Reglas mundiales para el capital
CAMBRIDGE.– Es oficial. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha puesto el sello de aprobación a los controles al capital, legitimando el uso de impuestos y otras restricciones sobre los flujos financieros transfronterizos. No hace tanto, el FMI presionaba duramente a los países para que abriesen sus finanzas al mundo. Ahora reconoce que la globalización financiera puede ser perjudicial e incluir crisis financieras y movimientos de divisas económicamente desfavorables.
Henos aquí frente a otro giro en la trama de la interminable saga de nuestra relación de amor y odio con los controles al capital.
Con el patrón oro clásico que se mantuvo hasta 1914, la libre movilidad del capital era sacrosanta. Pero la turbulencia del período de entreguerras convenció a muchos de que una cuenta de capital abierta es incompatible con la estabilidad macroeconómica. El nuevo consenso se reflejó en Bretton Woods en 1944, que consagró los controles del capital en los Artículos de Acuerdo del FMI.
A fines de los ’80, sin embargo, volvió el amor por la movilidad del capital. La Unión Europea determinó en 1992 la ilegalidad de los controles. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico obligó a sus nuevos miembros a mantener los flujos libres de restricciones, preparando así el camino para las crisis financieras mexicana de 1994 y surcoreana de 1997. El FMI adoptó esa agenda sin reservas y sus líderes procuraron enmendar los Artículos de Acuerdo para otorgar al FMI poderes formales sobre las políticas de la cuenta de capital en sus estados miembros.
Mientras las víctimas de las finanzas mundiales fuesen los países en desarrollo estaba de moda culpar a la víctima. El problema eran las políticas locales, no la globalización financiera. Mantener esta línea argumental se tornó más difícil cuando los países avanzados fueron víctimas de la globalización financiera en 2008. El reconocimiento del FMI sobre lo adecuado para los países de protegerse contra estos patrones es bienvenido y dista de anticiparse a los hechos.
Pero no debemos exagerar el grado del cambio de parecer en el FMI, que aún considera la libre movilidad del capital como un ideal en el que convergerán eventualmente todos los países. El FMI trata los controles de capital como un último recurso que debe implementarse en circunstancias muy específicas. Entonces, no existe nada remotamente comparable a los controles de capital y la forma de mejorar su eficacia. Esto refleja un excesivo optimismo en dos frentes: en primer lugar, respecto de la capacidad de lograr una sintonía fina de las políticas para atacar directamente las fallas subyacentes que generan la inseguridad financiera mundial; y, en segundo lugar, sobre el grado en que la convergencia de las normas financieras locales atenuará la necesidad de administrar los flujos transfronterizos.
El primer punto puede entenderse mejor utilizando una analogía con los controles de armas. Las armas, como los flujos de capital, tienen usos legítimos, pero también pueden producir consecuencias catastróficas cuando se las utiliza accidentalmente o llegan a las manos equivocadas. Si bien lo ideal sería disciplinar el comportamiento, en lugar de regular el flujo de capitales (o la venta de armas), lo "segundo mejor" en este mundo de hoy es regular ciertas transacciones.
La segunda complicación es que, en vez de converger, los modelos locales de regulación financiera se multiplican. Sobre la frontera de eficiencia de la regulación financiera se debe considerar el intercambio entre la innovación y la estabilidad financiera. Cuanto más queremos de una, menos podemos tener de la otra. Algunos países optarán por una mayor estabilidad, imponiendo a sus bancos duras restricciones sobre el capital y la liquidez, mientras que otros fomentarán una mayor innovación y adoptarán normas más flexibles. La libre movilidad del capital presenta una grave dificultad en este caso. Los prestamistas y prestatarios pueden recurrir a flujos financieros transfronterizos para evadir los controles locales y erosionar la integridad de las normas locales. Para evitar un arbitraje regulatorio de ese tipo los reguladores locales pueden verse obligados a tomar medidas contra las transacciones financieras originadas en jurisdicciones con normas menos estrictas.
Un mundo en el que los países regulan las finanzas de manera diferente requiere normas de tránsito para administrar la intersección de las diferentes políticas nacionales. Suponer que todos los países convergerán en el ideal de la libre movilidad del capital nos distrae del duro trabajo que implica formular esas normas.
Traducción de Gabriel Zadunaisky
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