Si tengo bienes, sé lo que tengo; si tengo pesos, no
Los aumentos de precios “por las dudas” no se originan en la supuesta “maldad” de los “especuladores”, sino en las dudas que los funcionarios producen en los agentes económicos; no se gana plata desabasteciendo
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Los funcionarios critican a quienes aumentan los precios “por las dudas”, sin plantearse la pregunta básica: ¿quiénes crean las dudas?
El panadero que a las 5 de la mañana tiene que decidir cuántas medialunas, palmeritas y caseritos tiene que tener listos para la venta cuando abra el local un par de horas más tarde tiene sus dudas: ¿podré vender todo lo que produzca, ya que elaboro bienes perecederos? Sus dudas derivan del hecho de que no celebró contratos con sus compradores, y por consiguiente observa cuánto vendió en la víspera y ajusta la producción en función del día de la semana, el pronóstico meteorológico, etc.
Sobre la base de su experiencia sabe cómo procesar estas dudas. Lo que no sabe, porque no puede imaginar, es qué se les va a ocurrir a los funcionarios, dada la peculiar forma que tienen para enfrentar los problemas. Por eso el panadero, entre otras cosas, aumenta los precios “por las dudas”. Todos los oferentes hacen lo mismo.
Mejor dicho, todos intentan hacer lo mismo, porque tienen que vender. No se gana plata desabasteciendo. Como medida unilateral, el desabastecimiento es una medida extrema, transitoria. Lo que puede ocurrir es que no se produzca por falta de insumos importados, que es otra cosa.
Porque tomamos decisiones sobre la base de lo que creemos que va a pasar, todos somos especuladores. El mecánico especula con que se me rompa el auto, el médico, con que me enferme y el plomero con que se me rompa un caño. ¡Menos mal que existen los especuladores!
¿Qué curso de maldad tomamos los argentinos que durante la década de 1990 no intentábamos sobrevivir aumentando los precios y ahora sí?
Un gobierno que pretenda conseguir resultados reales debería comenzar por reducir las dudas de productores, intermediarios, comerciantes, profesionales, consumidores, etc. ¿Qué curso de maldad tomamos los argentinos que durante la década de 1990 no intentábamos sobrevivir aumentando los precios y ahora sí?
El anuncio del lanzamiento de la “guerra” contra la inflación no ilusionó a nadie, por lo cual el discurso presidencial del viernes pasado tampoco desilusionó a nadie. Los argentinos soportamos inflación desde fines de la Segunda Guerra Mundial, aunque no siempre a las mismas tasas. Por lo cual sabemos casi todo: sabemos originarla, sabemos acelerarla y también sabemos cómo frenarla de golpe. Lo que todavía no sabemos es cómo mantener en el tiempo los resultados iniciales de los programas antiinflacionarios.
Nadie espera que el actual esfuerzo funcione; si lo hace, será una sorpresa agradable.
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