Siete razones para el pesimismo
Con los números de los primeros ocho meses cerrados, el año 2012 ya está jugado en términos de crecimiento. En agosto, la economía mostró una caída de 0,5% respecto de igual mes del año pasado, con lo cual, aun asumiendo una recuperación suave de acá a fin de año, se terminaría con un crecimiento nulo respecto de 2011.
Las perspectivas para 2013 tampoco son halagüeñas: el Gobierno va de restricción en restricción, coartando libertades económicas; lo que indica que el modelo (suponiendo que haya uno) está encontrando sus límites. En los últimos meses los índices de confianza caen tanto como la imagen de la Presidenta y de un gobierno cuya única respuesta consistente es apretar el cepo informativo.
Aun así, ha surgido en los últimos meses un consenso entre los economistas sobre que 2013 mostraría una recuperación de los niveles de actividad. El argumento se fundamenta en que con una mejor cosecha y precios para la soja, mayores exportaciones a Brasil y el no pago del Boden y el cupón del PBI, la economía tendría un extra de recursos externos de unos US$ 14.000 millones (3% del PBI), lo que, según dice el argumento, le permitiría al Gobierno liberar importaciones por igual magnitud, expandiendo la economía al reducir el impacto negativo que hoy las restricciones comerciales le imponen a la producción. Esta lógica sostiene proyecciones de crecimiento para 2013 que van entre un 2 y un 5 por ciento.
Mi impresión es que este razonamiento y por ende sus conclusiones son incorrectos. El Gobierno está generando desequilibrios muy fuertes, y no hay precio de la soja que compense los errores de política económica que se van acumulando. Un rápido repaso permite identificar siete factores depresivos sobre la actividad del año que viene.
El primero es el atraso cambiario, la madre de todos los problemas. El atraso cambiario ya se siente en el empleo (entre julio de 2011 y junio de 2012 se crearon 9000 puestos de trabajo, contra 279.000 puestos en el mismo período un año atrás). Y todos los indicios son que el esquema de la tablita cambiaria con alta inflación estilo Martínez de Hoz seguirá, con lo que el estancamiento del empleo está garantizado. Mientras el Gobierno declama el progresismo, copia las políticas económicas de la dictadura.
El atraso cambiario aumentará el desequilibrio externo, el que sumado al déficit energético implicará la necesidad de mantener los controles cambiarios con sus efectos nocivos sobre la producción.
Un tercer factor es el colapso de la inversión que se produjo por la expropiación de YPF y la prohibición de girar dividendos. Hoy, la inversión ya ha caído 2 puntos del PBI (la compra de bienes de capital un 21% en el primer semestre) y la perspectiva para 2013 no luce mejor, a pesar de que seguramente el BCRA obligará a los bancos a seguir prestando por debajo de tasas de mercado, descapitalizando la industria financiera y obligándola a recorrer el mismo camino de contracción que ya transitó la energética.
El cuarto factor es un fenómeno que llamamos en la jerga crowding out (efecto desplazamiento) y se refiere al fenómeno de que a medida que los fiscos provinciales y nacionales, sumando ahora a YPF, salen a buscar fondos en el mercado local, impulsan las tasas al alza absorbiendo recursos que antes se usaban para la inversión privada. Es clave en esta historia el papel negativo que juega YPF, que antes se financiaba internacionalmente y que ahora necesita del mercado local.
El quinto factor es que la política fiscal se revela procíclica. Así como fue fuertemente expansiva en el ciclo de crecimiento, hoy luce contractiva. No sólo en el gobierno nacional, que presupuesta un aumento del gasto de sólo 16%, sino sobre todo a nivel provincial, donde los ajustes ya son la norma.
El sexto factor recesivo es una voluntad extrema de atesoramiento (dólares en el colchón, soja en los silos bolsa, etcétera) que está directamente relacionada con la prima del mercado cambiario entre el dólar blue y el oficial, y que representa dinero que sale del circuito económico.
El último factor es el riesgo de una aceleración en los niveles de inflación. En octubre del año pasado la gente ya eligió no tener más pesos. La corrida fue controlada con el cepo cambiario, pero a medida que la gente encuentre maneras de reducir sus tenencias de pesos, la alta tasa de emisión se traducirá en inflación creciente y salarios reales en caída (aunque para el Gobierno habrá sólo aumentos salariales, porque la inflación no existe).
Sumando estos factores, es difícil pensar que en 2013 podamos tener una recuperación significativa de la economía. Aun asumiendo el efecto de la mejor cosecha el crecimiento del año que viene apenas superaría el 1% (y eso sin asumir ninguna corrección de los múltiples desequilibrios acumulados).
El problema es que de allí para abajo todo es posible. Cuando la Presidenta niega el cepo cambiario, niega la inflación o amenaza con fundir a quienes osan criticar la política, es claro que la Argentina entró en el reino donde cualquier cosa es posible. Y en la economía, como en la vida, tanta incertidumbre nunca es aconsejable.