¿Salir o no del cepo? Esa no es la cuestión
Es un paso necesario, pero dentro de un programa integral que establezca las bases primero para la reactivación y luego para el crecimiento sostenido
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Salir o no salir. El cepo se está transformando en otra grieta de los argentinos donde el camino racional no pasa por los extremos, sino por una agenda profesional. De un lado, se piensa que hay que salir del cepo lo más rápidamente posible porque de otra manera no van a venir inversiones. Del otro, los riesgos de levantar el cepo llevan al inmovilismo de un mercado cambiario mucho más kirchnerista que austríaco.
El cepo en su versión K, entendido como la alternativa a no respetar los necesarios equilibrios macroecónomicos, ha sido un fracaso rotundo. El desequilibrio fiscal financiado con desequilibrio monetario atravesó el cepo y tuvimos inflación, pérdida de reservas y estancamiento recesivo. La liberación total del período 2016-2019 para que lluevan los capitales y el equilibrio se logre automáticamente, transformó la lluvia permanente en una tormenta de verano, con capitales de corto plazo que vinieron y se fueron. Se empezó por el curso de posgrado y se terminó en el jardín de infantes de un nuevo control de cambios para frenar la salida de capitales.
Afortunadamente hay vida en soluciones no extremas. Para ello, una agenda superadora debe distinguir entre control de cambios (“popularmente el cepo”), la organización cambiaria que define reglas de juego y el nivel del (los) tipos de cambio.
Respecto del cepo, hay tres controles/regulaciones que la Argentina deberá mantener hasta que los equilibrios macroeconómicos estén asegurados por bastante tiempo. Independientemente del régimen final que se adopte, hace falta un período persistente y creíble de inflación baja, superávit fiscal consolidado, reservas recompuestas; que se estabilice la demanda de pesos, y que la baja del riesgo país permita administrar el problema no menor de la renovación de la deuda pública. Estos son los principales requisitos para ingresar a la universidad donde van los países graduados: mercado único de cambios, con controles solo macroprudenciales y tipo de cambio con algún grado de flexibilidad. Este esquema, al que convergieron los países vecinos que funcionan, debe ser la última materia de la graduación.
Mientras tanto, algún tipo de regulación (por precio y/o por cantidad) habrá que seguir manteniendo sobre dos cuentas del balance de pagos: la formación de activos externos (dolarización de portafolios) tanto de personas como de empresas y el turismo al exterior (tarjeta, pasajes, etc). Cualquier liberalización precoz que autorice a comprar dólares para atesorar y a viajar a un tipo de cambio único disparará casi seguro una demanda de divisas que el país no está en condiciones de financiar. Y la alternativa de “escasear los pesos” para limitar esa demanda, podría hacer peligrar la recuperación de la actividad económica y la inversión privada.
Para instrumentar estas regulaciones, la política económica puede elegir entre cupos, impuestos, o, y esa es nuestra preferencia, un mercado segmentado donde libremente se puedan comprar divisas para atesorar y viajar, sin afectar las reservas del Banco Central.
La otra regulación que pragmáticamente habrá que esperar para levantar es la obligación de los exportadores de vender las divisas al BCRA para que este las asigne transparentemente a las importaciones, acumulación de reservas, pagos de deuda, etc.
Ajustes necesarios
Lo que se necesita, por supuesto, es que tanto productos como insumos se negocien con el mismo tipo de cambio y sin distorsiones. Y es probable que sea necesario hacer más flexible el período en que las operaciones de exportación tengan que ser liquidadas.
Dicho esto, hay un conjunto de regulaciones del BCRA y la CNV que ya deberían estar en camino de eliminación. El esquema de pago de dividendos (al menos futuros) ya debería estar liberado. Las regulaciones cruzadas que ligan operaciones en el MEP con acceso al mercado oficial deben ser eliminadas a la brevedad. Es auspicioso haber bajado a 60 días el plazo máximo de pago de importaciones, pero resulta imperativo establecer una agenda para liberalizar los pagos de importaciones aún más. Y como éstos hay otros ítems en el vademécum regulatorio.
Respecto de la organización cambiaria que establece las reglas de juego, debemos ser claros. El actual régimen (que define que el 20% de las exportaciones se deriva al MEP para bajar la brecha) no va más solo funcionó en la emergencia, mientras los importadores no podían acceder al mercado de cambios en la misma magnitud que el total de importaciones del período. Cuando el mercado dio la vuelta de los 30/120 días, la demanda de los importadores volvió a la normalidad y el 80% de las exportaciones no alcanza para generar superávit comercial cambiario. Adicionalmente, sigue dando deficitaria la cuenta personas (tarjetas y pasajes) y se frenó el ingreso de capitales de empresas. Como era de esperar, el BCRA ya no acumula más reservas desde junio y esto no cambiará sustancialmente porque venga la primavera y se dé vuelta el déficit energético. Como además se paga deuda y hay poco financiamiento, las reservas van camino a caer inexorablemente.
Queda el tercer bloque: el valor del tipo de cambio. Seguimos creyendo que fue apresurado “emperrarse” con la tablita cambiaria al 2% antes de que la macro estuviera ordenada. Pero ya pasó. No somos de los que creen que a $940 (o mejor dicho, $1040 para el exportador que vende al blend y $1100 para el importador que paga impuesto PAIS) el tipo de cambio esté groseramente atrasado. Es muy superior a los $550 equivalente a pesos constantes de la tablita de 1978/80, los $620 de la convertibilidad y los $690 equivalentes de 2011/2017. Pero hay que reconocer que los flojos precios de nuestras exportaciones y la depreciación del real, están agravando el panorama.
Pasos inexorables
Cuando la realidad obligue a salir del blend y se elimine el impuesto PAIS, el tipo de cambio oficial no podrá seguir en $940 más el ajuste inercial. Será necesario un “saltito” compensador a $1050/1100. Esta modificación no debería tener impacto en los precios de bienes comercializables. Sí lo tendrá en el precio de la electricidad y el gas que se fijan por la Com. A 3500 y en los costos de la deuda dólar link. Son pasos inexorables que algún día habrá que dar y que cuanto más se demore más costoso será.
Seguirá habiendo un tipo de cambio alternativo (MEP/CCL) que a $1300/1400 está en un valor lógico/razonable para la actual macro argentina. No es un valor del dólar donde los uruguayos vienen a Buenos Aires a cenar por una noche (los $2500 equivalentes de octubre pasado) ni tampoco es más barato ir a Miami que a Villa Gesell. No tiene sentido dilapidar reservas que no son del BCRA para intentar que el dólar baje a $1100 para seguir alimentando la ilusión de que en ese momento se sale del cepo y se unifica.
En síntesis, el blanco/negro de salir del cepo o dejar todo como está no es el camino para seguir. Es necesaria una agenda cambiaria superadora que establezca reglas de juego para un período en que es necesario acumular reservas y defender la competitividad, hasta que se puedan bajar costos y ganar productividad genuinamente. Es un paso necesario, dentro de un programa integral que establezca las bases primero para la reactivación y luego para el crecimiento sostenido.
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