Se ignora la macro, pero se la extraña
Qué hacer con el tiempo que les ha sido concedido es el gran interrogante que enfrentan dos jefes de gobierno que recién comienzan sus términos. Uno el segundo, el otro su primero. Se trata de Cristina Fernández de Kirchner, de la Argentina, y Mariano Rajoy, de España.
La situación económica y social actual en ambos países difiere profundamente. La Argentina muestra indicadores económicos, sociales y financieros todavía saludables: la economía crece, mucho menos que en los años anteriores, pero algo crece. La desocupación es menor al 10%, el déficit fiscal es de un punto del producto bruto interno (PBI) y el stock de deuda está por debajo del 40% del PBI y eso a pesar que el gasto público crece todos los años por encima del PBI nominal y es récord histórico. Claro, cuesta mucho financiarlo: casi 2% de inflación mensual.
Pero la sociedad todavía no reclama, al menos no mayoritariamente, que se luche contra ella. Además, el crecimiento del consumo del mundo emergente, sigue creando excelente condiciones para productores de alimentos y materias primas como la Argentina.
La España de hoy no se parece en nada a esta Argentina, pero rememora a la de otros tiempos. Caídas del PBI, casi un cuarto de la fuerza laboral desocupada, ajuste fiscales y reformas dolorosas y aún así dudas sobre la solvencia no sólo de su sector público sino también de sus bancos y empresas.
Y dudas también sobre cuál es el rol de España en el mundo. Cómo crecerá, qué le venderá al mundo y cómo harán sus empresas para crecer fuera del país.
Con fotografías distintas, en ambos países muchos actores esperan un desenlace. En España, la sociedad parece preparada para lo peor. Es consciente, ahora, de la fiesta previa y sabe que tiene por delante duros ajustes. El gobierno tiene un buen diagnóstico de la situación, ha preparado un programa acorde y luce con capacidad de ejecutarlo y comunicarlo adecuadamente.
Se le puede acusar, como hacen muchos simpatizantes del propio Partido Popular, de falta de ambición pero no se puede acusar a Mariano Rajoy de falta de realismo. Intuye que un ajuste mayor (del tamaño que necesitaría España para despejar toda duda de insolvencia) tal vez no pueda llevarse a cabo sin generar una situación social muy difícil de manejar. La mayoría de los españoles no experimentó nunca una situación igual y no saben cómo actuar frente a ella.
El código genético de los argentinos, en cambio, está marcado a fuego por las repetidas crisis, y eso hace que rápidamente, frente a señales de debilidad económica, se generen expectativas precisamente de crisis. La experiencia parece recomendar que lo mejor es esperar el peor desenlace y se actúa, entonces, consecuentemente.
Sin embargo, una rápida taxonomía de las crisis argentinas indica que ellas requieren, para producirse, de tres ingredientes: 1) debilidades macroeconómicas: déficit fiscal y externo no financiables con o sin inflación, pero con una clara restricción de divisas (no se generan ni se cuenta con todos los dólares necesarios para todos sus usos); 2) un "gatillo" o un elemento que actúe como coordinador de expectativas y produzca una sensación de final de juego. Puede ser un shock externo, o climático o alguna catástrofe; 3) dudas acerca de la gobernabilidad: un gobierno débil o en retirada, con bajo apoyo popular y sospechado de no contar con margen alguno para "hacer cosas".
Tres ingredientes
Las crisis a la Argentina requiere de las tres cosas, así lo muestran los últimos grandes episodios de 1976, 1982, 1989/90, 1995 y 2001. En esta ocasión, no hubo al momento un shock capaz de coordinar expectativas y el Gobierno cuenta con niveles de aprobación y apoyo popular muy altos.
Está claro, entonces, que no todos los ingredientes de una crisis están hoy presentes, demorándola en el tiempo. Pero, en ausencia de nuevas políticas, será difícil evitar un progresivo deterioro. Es probable que a diferencia de lo que sucede en España, la sociedad argentina, en sus grandes mayorías, no perciba que lo mejor también quedó atrás. El gobierno de Cristina Kirchner parece tener claro algunos de los problemas (restricción de divisas) pero evita reconocer otros (inflación). Como no cree en las políticas macro ni en las estructurales, apunta a resolver todo con la micro (intervención y regulación de mercados), donde siente que es capaz de ejercer su poder de manera efectiva y se percibe más cómodo y seguro de sí mismo. Cierto que el anuncio de modificar la Carta Orgánica del BCRA apunta a incrementar el rol de la política monetaria. Pero, mientras el resto del mundo usa el balance de sus bancos centrales para salir de la depresión y erradicar presiones deflacionarias, aquí se corre el riesgo de acelerar una inflación ya muy alta. Hay que fomentar el uso de instrumentos macro pero para controlar la inflación, protegiendo la demanda de pesos, y ésta no es la manera.
A la Presidenta no se le puede endilgar falta de ambición, pero hoy la macro, y sus debilidades, tienen que enfrentarse con la determinación de siempre pero con más realismo.
El autor es economista.
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