Se mudó a Austria y abrió un restaurante con cortes de carne argentina que encanta a los locales
Eva Gedwillo es una profesora de gimnasia argentina que tenía como hobby la gastronomía hasta que se mudó a Viena siguiendo a su marido, un entrenador de selecciones de voley. Y allí el hobby se transformó en su profesión cuando no pudo validar sus títulos porque el sistema de enseñanza austríaco es distinto. Primero empezó con un servicio de catering de productos argentinos hasta que hace tres años atrás abrió un restaurante llamado La Huella, que hoy está entre los cinco mejores en carne allá.
Gedwillo llegó a Viena en diciembre de 2008 con sus hijas y tuvo un período de adaptación en el que se puso a estudiar alemán porque si uno se quiere radicar no puede sólo manejarse con el inglés. Obtuvo la visa de reunificación familiar y luego tuvo que esperar tres años a que le dieran el permiso de trabajo.
"Yo soy profesora de educación física y había estudiado cocina como hobby. Si bien traje los títulos traducidos y apostillados no hubo forma de que me los validaran porque el sistema a nivel docente tiene otra forma y no hay convenios educativos entre la Argentina y Austria. Hice lo mismo en gastronomía y ese título sí me lo tomaron y validaron. Fue la primera vez que validaron un título de gastronomía argentino", contó en diálogo con LA NACION.
Tuvo varios trabajos en relación de dependencia, pero, por su cuenta, comenzó con un servicio de catering de productos argentinos: vendía empanadas, pastafrolas y tortas. "En Austria sí o sí tenés que registrarte porque si te agarran trabajando en negro te sacan del país. Entonces cuando fui creciendo decidí registrarme ante el estado y empezar a facturar y pagar impuestos", explicó.
Y luego vino la idea del restaurante. "Me empecé a capacitar acerca de cómo fundar una empresa y comencé a hacer análisis de mercado para ver cómo podía insertar un producto argentino en Austria. Y, cuando pensaba que no lo iba a poder lograr, apareció un local, me dieron un crédito y me dije ´me mando ahora o no me mando más´ porque hay que tener cuerpo para la gastronomía y yo tenía ya 40 años", detalló.
Y su apuesta dio sus frutos porque la clientela austríaca entendió la propuesta. "Lo que trato de insertar es la cultura argentina, el trato familiar, la sobremesa, la charla con los clientes. Acá hay mate, cerveza Quilmes y el vino se sirve en el pingüinito", puntualizó.
"Yo creo que suma la espontaneidad que tenemos los argentinos, la capacidad de hablar y llegar al otro. Los austríacos con más cerrados. Se saludan dándose la mano. Así que, que venga un cliente, te abrace y te dé un beso quiere decir que pasaron la frontera y entendieron. En Austria se cena entre las 17 y las 19 y acá vienen entre las 20 y las 21. No pasa en otro lado. También se sorprenden de que llamemos a los mozos por su nombre", concluyó.
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