Sin gestión no hay solución
El escritor norteamericano Upton Sinclair decía, a manera de explicación a las dificultades del ser humano para adaptarse a un mundo que cambiaba rápidamente, que "no hay nada más difícil que explicarle algo a alguien cuando su salario depende de que no lo entienda", frase que viene a cuento, porque es lo que le pasa al Gobierno con la inflación: no quiere aceptar lo evidente para no tener que cambiar, aunque la realidad luego le pase su factura.
Acá, como en cualquier lugar del mundo, la inflación se sostiene sólo si está alimentada por la emisión de dinero. Los argentinos conocen esto tan bien que en los 80 acuñaron una denominación popular para el fenómeno: "usar la maquinita". Una expresión que no tiene correlato en ningún otro lugar del mundo y que resulta un testimonio lingüístico de nuestra adicción a la emisión inflacionaria.
Negar este diagnóstico tan simple (uno de los más demostrados y aceptados en la macroeconomía) ha llevado al Gobierno a intentar todo tipo de estrategias condenadas al fracaso: fijar las tarifas de los servicios públicos, mantener el tipo de cambio, lanzar programas del tipo "carne, pescado y tomates para todos", poner a militantes de La Cámpora a mirar fijo los precios a ver si se movían o no, y acusar -apretar- a los empresarios a los que parece que ahora (a Néstor no se lo hacían) se les ocurre subir los precios. Sin atacar las causas, todos estos intentos han fracasado. Y como la emisión se fue acelerando, la inflación siguió en alza.
Es que no tenemos un gobierno que gestione, sino un gobierno que gasta. Gastar, en contraposición a gestionar, es aplicar los recursos con poco provecho para quienes financian esas erogaciones. Así no alcanzan y nunca alcanzarán los recursos. De hecho, ni siquiera haber subido la carga impositiva más de 10% del PBI le fue suficiente a la Presidenta. La voraz máquina de apropiar recursos de los argentinos en la que se convirtió su mandato necesitó el año pasado de unos 100.000 millones de pesos extras que obtuvo, bueno? Justamente, usando la maquinita.
Pareciera que sólo Juan Carlos Fábrega, presidente del Banco Central, está dispuesto a dar batalla. Primero, aceleró la tasa de devaluación para evitar un creciente atraso cambiario que hacía estragos en muchos sectores y regiones; luego, dejó flotar el tipo de cambio, un régimen cambiario mucho más apropiado para la Argentina, aunque todavía no está claro cuánto se avanzó o se avanzará en ese sentido. También se animó a liberar algo el cepo, un verdadero lastre sobre la economía que debe eliminarse total y rápidamente, como argumentó Lucas Llach en este espacio la semana pasada. Finalmente, decidió atacar el problema de la emisión con una fuerte contracción monetaria, implementada a partir de una suba de casi 10 puntos en las tasas de interés de los títulos públicos colocados por la entidad, lo cual generó una inmediata absorción de pesos por la autoridad monetaria.
Pero como un lejano general sin posibilidad de reabastecimiento, su probabilidad de éxito, a pesar estos dramáticos esfuerzos, es escasa. Para que bajen las tasas de interés, la menor emisión debe darse en un marco en el que el Gobierno pueda generar un mínimo nivel de credibilidad, con el compromiso de una trayectoria consistente en su política monetaria (léase sin emisión excesiva). Pero en tanto no haya decisión de gestionar, se le seguirá exigiendo al Central una permanente y creciente transferencia de fondos frescos.
En este contexto, la jugada del presidente del Banco Central encierra importantes riesgos, no sólo para la actividad económica, sino también para el propio proceso inflacionario. Es que justamente lo que está haciendo es contrarrestar la emisión para financiar el déficit con colocación de deuda en el mercado financiero. El problema es que la alta tasa de interés que paga el Banco Central se convierte en un proceso de generación de inflación futura: si el Central ya colocó títulos por el equivalente a 30% de la cantidad de dinero, que pagan una tasa de 30%, habrá que emitir cerca del 10% de la cantidad de dinero... ¡Sólo para financiar estos intereses! Es un proceso conocido, tanto que en los 80 también le supimos dar un nombre: lo llamamos déficit "cuasi-fiscal" porque era un déficit originado en el Banco Central y no en el Gobierno. Lamentablemente, es un mecanismo que se retroalimenta (cuando la inflación sube, sube la tasa, y con ello automáticamente la emisión). Hace tres décadas esto fue responsable de un proceso inflacionario inestable y creciente.
En definitiva, todo se resume al mismo problema de siempre: un gobierno que ha aumentado el gasto sin gestión. Y mientras siga llamando "reacomodamiento de precios" a la inflación, "superávit" al déficit fiscal, "mercado único y libre de cambios" al cepo al dólar; mientras siga diciendo que fue el mercado y no el Gobierno el que devaluó, y siga llamando "industrialización" a la primarización de las exportaciones, y "soberanía energética" a la necesidad de importar gas, no parece darse el marco para que podamos anticipar que finalmente se va a gestionar. Como decía Upton Sinclair, entender los problemas implicaría aceptar la necesidad de cambiar.
El Gobierno no ha mostrado todavía la voluntad o la capacidad de hacerlo.
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