Seguridad social y salud, erogaciones crecientes
La entendible pretensión de vivir más y con mejor calidad genera tensiones en esos sistemas
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La enorme mayoría de los seres humanos tenemos la entendible pretensión de vivir la mayor cantidad de años posible, con la mejor calidad de vida posible. Lo cual, aún en un contexto de empresarios y funcionarios angelicales, es decir, que sólo piensan en el bienestar de la humanidad, genera tensiones en los sistemas de salud y de seguridad social. ¿Qué se puede esperar, y qué no, al respecto?
Para contestar estos interrogantes me contacté con el escocés Gavin Hunter Mooney (1943-2012), a quien observar la diferencia existente en las tasas de mortalidad entre pobres y ricos le despertó una pasión por la justicia social. A mediados de la década de 1980 se trasladó a Dinamarca. En 1987 visitó Sidney, migrando a Australia en 1993. Allí conoció y se enamoró de Delys [Del] Weston. El 20 de diciembre de 2012 Mooney y Weston fueron encontrados muertos, con fuertes traumas en el cráneo, en el living de su casa, ubicada en una zona despoblada de Tasmania.
–Usted es autor de varias obras, referidas a economía de la salud.
–Efectivamente. Entre ellas cabe destacar La valuación de la vida humana, Alternativas para el cuidado de la salud, Medicina y cuidado de la salud, Ética médica y economía de la salud, Cambios valorativos en medicina y decisiones médicas, Cuestiones claves en economía de la salud, y Desafiando la economía de la salud.
–Alan Shiell, quien lo califica como el padre de la economía de la salud, apunta que usted no tenía miedo.
–¿Por qué habría de tenerlo? En una sociedad donde los médicos esperan ser reverenciados, me pregunté por qué los procedimientos médicos, por ejemplo, las cirugías, variaban dependiendo de la forma en que los galenos eran remunerados. Como comprenderá, de Pablo, mis recomendaciones no siempre fueron bienvenidas.
–En todo el mundo los gastos privados y públicos en salud y seguridad social, aumentan con el paso del tiempo.
–Resultado inevitable del aumento de la expectativa de vida y de la entendible pretensión de vivir la vida con la mejor calidad posible. Lo cual tensiona los sistemas de seguridad social y de salud. Subrayo lo de “en todo el mundo”, porque esta no es una cuestión de regímenes capitalistas o socialistas, o de países desarrollados o en vías de desarrollo. Permítame hablar primero de la cuestión de la salud, y para que se entienda mejor enfocaré el análisis en el caso de la medicina prepaga.
–Adelante.
–Una persona se afilia a una prepaga cuando tiene, digamos, 35 años, para “no tener problemas” hasta el día que se muera. Pensemos en términos “angelicales”: ¿cuánto tiene que pagar de cuota? Depende. Un contrato “a prueba de todo” es carísimo, probablemente prohibitivo. Porque nadie en materia de salud puede pronosticar la aparición de nuevas enfermedades, o de equipos y medicamentos mejores, pero más caros.
–¿Qué hace el Estado, en estas condiciones?
–Regula las cuotas, con aumentos inferiores a los gastos de las empresas de medicina prepaga, y obliga a los prestadores a brindar el servicio, frente a la aparición de nuevas enfermedades. ¿Qué aparece, cuando esto ocurre? El deterioro de la calidad del servicio: turnos para mucho más adelante, prestaciones que no se cubren totalmente, etc.
–Que el afiliado siente como una estafa.
–Sí, pero en la crítica es importante apuntar bien los cañones. De repente algún prestador es irresponsable; pero lo que estoy diciendo es que aún en condiciones angelicales, el problema existe y es creciente.
–¿No debería controlar el Estado las irresponsabilidades?
–Sí, pero diagnosticando bien el problema. Pago el helado en la caja y luego me lo entregan en el mostrador que está al costado. ¿Por qué los heladeros no desaparecen con la recaudación, antes de entregar los helados? Porque se trata de muy poca plata y arriesgan graves daños. En medicina prepaga ocurre lo contrario: la mayoría de los seres humanos son sanos durante buena parte de su vida y enfermos al final. Lo cual implica que aportan neto a la medicina prepara, y sacan al final de su vida. El Estado debería controlar que el dueño de la prepaga guarde una parte sustancial de sus ingresos, para hacer frente a dichas erogaciones. Pero, como dije, no es lo que hace.
–En seguridad social, ¿ocurre lo mismo?
–Imaginemos un régimen jubilatorio de reparto, es decir, que en cada período el conjunto de los jubilados y pensionados recibe exactamente lo que aporta el conjunto de quienes trabajan. Tanto los aportes personales como las contribuciones patronales, fueron fijadas sobre la base de cierta expectativa de vida de la población. Si aumenta dicha expectativa, el mismo monto recaudado se tiene que repartir entre más pasivos que siguen viviendo. En este contexto, o aumenta la edad jubilatoria o se consiguen ingresos de otras fuentes o se deteriora el haber jubilatorio. El famoso 82% móvil, creado en 1958, supone que existen tres activos por cada pasivo, cuando en su país ahora debe estar cerca de 1 a 1.
–No me diga que en la Argentina este deterioro se explica sólo por el aumento de la expectativa de vida.
–No lo digo, porque no es cierto. Es más, en su país la edad jubilatoria aumentó varias veces, sin tanto barullo como el que acaba de surgir en Francia, con la pretensión de aumentarla un par de años.
–¿A qué se debe, entonces?
–Por una parte, a la creciente economía informal, que no aporta al sistema de seguridad social. Claro que la tensión no sería tanta si a quienes nunca aportaron, cuando llegan a la edad del retiro de la fuerza laboral, el Estado les hiciera “pito catalán”.
–No pretenderá usted que el Estado deje en banda a quienes nunca aportaron al sistema de seguridad social.
–Yo no pretendo nada, pero por eso dije por una parte. Porque por la otra existieron programas del tipo “jubilación del ama de casa” y la notable cantidad de moratorias previsionales, cada una de las cuales agregan nuevos integrantes al “club” de los jubilados y pensionados.
–¿Cuál es el problema?
–La señal que reciben quienes trabajan en el sector formal de la economía, que no visualizan su aporte al sistema de la seguridad social como una caja de ahorros que tiene como única limitación que los retiros se pueden hacer desde determinada edad en adelante, sino como una urna donde lo que cada uno saca no tiene ninguna relación con lo que puso. Lo cual induce a poner lo menos posible.
–¿Qué tendría que ocurrir?
–Que se califique como jubilado y pensionado a quien aportó; y como “hermano a quien no podemos dejar tirado en el camino” a quien no lo hizo. Ajustando por inflación a los primeros y por una fracción de la inflación a los segundos. Alternativamente, financiar a quienes aportaron con las recaudaciones de seguridad social y con los impuestos generales a quienes no lo hicieren.
–Don Gavin, muchas gracias.