Qué nos enseña la economía sobre el cuidado de nuestros hijos
Los economistas se sumergen en el estudio de las tendencias en materia de la educación de los hijos; de qué manera el armado de la agenda infantil influye en la realidad social
Lunes: guitarra; martes: danza; miércoles: inglés; jueves: circo; viernes: taller de robótica; sábado: competencia deportiva (fútbol, hockey, rugby, natación); domingo: teatro y tarea para la semana. El hecho de que la agenda de los chicos hoy tenga menos espacio libre que la de Elon Musk es una tendencia creciente que viene siendo estudiada por la psicología, la pedagogía, la sociología y otras disciplinas sociales. Los economistas se venían manteniendo al margen de este campo temático efervescente. Hasta ahora.
Uno de los libros del año en materia de divulgación en economía se titula Love, Money and Parenting (Amor, dinero y crianza, libro aún no traducido), y fue escrito por los economistas Mathias Deopke y Fabrizio Zilibotti, profesores de Northwestern y de Yale. Ambos estudiaron los fenómenos económicos detrás de los cambios de estilos de crianza en las últimas décadas, que llevan en la clase media y media alta de distintos países a modelos de madres y padres (o "mapadres", como se los bautizó en un canal infantil) "helicópteros" o "tigres", mucho más involucrados y con mayor inversión de tiempo en el cuidado de hijas e hijos que antes.
Doepke y Zilibotti hicieron dos descubrimientos centrales. Por un lado, la desigualdad en los países es determinante de los estilos de mapaternidad. En las naciones nórdicas, más igualitarias, predominan modelos más permisivos, educación artística, énfasis en la creatividad, etcétera. En países con mayor desigualdad (América Latina y el Estados Unidos de los últimos años) se tiende a esquemas más autoritarios, con énfasis en promover habilidades que el día de mañana permitan una carrera más lucrativa. El segundo descubrimiento fue que esta mayor inversión de tiempo en la crianza en las clases medias altas está teniendo resultados (en los chicos que no se hiperestresan antes) y, por lo tanto, está agrandando una "brecha" a futuro con las familias de clase media baja y baja, que no pueden darse el lujo de invertir tanto tiempo en estas tareas.
"Para estos autores, en los entornos con escasas desigualdades, donde todo el mundo tiene un nivel de vida semejante y las probabilidades de que alguien termine mendigando en las calles o siendo multimillonario son bajas, los padres se relajan más y son más permisivos", cuenta a LA NACION la economista argentina Florencia López-Boo, especialista del BID en protección social, primera infancia y economía del comportamiento. "Por el contrario, en entornos más desiguales, los padres muestran una mayor preocupación por preparar a sus hijos para que, cuando lleguen a la vida adulta, ocupen un lugar más favorable en la distribución de ingresos. Estos últimos (particularmente los que tienen niveles educativos más altos) tienden a llevar a sus hijos a todo tipo de actividades formativas para que aumenten sus oportunidades laborales. Tienen una mayor propensión a ejercer una crianza más estricta y controladora, especialmente en entornos más desiguales, como el caso de América Latina, China o EE.UU.".
López-Boo señala que en líneas generales existen tres tipos de modelos de crianza: los permisivos, los intermedios y los autoritarios. "El enfoque autoritario ha sido especialmente sensible a los cambios económicos. Estados Unidos, por ejemplo, mostró un estilo de crianza más relajado y permisivo en la época de la segunda posguerra mundial, que fue precisamente la de menor desigualdad económica. Pero las brechas entre ricos y pobres se profundizaron en los últimos años en buena parte del mundo, y los estilos de crianza vuelven a ser más autoritarios. Las horas que los progenitores franceses, británicos o norteamericanos dedican al cuidado de hijos no han parado de crecer desde 1980 y, aunque esa mayor implicación en la atención es positiva, los datos muestran que los estilos de crianza se volvieron más intrusivos".
Doepke y Zilibotti son ambos padres y plantearon el libro como una exploración de sus experiencias. Los autores resaltan que la alta cantidad de horas invertidas en formar el "capital social" de sus hijos no está determinada por su experiencia como niños -los economistas lo fueron en los 70 y recuerdan que al volver del colegio tenían básicamente la tarde libre para andar en bicicleta o jugar en la vereda con amigos-, sino por el contexto. Si la o el compañerito del jardín tiene padres que organizan su fiesta de cumpleaños con la misma inversión de tiempo que una reunión del G-20, es difícil no dejarse llevar por la marea o no sentir culpa si la fiesta del nuestro no sale de nueve puntos para arriba.
Efecto Barbie
Los niveles de desigualdad suelen explicar más variables de lo que se piensa, sostiene el economista del Cedlas Leonardo Gasparini, una autoridad global en el terreno. Hay investigaciones con evidencia robusta, dice, de que los niveles de desigualdad influyen en la salud, el crimen, la felicidad y hasta en nuestra propensión a pedir penas más altas para quienes cometen delitos.
La divulgación de la "economía de la mapaternidad" tiene un antecedente en el libro Expecting Better (Esperando lo mejor) de la economista Emily Oster, quien lo comenzó a escribir cuando quedó embarazada de Penélope, su primera hija, en 2009. Oster, entrevistada en su momento para esta columna, pasó revista a distintos estudios y correlaciones entre variables económicas y el mundo de la crianza, la pedagogía y las expectativas de los padres. Uno de sus hallazgos con más impacto mediático fue el del "efecto Barbie": cómo las marcas aprovechan el fenómeno de la mayor presión de padres y cobran, por ejemplo, el triple una "Barbie doctora" (apelando al deseo de que ese sea el futuro para la descendencia) que una "Barbie maga". Todo se cruza, además, con los estudios de género. Existía la tentación de publicar este Álter Eco en vísperas del Día del Padre, como homenaje, pero hubiera sido algo engañoso: la exponencialidad del aumento de horas dedicadas a la crianza en las décadas recientes impactó de manera mucho más elevada y desigual en las madres.
Tres meses atrás se comentó en esta columna un documento de trabajo de Ilyana Kuziemko, Jenny Shen y Jassica Pan (de las universidades de Princeton y Singapur), quienes sostienen que la modalidad de criar hijos se volvió mucho más exigente en los 90 en sectores muy educados (la mayor importancia de la leche materna, los pedidos de los colegios, el control de las horas sin pantalla, los médicos, el "tiempo de calidad", la supervisión, etcétera). Y la exigencia recayó mayormente sobre las mujeres. Este factor provocó el estancamiento del crecimiento de las horas en el mercado laboral de las mujeres, una tendencia que en los EE.UU. se frenó en los 90.
Es un mercado laboral con un premium salarial desproporcionado para puestos sin flexibilidad horaria, que asumen mayormente los hombres. Marianne Bertrand, de Chicago, describió que como muchas parejas inician su relación con trabajos similares, en un modelo de "ingreso dual", la manera de maximizar el ingreso familiar cuando uno de los dos debe salir del mercado es que el varón permanezca formal y escale posiciones.
La economista de Harvard Claudia Goldín pronto publicará un libro sobre el tema. Ella resume esta tendencia en un concepto interesante: para los sectores educados en los EE.UU. no es que las mujeres hayan dejado de trabajar por tener maridos ricos, sino exactamente al revés: tienen maridos ricos porque dejaron de trabajar.
sebacampanario@gmail.com