y al sector privado del mundo para lograr otros tres años de financiamiento. Y los gobiernos decidirán ese fondeo suplementario a comienzos de diciembre, en Washington.
En 2000, la epidemia de VIH/sida estaba devastando a los países más pobres, en particular en África. Ya existían medicamentos retrovirales que se usaban en países ricos, pero eran demasiado caros para los pobres. Otras dos importantes enfermedades mortales, el paludismo y la tuberculosis, también resurgían. Las muertes por paludismo aumentaban vertiginosamente, en parte porque los sistemas de salud de los países pobres carecían dramáticamente de la financiación adecuada, y en parte porque el parásito del paludismo se había vuelto resistente a los medicamentos habituales. Sin embargo, las posibilidades de lucha contra el paludismo estaban mejorando, gracias a tecnologías nuevas: mosquiteras de camas tratadas con insecticidas de larga duración para prevenir las picaduras de mosquitos; diagnósticos mejores para descubrir las infecciones, y una nueva generación de medicamentos.
También la tuberculosis estaba desbocada y había una morbilidad enorme en Asia y África. La bacteria se había vuelto resistente a los medicamentos tradicionales.
En 2000, los países ricos no adoptaban medidas suficientes para luchar contra el sida, la tuberculosis y el paludismo. Las corrientes de ayuda eran reducidas. En esa época, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) me encargó que ayudara a reunir a los ministros de Hacienda y de Salud para ver qué se podía hacer.
Nuestro grupo asesor, conocido como Comisión sobre Macroeconomía y Salud, aconsejó que los países ricos aumentaran la ayuda en materia de atención de salud a países pobres, incluidas medidas para luchar contra el sida, la tuberculosis y el paludismo.
La ex primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland, notable directora general de la OMS en ese entonces, apoyó la recomendación. En la Conferencia Internacional sobre el Sida, celebrada en Durban (Sudáfrica), en julio de 2000, expliqué por qué era necesario un nuevo fondo. Y en 2001, el ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, lanzó un llamado convincente y persuasivo en pro de su creación.
Dirigentes del todo el mundo respondieron y al cabo de unos meses había nacido el Fondo Mundial. En los círculos internacionales dedicados a la atención de la salud había gran entusiasmo, pero también frustración y desconcierto, porque los oponentes y críticos de la ayuda externa empezaron a oponerse al aumento de la financiación. Varios economistas se opusieron rotundamente. Sostuvieron, basándose más en la ideología del libre mercado que en pruebas documentales, que la ayuda externa siempre fracasa.
Por fortuna, los dirigentes del mundo escucharon a los especialistas en atención de salud y no a los escépticos. El gobierno del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, prestó un apoyo sólido e importante al Fondo Mundial y creó programas para luchar contra el sida y el paludismo.
El Fondo Mundial prestó apoyo para la distribución gratuita y en gran escala de mosquiteras, diagnósticos y medicamentos contra el paludismo, y las muertes comenzaron a disminuir. Se salvaron centenares de miles de vidas, principalmente de niños africanos. Se los liberó no sólo de la muerte, sino también de las infecciones debilitantes, lo que les permitió ir a la escuela y disfrutar de una vida más productiva en el futuro.
Lo mismo ocurrió con el VIH/sida y la tuberculosis. En 2010, más de seis millones de personas de los países en desarrollo recibieron el tratamiento antirretroviral contra el VIH/sida. La ayuda para la salud ha dado resultado. El mundo se ha beneficiado enormemente del triunfo de la generosidad, la profesionalidad, la decencia común y corriente y el sentido común.
Sin embargo, sigue la batalla por una financiación suficiente. Los escépticos repiten su cansina oposición. Resulta escandaloso que su fundamentalismo en materia de libre comercio (o simplemente oposición ideológica a cualquier ayuda) pueda cegarlos ante las necesidades y la eficacia de los métodos conocidos de los profesionales.
El Fondo Mundial necesita obtener por lo menos 5000 millones de dólares anuales en el próximo trienio. Parece probable que el gobierno de los EE.UU. aporte una tercera parte de esa cifra, si el resto del mundo entrega el resto. El Reino Unido formuló una sólida promesa y ahora se esperan anuncios de Alemania, Canadá, Australia, Japón y otros países de Europa, Oriente Medio y Asia.
De la decisión que adopten esos gobiernos dependerá que millones de personas de todo el mundo vivan o mueran.