El colapso de la poderosa Unión de la Unión Soviética en 1991 marcó el fin de una era comunista. Y fue también la entrada de Rusia, el principal estado de la unión, al que fuera su mayor enemigo: el sistema capitalista
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Rusia tiene un sistema bancario, reconoce la propiedad privada, hay acceso al mercado de capitales… “todo lo que normalmente atribuiríamos a un país capitalista”, le dice a BBC Mundo Carlos Sieglel, profesor en la División de Economía y Asuntos Globales en la Universidad Rutgers.
Es el país más grande del mundo, y obtiene grandes ingresos por la exportación de gas y petróleo.
La Agencia Internacional de Energía (IEA, por su sigla en inglés) sostiene que Rusia “juega papel descomunal en los mercados petroleros mundiales”.
Y en 2021, la revista Forbes lo ubicó en el quinto puesto de países con más milmillonarios.
Rusia es un país capitalista, pero varios expertos coinciden que tras la caida de la URSS, los líderes de Rusia, primero Boris Yeltsin y luego Vladimir Putin, alimentaron un modelo económico que favorecía a unos pocos cercanos al gobierno.
“Capitalismo de compinches”, lo llaman algunos analistas como Anders Åslund, autor del libro “El capitalismo de compinches de Rusia: el camino de la economía de mercado a la cleptocracia” (por su traducción literal al español).
¿Cómo funciona la economía de Rusia y por qué sus críticos la asocian con la creación de oligarcas y corrupción?
Cambio de sistema
Según Sieglel, para entender la economía rusa de hoy hay que remontarse al derrumbe de la Unión Soviética.
Las empresas que antes pertenecían al Estado iban a ser privatizadas.
“La cuestión era cómo privatizarlas”, dice el experto.
Lo que ocurrió, dice el analista, fue que muchas de las compañías más grandes que fueron privatizadas quedaron en manos de antiguos funcionarios del gobierno o de personas que estaban bien conectadas.
A este grupo de personas, que por ser cercanas al gobierno lograron privilegios para hacerse con las empresas, hoy se les conoce como los oligarcas.
“Son élites empresariales ultrarricas con un desproporcionado poder político”, según los describe Stanislav Markus, profesor de Negocios Internacionales en la Universidad de Carolina del Sur, en un artículo de The Conversation.
Según Markus, los oligarcas emergieron en dos oleadas.
La primera fue a partir de 1990, cuando durante el gobierno de Boris Yeltsin se vendieron grandes compañías estatales a un bajo precio a un selecto grupo de magnates a cambio de beneficios.
La segunda oleada fue impulsada por Putin a través de contratos con el Estado, explica Markus.
El modelo era que empresas privadas de infraestructura, defensa y atención de la salud vendían sus servicios al gobierno a un precio mucho mayor que el del mercado, a cambio de sobornos a los funcionarios que hacían posible la transacción.
“Así, Putin enriqueció a una nueva legión de oligarcas que le debían sus enormes fortunas”, dice Markus.
Esa confabulación es lo que algunos califican de “capitalismo de compinches”.
“Rusia es un país con capitalismo de compinches, es muy similar a lo que tendrías en economías fascistas, donde el Estado y algunas industrias colaboraban entre sí”, dice Siegliel.
“En este caso colaboran mediante mecanismos de corrupción”.
Eszter Wirth, profesora de Economía Internacional de la Universidad Pontificia Comillas, describe a Rusia como un “sistema aparentemente capitalista”.
“Donde la mayor parte de la riqueza se genera en sectores caracterizados por el rentismo, nepotismo y la compra de favores”, según le dice Wirth a BBC Mundo.
Wirth explica que Putin implementó un sistema basado en el modelo soviético, caracterizado por grandes empresas estatales, y lo combinó con el sistema oligarquista de Yeltsin.
“Dichas corporaciones estatales controlan un 55% de la economía rusa (las PYMES un 20,6%), que recuerdan a la época socialista”, dice la experta.
“Sistema cleptocrático”
Ese mecanismo, dicen los expertos, está basado en que los oligarcas no se meten en asuntos políticos, y el Kremlin no se mete en los negocios de estos magnates.
“Los oligarcas han ayudado a Putin a mantenerse en el poder a través de su inmovilidad política y su apoyo económico a las iniciativas internas del Kremlin”, dice Markus.
La ONG Transparencia Internacional califica a Rusia de tener un “sistema cleptocrático”.
“La gran riqueza que los cleptócratas rusos han acumulado, y siguen disfrutando, ha ayudado al presidente Putin a reforzar su control sobre el poder…” sostiene la organización en un artículo del 4 de marzo.
El semanario The Economist ubica a Rusia en el primer lugar de su Índice de Capitalismo de Compinches.
El índice mide la cantidad de multimillonarios cuyas fortunas pueden estar asociadas a su cercanía con el gobierno, especialmente a través de negocios como bancos, casinos, defensa, industrias extractivas y construcción.
La publicación sostiene que en Rusia hay 120 mil millonarios, de los cuales el 70% cumple las características de un “capitalista compinche”.
“El 28% del PIB ruso corresponde a la riqueza de multimillonarios (oligarcas) rusos que operan en sectores rentistas (del Estado)”, indica Wirth.
Sin competencia
Sieglel sostiene que ese mecanismo corrupto también afecta el avance de la industria rusa.
“Normalmente, estas compañías tendrían que competir entre ellas, esa competencia las llevaría a ser más eficientes, a contratar al personal idóneo”, dice el profesor.
“Pero lo que ocurrió fue que el gobierno, y esto también ocurre en otros países, protegió a muchos de estos individuos de la competencia directa”.
“Como resultado, lo que tienes en Rusia son una serie de compañías que no son tan eficientes en términos de producción, porque han sido aisladas de la competencia”.
Montaña rusa
A nivel global, Rusia es el segundo mayor exportador de petróleo, después de Arabia Saudita; y el tercer productor de petróleo, detrás de Estados Unidos y Arabia Saudita, según la IEA.
Tiene la segunda mayor reserva de carbón, después de EE.UU.
El 40% del gas natural que consume Europa proviene de Rusia, producido por el monopolio estatal Gazprom.
Además, el país es rico en tierras raras y productos agrícolas como trigo, maíz y aceite de girasol.
Esa riqueza natural, especialmente el gas y el petróleo, le han ayudado a superar varias crisis y vaivenes económicos en las últimas décadas.
Cuando Putin subió al poder, el país venía cerrando una década de hiperinflación, en la que había caído el PIB y había aumentado la desigualdad.
A nivel económico, los 90 en Rusia fueron “una década perdida”, según la describe Wirth en un artículo de The Conversation.
Pero la llegada de Putin al poder le dio un nuevo rumbo al país.
Durante los primeros 8 años de gobierno de Putin, Rusia tuvo un repunte que según Wirth se atribuye al alza mundial de los precios de los hidrocarburos, el principal producto de exportación ruso.
La crisis de 2008 y 2009 frenó ese crecimiento, pero en 2013 un nuevo alza en los precios del crudo los ayudó a recuperarse.
Luego, en 2014 y 2015, los precios volvieron a caer, el rublo perdió valor y aumentó la inflación.
“La dependencia excesiva de la exportación de petróleo y gas natural durante la era Putin pasó factura a la economía rusa”, escribe Wirth.
“Rusia sigue siendo un país con grandes superávits comerciales cuando los precios de las materias primas son altos, y podría invertirlos en la modernización de la maquinaria e infraestructuras obsoletas”, dice la analista.
“Pero, al concentrarse las exportaciones en manos de pocos oligarcas, estos prefieren invertir los fondos en el extranjero, por lo que Rusia pasa desde años por un proceso de fuga de capitales hacia paraísos fiscales, Suiza o Londres”.
Sieglel concuerda en que la economía rusa no es muy diversificada, y añade que “no tienen un incentivo para innovar”.
“A pesar de los recursos, no tienen las instituciones adecuadas para innovar en términos de nuevos productos o tecnología”, dice.
El profesor también indica que, a diferencia de otros países capitalistas, en Rusia no hay leyes antimonopolio y no existe un ambiente legal que enfatice la competencia.
Sanciones
Durante los últimos tres años Rusia ha tenido un crecimiento económico moderado.
En Rusia el impacto de la pandemia fue menor que en otros países, según indica el Banco Mundial.
Según el banco, esto pudo deberse a su política de ayudas fiscales por parte del Estado, así como a que tiene un sector de servicios relativamente pequeño y un sector público grande que amortiguó el desempleo.
Aun así, la profesora Wirth califica de “decepcionante” las tasas de crecimiento económico de Rusia para ser uno de los países BRIC (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica).
Además, desde que Putin invadió Crimea en 2014 Rusia enfrentó sanciones que lo tienen cada vez más aislado de los mercados occidentales.
Y el país se enfrenta ahora a un paquete de sanciones internacionales aún más fuertes, como respuesta a su invasión a Ucrania.
Estas medidas incluyen que los mayores bancos rusos hayan sido expulsados del SWIFT, la red de pagos internacionales, con lo cual se les dificulta procesar transacciones que vengan del extranjero.
Putin ya ofreció ayuda estatal a los bancos sancionados.
También se han congelado cientos de miles de millones de euros de la reserva del banco central de Rusia.
Cerca de 300 marcas han suspendido sus operaciones en Rusia.
Y también se han aplicado sanciones individuales a decenas de multimillonarios que EE. UU., Reino Unido y Europa considera oligarcas cercanos a Putin.
En el último mes, el rublo ha perdido más del 40% de su valor frente al dólar.
Con base en estas sanciones, el banco de inversiones Goldman Sacks calcula que este año el PIB de Rusia podría caer 7%.
La firma de análisis de mercado Oxford Economics calcula que la presión sobre los mercados financieros rusos podría tener un impacto de 6% en el PIB, respecto a los pronósticos que habían hecho antes de la crisis.
La apuesta de Occidente es que esas sanciones aíslen y ahoguen la economía rusa, como medida de presión para que Putin suspenda los ataques.
Wirth, sin embargo, se muestra escéptica frente a la efectividad de estas sanciones.
“En regímenes autoritarios las sanciones económicas han sido poco efectivas, ni en Irán, ni en Corea del Norte han generado cambios políticos”, dice. “Putin tampoco parece querer escuchar a nadie que no fuese él mismo”.
Y mientras tanto, Ucrania sigue bajo el implacable fuego ruso.
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