Si los niños sufren, sufre el país
Los niños son el recurso más importante de todos los países. Es así no sólo moralmente, sino también económicamente. Invertir en la salud, la educación y las aptitudes de los niños ofrece los mayores rendimientos económicos a un país. Un nuevo estudio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) muestra qué países de ingresos elevados están actuando bien a la hora de hacer esas inversiones y cuáles lo hacen deficientemente.
El informe Child Well-Being in Rich Countries ("El bienestar de los niños en los países ricos") adopta una concepción holística de la situación de los niños en los Estados Unidos, Canadá y Europa: 29 países en total. Los países que ocupan los primeros puestos en la clasificación, aquellos en los que los niños disfrutan de las mejores condiciones, son las socialdemocracias de la Europa occidental. Los Países Bajos encabezan la lista, seguidos por Noruega, Islandia, Finlandia, Suecia y Alemania.
En los últimos puestos nos encontramos con una gran sorpresa: los EE.UU., la economía mayor y más rica del mundo, ocupan el puesto 26°, seguidos por países mucho más pobres: Lituania, Letonia y Rumania. Francia y el Reino Unido se encuentran en el medio.
El estudio evalúa el bienestar de los niños en cuanto a las condiciones materiales (relacionadas con los niveles de ingresos de los hogares), la salud y la seguridad, la educación, el comportamiento peligroso (como, por ejemplo, un consumo excesivo de alcohol) y el medio físico, incluidas las condiciones de las viviendas. Aunque el estudio se limita a los países de ingresos elevados, los gobiernos nacionales –e incluso las ciudades– de otras partes del mundo deberían imitarlo para analizar el bienestar de sus niños.
Los desfases entre los países de la Europa septentrional y los Estados Unidos son los más reveladores. Los países de la Europa septentrional prestan en general apoyo económico a las familias para velar por que se críe a todos los niños en condiciones decorosas y ejecutan programas sociales ambiciosos para proporcionar servicios de guardería y enseñanza preescolar, primaria y secundaria de la mayor calidad. Y todos los niños están bien cubiertos por sistemas de atención de salud eficaces.
Los EE.UU., con su ideología individualista y de mercado libre, son muy diferentes. No hay demasiado apoyo económico a las familias. Los programas estatales brindan supuestamente una red de seguridad social, pero los políticos son, en realidad, indiferentes en gran medida al bienestar de los pobres, porque éstos acuden en menor número a votar y no financian las costosas campañas para las elecciones del país. De hecho, la documentación indica claramente que los políticos de los EE.UU. suelen escuchar y responder sólo a sus electores ricos. La supuesta red de seguridad ha sufrido las consecuencias consiguientes, como los pobres de los Estados Unidos.
Las diferencias entre las democracias sociales y los EE.UU. resultan evidentes en una categoría tras otra. En las socialdemocracias, menos del diez por ciento de los niños crecen en una pobreza relativa (es decir, hogares con menos de la mitad de los ingresos medios del país). En los EE.UU., la tasa de pobreza relativa supera el 20 por ciento.
Los niños americanos sufren mucho más de un peso inferior al normal al nacer (señal de gran peligro para la vida posterior), de obesidad en las edades de 11, 13 y 15 años y de tasas muy elevadas de fecundidad en la adolescencia. Hay unos 35 nacimientos por cada 1000 muchachas de entre 15 y 19 años de edad, frente a una cifra inferior a 10 por mil en los países de la Europa septentrional.
Los niños de los EE.UU. afrontan mucha más violencia en la sociedad que los niños de los demás países de ingresos elevados. Puede no ser de extrañar, pero es doblemente preocupante, porque la exposición de los niños a la violencia es una amenaza grave para su desarrollo físico, emocional y cognoscitivo. Las tasas de homicidio en los EE.UU. son unas cinco veces mayores que en la Europa septentrional.
Un aspecto fascinante del estudio de Unicef es su utilización de lo que ahora se llama "bienestar subjetivo", que consiste en preguntar a las personas directamente por la satisfacción sobre su vida. Ha habido muchos estudios recientes del bienestar subjetivo de los adultos en todo el mundo, pero no conozco investigaciones comparables en las que se preguntara directamente a los niños por su sensación de bienestar. Pregunta muy inteligente, por cierto.
Con respecto a ese tema, la documentación indica que los niños de la Europa septentrional agradecen en general sus notables ventajas. Se pidió a los niños que calificaran la "satisfacción sobre su vida" dentro de una escala de 0 a 11. En los Países Bajos, un notable 95% de los niños la calificó con seis o más. En los EE.UU. la proporción es muy inferior, en torno al 84 por ciento. Esas calificaciones subjetivas están también en estrecha correlación con la calidad comunicada por los niños de sus relaciones con sus semejantes y sus padres. Un 80%, más o menos, de los niños de los Países Bajos informaron que sus compañeros de clase eran "amables y estaban dispuestos ayudar", frente a tan sólo el 56% de los niños americanos.
Los costos para los EE.UU. de permitir que tantos de sus niños crezcan en la pobreza, con mala salud, con escuelas y viviendas deficientes son asombrosos. Una proporción escandalosa de ellos acaba pasando un tiempo en la cárcel, en particular en el caso de los niños pobres de color. Incluso los afortunados que no caen en la trampa del enorme sistema carcelario de los Estados Unidos con frecuencia acaban desempleados e incluso inempleables, por carecer de las aptitudes necesarias para conseguir y conservar un empleo decoroso.
Los americanos están ciegos ante esos errores desastrosos en parte por una larga historia de racismo, además de una fe equivocada en un "individualismo elemental". Por ejemplo, algunas familias blancas se han opuesto a la financiación pública de la educación, porque creen que el dinero de sus impuestos va destinado desproporcionadamente a ayudar a los estudiantes más pobres y de color.
Sin embargo, el resultado es que todo el mundo pierde. Las escuelas obtienen resultados deficientes; la pobreza sigue siendo elevada y las altas tasas consiguientes de desempleo y delincuencia imponen enormes costos financieros y sociales a la sociedad de los EE.UU.
Las conclusiones de Unicef son convincentes. Los altos ingresos nacionales no son suficientes para garantizar el bienestar de los niños. Las sociedades que tienen un profundo compromiso con la igualdad de oportunidades para todos sus niños –y que están dispuestas a invertir fondos públicos para beneficiarlos– acaban obteniendo unos resultados mucho mejores.
Todos los países deberían comparar las condiciones de sus jóvenes con las comunicadas por Unicef y usar los resultados para que contribuyan a destinar una inversión mayor al bienestar de sus niños. Nada puede ser más importante para la salud y la prosperidad futuras de cualquier sociedad.
© Project Syndicate 2013