Viaje de Sergio Massa a Estados Unidos: seis minutos con Cristina Kirchner tras el shock para evitar que el dólar explote
Una comunicación entre Massa y la vicepresidenta minutos después del atentado del jueves fue crucial para definir la agenda de esta semana; el Gobierno se juega desde mañana una carta clave para evitar la devaluación; cuál es el dispositivo para avanzar en el ajuste que ni los ministros conocen
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Sergio Massa se comunicó con Cristina Kirchner el jueves pasado antes de las 22, cuando se enteró del atentado. Mantuvieron una conversación de seis minutos en la que el ministro de Economía se solidarizó con su socia política. Ambos estuvieron de acuerdo en que Massa continúe con sus planes para viajar mañana a Estados Unidos, algo en lo que también coincidió el presidente Alberto Fernández, la otra voz que sonó varias veces en el teléfono durante esa noche de shock.
El ejemplo anterior es la mejor muestra de todo lo que pone en juego el Gobierno esta semana en la expedición de Massa por el Norte. Llevará en las valijas un fondo político de dramatismo que no estaba previsto, pero mantendrá la agenda original. Cree que podría traerse algo importante para pasar los turbulentos próximos meses que le esperan a la economía argentina y desactivar potenciales explosiones, como el fantasma de la devaluación.
El equipo económico usará una cuota sustancial del crédito que le dio el kirchnerismo para hacer casi lo que quiera durante 100 días, el tiempo que durará el período de gracia según el calendario que tiene Massa en la mente.
Massa se irá mañana para negociar con algunos de los principales enemigos de la vicepresidenta, de La Cámpora y del peronismo en general. El ministro se siente particularmente cómodo en el corazón del imperialismo. A tal punto que la expedición será, acaso, el punto más cercano en la era kirchnerista a la época de relaciones carnales que dominaron los años 90.
La confortabilidad del ministro se sostiene en una red de lobby, afinidades y danza de sumas millonarias que viene cultivando desde su época en la Anses.
La pintura más representativa de ese engranaje se construyó en una conversación que Massa tuvo el último 4 de agosto con Mauricio Claver-Carone, un halcón que trabajó para Donald Trump y favoreció el otorgamiento del préstamo del FMI a la Argentina en la gestión de Mauricio Macri. Ahora es presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), una de las pocas billeteras capaces de prestarle al ministro.
Claver-Carone explotó de alegría en el primer contacto. “Por fin tengo un interlocutor razonable con la Argentina”, le dijo a Massa en su último diálogo. El jefe del banco sumó desencuentros con el país, no tanto por el país en sí mismo, sino por las personas.
Gustavo Beliz acompañó a Alberto Fernández como secretario de Asuntos Estratégicos hasta fines de julio pasado. Desde allí intentó quedarse con la conducción del BID, pero perdió la competencia con Claver-Carone.
Quienes conocen los pasillos de ese organismo, en Manhattan, aseguran que Claver-Carone está convencido de que Beliz movilizó un expediente para que se lo investigue por la supuesta relación con una empleada, algo prohibido por los estatutos del banco, a través del director argentino en el organismo, Guillermo Francos, algo que ambos niegan.
Massa irá a pedirle dinero a alguien que fue cuestionado por la cima del Frente de Todos. El senador José Mayans responde a Cristina Kirchner. En su nombre, difundió tiempo atrás una carta cuestionando el acuerdo con el FMI y puso como prueba un testimonio tergiversado de Claver-Carone a empresarios chilenos.
El ministro se reunirá personalmente con el presidente de BID. Al momento de la despedida, espera llevarse un giro en cuotas de al menos US$800 millones. Para poner la cifra en perspectiva: representa el 65% de las reservas netas del Banco Central en una semana promedio del último tiempo. El dinero puede justificar el mal trago de Mayans y de la vicepresidenta. Falta saber si Claver-Carone desoirá el reclamo de los legisladores republicanos, que exigen cesar los préstamos para la Argentina.
Detrás de la plata en juego hay una historia de desencuentros. Unos US$500 millones corresponden a un crédito denominado SDL, un tipo especial destinado a solucionar problemas macroeconómicos. Se acordó en la época de Martín Guzmán y es de desembolso inmediato. Debía estar listo para el segundo trimestre de este año, pero no llegó. La tensa relación entre Beliz y Claver-Carone, según relatan en Casa Rosada, es el dique que frenó la llegada de los dólares. Caída esa pared, los recursos deberían discurrir.
Economía va por otros premios. Es una tarea que Massa le delegó a su primera línea, integrada por Leonardo Madcur, Raúl Rigo, Gabriel Rubinstein, Eduardo Setti, Lisandro Cleri y Marco Lavagna, cuyas funciones hoy exceden los límites del Indec y llegan hasta los organismos internacionales de crédito.
El equipo inició contactos con Ilan Goldfajn, encargado del FMI para el hemisferio occidental. Algunos viajarán hoy por la noche, antes que el ministro. Sobrevuela la posibilidad de discutir la llegada, más adelante, de US$1300 millones adicionales para el país.
Debajo del dinero quedarán las promesas de no endeudar a la Argentina en dólares, una bandera olvidada de Guzmán, o el hecho de que el Frente de Todos, con Cristina Kirchner a la cabeza, le adjudicó la decisión de financiar la campaña presidencial de Mauricio Macri al organismo al que ahora se le pide un favor.
Las amistades del ministro en Nueva York le generaron cortocircuitos con Guzmán. Tras el cierre de la negociación por la deuda privada, el entorno de Massa sugirió que había dado el empujón final al acuerdo por su cercanía con los fondos Templeton y Blackrock, acusado por la vicepresidenta en el pasado de formar parte de una conspiración de fondos buitre “para poner de rodillas a la Argentina”.
Los eslabones de Massa en el Norte van más allá de los nombres mencionados arriba. Uno de sus colaboradores aseguró a LA NACION que el ministro es afortunado por tener una buena relación con Jack Rosen, presidente del Congreso Judío de los Estados Unidos (AJC) y eslabón determinante en el mundo económico. También con Ricardo Zúñiga, Juan González (asesores de Joe Biden para temas latinoamericanos) y Gregory Meeks, muy cercano al líder demócrata.
Massa y Meeks bromearon con su propio proyecto de poder entre risas y asados, tiempo atrás. A tal punto que se ilusionaban con armar el puente Tigre-Bronx alrededor de sus nombres.
El ministro también intercambia mensajes con la orilla republicana. Es cercano a Marco Rubio, senador por la Florida, allegado a su vez a Claver-Carone. La red de relaciones se completa con un viejo amigo de Massa: el exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, que hasta llegó a conocer el Centro de Operaciones de Tigre.
Toda la ayuda posible será poca para pasar la prueba del FMI, cuyas tres bolillas más complicadas son el déficit fiscal, las reservas del Banco Central y la deuda. Allí, la Argentina está floja.
El peluquero de Massa
El teléfono del secretario de Hacienda, Raúl Rigo, está lleno de cuestionamientos, reclamos y súplicas de gobernadores, ministros y hasta amigos que hizo después de tantos años en el poder. Lo señalan como el peluquero de Sergio Massa. Es el blanco elegido tras el recorte de $220.000 millones que afectó a las áreas de Salud y Educación, entre otras, para cumplir con el FMI.
Algunos ministros se lo transmitieron personalmente. Por suerte para Rigo, tiene el apoyo de Massa, la ayuda del vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, y del ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro, que juega un papel silencioso en el ajuste.
Hay un dispositivo detrás de las decisiones antipáticas. Carla Vizzotti está enojada porque le sacaron $16.000 millones. Fue una decisión estratégica de Economía producto de una investigación previa, aunque ella no lo sabe. Era plata destinada a comprar la vacuna Sputnik V, que ya casi no se usa, y Salud no había emitido órdenes de compra.
La ministra podría haber reasignado esos fondos, pero Massa le ganó de mano. No es la única que perdió. Lo mismo le pasó a su colega en Educación, Jaime Perczyk, que resignó dinero para el programa Conectar Igualdad por una razón curiosa.
La Argentina no tiene dólares para importar. Esto terminó afectando a las computadoras que deberían recibir los chicos. Si no hay máquinas que comprar, pensaron en el equipo de Massa, tampoco hay dinero para gastar. Así, retornaron al Tesoro $50.000 millones.
Más allá del spray, el fijador y las tijeras, bromas que a Rigo no le importan porque está acostumbrado a los cuestionamientos, el ministro deberá achicar más partidas. El último número que llegó a su escritorio es elocuente: al país le faltaban hasta anteayer $400.000 millones, un 0,5% del producto, que aún no se sabe quién pondrá.
Si se empuña masa y cortafierro para averiguar de qué está hecha la cifra, se verá que es pura nominalidad. Es decir, inflación, porque se prevé que la suba de precios obligue a reforzar planes sociales, haya bonos a jubilados, se reabra alguna paritaria pública o tense la situación en la provincia de Buenos Aires a tal punto de necesitar asistencias de la Casa Rosada.
La regla que domina la economía argentina se terminó de acordar en una reunión entre Massa y Olmos, junto a otros funcionarios, días después de la asunción del ministro. Todos se pusieron de acuerdo en materializar, como le llaman, el orden fiscal.
Días después hubo un encuentro en el piso 9 de Economía, al que fueron los coordinadores de los ministros. Se les puso un límite al dinero que pueden gastar. Es un pequeño ítem que se denomina Crédito Vigente y aparece en la primera columna de la ejecución presupuestaria. El problema para ellos es que, con solo eso, a Massa no le alcanza para cumplir con lo que se le prometió al FMI.
Incluso se sumó a la cruzada “Wado” De Pedro. El ministro del Interior está muy activo desde la salida de Silvina Batakis al momento de calmar la inquietud de los gobernadores en la era del ajuste.
Aunque no siente el recorte de partidas como una vocación propia, los funcionarios que suelen pedir la intermediación del principal articulador de Cristina Kirchner en la Casa Rosada dicen que lo toma como un medicamento de mal gusto, pero necesario para estar mejor más adelante.
Los próximos cuatro meses serán el tiempo de la contabilidad creativa, según la capacitación que se dio en el noveno piso en Economía. Los ministros tendrán que jugar con los vencimientos de sus “tarjetas de crédito”, que en el lenguaje técnico se llama diferimiento. Un ejemplo: Juan Zabaleta, en Desarrollo Social, podrá otorgar un nuevo plan social si antes eliminó uno… o dos. Y Claudio Moroni (Trabajo) puede otorgarle una asistencia específica a una empresa en crisis (Repro) si antes le dio de baja a otra. Ya están avisados.
El equipo de Massa ensayó una interpretación realista de todo lo anterior para presentar esta semana en Washington. Surge del guion del Excel y el espectador principal es Michael Perks, un exfuncionario del Tesoro Británico que trabaja en el FMI y se encarga de revisar las cuentas argentinas.
Un equipo alternativo mantendrá discusiones en privado con cuatro de las petroleras más grandes del mundo: Chevron, Exxon, Total y la británica BP. Massa se verá con sus jefes el viernes a solas en el Baker Institute. Está dispuesto a mejorarles el perfil de sus negocios en el país a cambio de traer millonarios anuncios de inversión.
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