Plata, salud o educación. ¿Qué nos molesta más no tener?
CORDOBA. En 2018, en la Argentina, creció la brecha entre los que más y los que menos ganan. Un trabajo de investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) revela que las personas tienden a justificar más la inequidad económica que otras, como la educativa o la de acceso a la salud, incluso lo hacen estando en posiciones más bajas de la pirámide social.
Según el Indec , la diferencia entre el 10% de la población que menos ingresos percibe (inferior a $2800 per cápita familiar mensual) y el 10% que más gana (más de $21800 per cápita familiar) fue en 2018 de 20 veces, cuando un año atrás era de 17.
Un estudio desarrollado por un equipo de psicólogos del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la UNC y del Conicet indaga sobre las variables psicológicas y políticas que ayudan a explicar por qué hay una tendencia a justificar las extremas inequidades sociales. Una encuesta a 305 estudiantes mujeres y varones, de entre 18 y 60 años, pertenecientes a distintos sectores socioeconómicos (medio en su mayoría, pero también alto y bajo) revela que -en una escala del siete al 35- 20,47 acepta más la inequidad en términos económicos, pero menos en otros ámbitos, como el acceso a la salud, la educación y la justicia.
El trabajo revela que quienes justifican la inequidad económica sostienen que es consecuencia de "malas decisiones personales" y consideran que el mundo es "altamente competitivo" y existen grupos "superiores" que dominan a los "inferiores". Creen, en general, que cada uno obtiene lo que merece.
Débora Imhoff, directora del proyecto, apuntó que es "preocupante" que se explique el origen de la "inequidad social desde atribuciones individualistas", ya que ese formato termina por responsabilizar "a las propias personas por su situación de desigualdad". El estudio, dijo, buscó determinar el peso o poder predictivo que tienen determinadas variables ideológicas y cognitivas en el tema.
"Es frecuente que las personas piensen que el mundo es un lugar justo, donde cada uno logra lo merecido y, por lo tanto, si se esfuerza por hacer las cosas ‘bien’ también obtendrá beneficios. Pensar así es muy tranquilizador, pero también fuertemente engañoso y desmovilizador", sostuvo Imhoff.
Agregó que esa "creencia" ofrece algunos beneficios psicológicos -incluso inconscientes- como, por ejemplo, aumentar el bienestar subjetivo, percibir el entorno como ordenado y controlable, reducir la ansiedad y mantener la autoestima.
Consultado por este medio, Leo Tornarolli, investigador del Centro de Estudios Distributivos y Sociales (Cedlas) de la Universidad Nacional de La Plata , dijo que las opiniones de la gente sobre la desigualdad económica se relacionan con la percepción que tiene sobre cómo se distribuye el ingreso en la sociedad: "En la mayoría de los casos, esa percepción subjetiva difiere de la forma en que objetivamente se distribuye el ingreso".
"Más aún, el sesgo entre percepción y realidad tiende a ser sistemático: los estudios muestran que las personas tienden a formar sus creencias a partir de lo que ocurre en su entorno. Y dado que cuanto más desigualdad hay en una sociedad más segregados tienden a estar los grupos sociales, lo que ocurre es que el entorno que usan los distintos individuos para formar sus percepciones no es representativo de la sociedad como un todo", describió.
En ese contexto, los más ricos tienden a juntarse con personas más ricas, e igual sucede con los más pobres. El especialista señaló que eso hace que, en promedio, las personas sistemáticamente "muevan" hacia el centro su percepción de cómo se ubican en la distribución del ingreso: ni el rico se siente pertenecer al grupo de más altos ingresos (porque dentro de su entorno su nivel de ingreso sobresale menos que en la sociedad como un todo), ni el pobre tiende a sentir del grupo de menores ingresos (porque dentro de su entorno su nivel de ingresos no difiere demasiado de aquellos con quienes se comparan).
"La percepción subjetiva de ambos -pobre y rico- tiende a ser que la desigualdad es más baja de lo que es en la práctica, porque se comparan con entornos que no son representativos de la sociedad como un todo. Como resultado, ambos sub-demandan políticas redistributivas", sintetizó Tornarolli.
La percepción es similar a la de autoincluirse como parte de la clase media cuando no es así. Hace unos días, en LA NACION, el especialista en consumo Guillermo Oliveto graficó que en el país el 82% de la sociedad se autodefine como clase media pero sólo el 45% pertenece, efectivamente, a este estrato . El fundamento es que se trata de "una sociedad crítica, con expectativas altas, donde el humor cambia muy rápido porque las aspiraciones están, en muchos casos, por encima de los ingresos".
Tornarolli agregó que distintos trabajos muestran que si a los individuos se les informa el lugar de la distribución del ingreso que ocupan, los más pobres demandarían más políticas redistributivas (porque sabrían que se benefician con ellos al ser de los grupos sociales con más desventajas) y los más ricos tenderían a oponerse menos y a estar más dispuestos a financiar esas políticas redistributivas (porque entenderían el lugar de privilegio que ocupan).
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