Felices los que poco esperan, porque jamás serán defraudados
Sin duda, para mi generación la pérdida de Marcos Mundstock es un impacto de los que duelen y entristecen. Pero, al mismo tiempo, el recordarlo abre el rincón de las emociones y afloran esas sonrisas que vienen del alma.
Ahora sí, el placer de saludarlos y recibirlos en este espacio. La frase que titula la nota de esta semana es obviamente de Les Luthiers y ya, por sí misma, provoca dos observaciones. La primera: qué bueno cuando le adjudicamos más el mérito a un grupo o a un equipo que a una persona (qué linda enseñanza de los Luthiers para las nuevas generaciones). La segunda: la frase -y por eso la elijo- tratar de dar algo de ánimo que ayude a sobrellevar económicamente esta cuarentena.
Siempre repito que el mercado financiero se mueve por dos palabras: confianza y expectativas. El resto es verso. Y ambas se manifiestan a través del precio. Si confiás en un país, en una persona, en una marca o en un comunicador, estarás dispuesto a pagar un precio mayor. Si no confiás, por más que el precio sea más barato, preferirás dejar pasar la oportunidad.
Perú tiene los mismos o tiene más problemas que nosotros: mucha deuda, más desigualdad, menos recursos, y sin embargo, el resto del mundo le presta a un costo de menos del 3% anual. A nosotros no solo no nos prestan, sino que hoy estamos discutiendo si un bono posmegaquita vale 35% o 45% de su valor. La falta de credibilidad es peor que cualquier crisis circunstancial. Cuando te creen, te esperan. Cuando no te creen, ejecutan tu crédito a cualquier valor, porque prefieren menos dinero en mano que cualquier promesa de mejor pago para más adelante.
El verdadero problema es que la falta de credibilidad lastima más al futuro que al presente. Repetimos (como nuestros abuelos): "Nuestra moneda no sirve". Yo no sé si otras culturas siguen discutiendo los mismos temas durante 100 años. Yo no sé si otras culturas repiten los monólogos de Fidel Pintos, de Tato Bores, o de Les Luthiers y siempre parecen actuales, aunque hayan sido pensados hace más de 40 años.
¿Saben qué? Tenemos más exceso de pasado que visión de futuro, discutimos más de quién fue la culpa que las posibles soluciones. Les recuerdo que el "mercado" no tiene ni moral ni memoria; nosotros, sus participantes, somos los que tenemos memoria y moral (aunque moral dudosa y es por eso que nos condena nuestra memoria). Que los activos representativos de nuestro país, como los bonos e YPF, valgan un 25% de su valor habla de nosotros, de nuestra credibilidad.
Nuestra YPF vale el 10% de lo que pagamos cuando decidimos recomprarla unilateralmente, pagando incluso con bonos (Bonar 2024), que ahora estamos incumpliendo.
El metro cuadrado en una zona vale más que en otra por la confianza en materia de seguridad que inspira un barrio con respecto a otro. Si Warren Buffet compra un activo, eso inspira confianza; si un organismo público argentino compra un activo, eso despierta sospechas.
Amigos, la confianza no se compra. Se siente o no se siente.
Si se quiere controlar el dólar limitando la compra, solo se desalentará la venta y ganará el que menos escrúpulos tenga (el que opera en negro). Si se burocratiza todo el pedido de crédito formal, termina ganando el que menos escrúpulos tiene, el cuevero. Si se quiere controlar todos los precios, ganará el que menos merece ganar, el que esconde la mercadería para venderla en negro a otro valor (una vez más, gana el que menos escrúpulos tiene).
El precio es un estado de ánimo, no refleja el verdadero valor de un bien o de un servicio. Entiendo claramente la ley de oferta y demanda, pero en el fondo ambas se activan o desactivan por estados de ánimo.
Hoy un barbijo vale más que un barril de petróleo. Obvio que representa un estado de ánimo actual, por miedo, por inseguridad. Pero si tomo el costo de producción, la inversión y el riesgo que se debe asumir para obtenerlo, claramente es un precio circunstancial.
En crisis de pánico o miedo, la distorsión de precios es abismal. Ahora todos fabrican barbijos, y cuando termine la pandemia vamos a tener sobreoferta, pero nadie produce petróleo, y quién te dice que cuando la economía arranque tengamos un faltante, y otra vez las cosas valgan lo que deben valer. Gana el que compra valor a precio de crisis.
En crisis no gana el que más sabe ni el que más tiene, sino el más fuerte. Acaso, ¿cuánto vale el ultimo alcohol en gel en la última farmacia abierta? Intuitivamente uno responde: lo que pague el que más tiene; la respuesta es: se lo queda el más fuerte, porque si todos se avalanchan sobre el producto, o bien lo rompen o bien se lo queda el más fuerte. No hay valor, ahorro o conocimiento que valga.
La pandemia va a pasar. Vivimos mirando programas de tele donde nos dicen todo lo malo que nos va a ocurrir si salimos de casa, pero también todo lo malo que nos va a suceder si nos quedamos en casa y no producimos, porque no vamos a tener recursos para vivir después. O sea, si salimos nos morimos porque no hay infraestructura para atendernos; si nos quedamos luego nos vamos a morir de hambre. Lo bueno es que después, el comunicador con una sonrisa manda a la pausa para pasarnos avisos comerciales pidiendo que consumamos algo que, según ellos, no tendremos recursos para comprar, y que igual no podremos usar.
¿Saben qué? En lo personal me cansé un poco de todo esto, hasta de mí: me cansé de tratar de predecir lo impredecible. Prefiero aferrarme a la imagen de Marcos Mundstock diciendo: "Felices los que poco esperan, porque jamás serán defraudados".
Y ahora sí, llegó la parte positiva de la nota. Había una vez un señor desesperado por su suerte, que fue a consultar a un gurú, porque no encontraba la salida.
El señor le explicó con lágrimas a su gurú su desesperación: "Estoy arruinado, por la crisis económica me fui a vivir a un departamento de un ambiente con mi mujer y resulta que mi hija, también en crisis, vino a vivir con nosotros con sus dos hijos y su marido a casa. Somos 7 personas en un ambiente, y los chicos no paran de gritar todo el día. ¿Me entiende? ¡Estoy desesperado!". El gurú le dijo: "Tranquilo, amigo. Siga mis indicaciones al pie de la letra y en seis semanas resolveremos todo. Téngame confianza". El hombre acepta y firman el acuerdo de obediencia al pie de la letra. El gurú le pide que en la primer semana agregue una vaca en el departamento y que lo vuelva a ver en una semana.
A la semana el hombre volvió más abatido aún, insultando a los gritos a todo el mundo. "Con la vaca es insostenible, ocupa medio departamento y no se mueve. Ya no aguantamos más". Y le respondió el gurú: "Espere, agregue ahora un perro y en una semana hablamos".
Una semana después, ya casi pelado y desorbitado, el hombre gritó: "Esto es peor que morir. Los chicos lloran todo el día. La vaca no se mueve y el perro no para de ladrar. No puedo moverme y tengo los oídos a la miseria". Y la respuesta del gurú fue: "Bueno, última etapa, sume un chancho".
No quieran imaginar lo que insultaba el hombre a la semana por el olor del chancho. Hasta que el gurú dijo: "Bueno, esta semana saque al chancho". A la semana el hombre, ya no tan gritón, al ser consultado sobre cómo estaba, respondió: "Bueno, al menos ahora puedo respirar, sin el chancho ya no hay tanto olor". A la semana siguiente el gurú le pidió que saque al perro. Volvió el hombre ya más tranquilo y dijo estar mejor: "Al no ladrar el perro, al menos nos podemos escuchar". Y el gurú le dijo: "Bueno, última semana, saque a la vaca".
El hombre volvió una semana después con una sonrisa y diciendo: "¡Al fin! Ya estamos más cómodos. Sin la vaca tenemos espacio, ya se respira buen olor y además todo está más silencioso. Gracias por su ayuda gurú, ya estoy mejor".
Un problema es un problema si no lo estabas esperando; si lo esperabas ya está asumido y ya descontaste sus costos. No nos queda otra que buscarle la vuelta. Lo bueno es que estamos todos igual, todos retrocedimos 10 casilleros.
Amigos, esta va a pasar y nos tendremos que reinventar. Uno de los tipos que más me gusta escuchar y leer, escribe en este suplemento de economía y se llama Juan Carlos de Pablo. Lo considero mi gran profesor. Él me enseñó a leer una frase que para mí es fenomenal, de Paul Samuelson, premio Nobel de economía, que dice: "No hay peor dolor que el soportable, porque es soportable y, entonces, lo soportás y no cambiás".
Hoy, la mayoría vendemos cero y antes vendíamos seis. Cuando esto termine vamos a vender uno, que es mejor que cero, y en dos meses vamos a vender dos, que es el doble de uno, y quizás en un año vamos a vender cuatro y será la gloria y, para entonces, este presente quizá sea solo un mal recuerdo que nos hizo valorar lo que realmente importa. Ser libres y que ningún bicho, bacteria, virus, político, sindicalista, dirigente autoritario o criminal con condena que sea liberado nos condicione.
Como dijo el gran Marcos Mundstock: felices los que poco esperan, porque jamás serán defraudados. Como dice mi gran profesor: "¡Ánimo!".
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