Roxana Maurizio: “Para que crezca el empleo formal se requiere estabilidad y previsibilidad”
La economista, especializada en temas laborales, señaló que uno de los datos más preocupantes en el escenario actual es que el 60% de los jóvenes con ocupación está en la informalidad; su análisis de qué hace falta para que haya una mejora
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Estudió Economía en la UBA, donde también completó una maestría en Política Económica; se doctoró en la Universidad Nacional de La Plata; es investigadora del Conicet y profesora universitaria; fue consultora de organismos como la OIT, la Cepal, el Banco Mundial y el PNUD; es investigadora del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP), que depende de la UBA y el Conicet; se especializa en temas de economía laboral
“Es difícil pensar en un proceso de crecimiento sostenido del empleo si no tenemos estabilidad macro”, dice Roxana Maurizio, economista e investigadora especializada en temas laborales, distribución del ingreso y políticas sociales. Según su visión, la situación de crisis económica que vive el país, con estancamiento del PBI hace más de una década, es un factor determinante para explicar por qué cuesta la generación de empleo privado registrado y por qué crece el peso del trabajo informal, que está vinculado con el deterioro de las condiciones de vida y la pobreza. En ese sentido, advierte sobre la necesidad de políticas activas de capacitación y de incentivos a la contratación, especialmente en las empresas más chicas, y sobre la “revolución tecnológica, verde y demográfica” que condicionará al mercado laboral en los próximos años.
–¿Cómo describe la dinámica actual del mercado de trabajo?
–Es un mercado que muestra características estructurales que tienen que ver con una elevada informalidad. Es un rasgo de nuestro país y de la región. La informalidad está hace aproximadamente hace 15 años en torno a 36% entre los asalariados. Además, el último dato que tenemos es que en el segundo trimestre de 2024 aumentó la desocupación, aunque en términos históricos la tasa de desempleo todavía está en un valor relativamente bajo. Lo que efectivamente preocupa es la alta informalidad, que se eleva al 60% entre los jóvenes.
–¿Cuáles son las causas o los factores detrás de ese problema?
–Un primer factor que es condición necesaria pero no suficiente para la dinámica del mercado de trabajo, y en particular para el empleo formal en relación de dependencia es tener una macro que permita el crecimiento de la economía y de la demanda de empleo. Cuando un empleador decide contratar a un empleado es porque así lo requiere la demanda de los productos o servicios que vende. Pero, además, cuando estamos pensando en una relación laboral formal, es una cuestión de largo plazo. Entonces, se requiere previsibilidad y estabilidad en la demanda de los productos. Cuando uno compara la primera y la segunda década de este milenio, hubo situaciones muy diferentes.
–¿A qué se debió?
–En la segunda década hubo tasas de crecimiento más bajas y mayor inestabilidad. En la primera, además de un crecimiento muy fuerte del empleo, con una elasticidad empleo-producto muy alta (una demanda de empleo importante por cada punto de crecimiento del PBI), hubo políticas para apuntalar ese crecimiento del empleo formal y políticas de mayor control del cumplimiento de la legislación laboral, con más trabajo por parte de inspectores. Esas políticas se desdibujaron en la segunda fase; eso y el menor dinamismo del crecimiento son los factores del estancamiento.
–Se habla en el último tiempo del ‘trabajador pobre’ como un fenómeno de la Argentina actual. ¿Qué análisis hace del tema? ¿Es algo novedoso?
–Podemos mirar el tema partir de dos definiciones: como el porcentaje de trabajadores que vive en hogares pobres, donde el ingreso total es menor al costo de la canasta familiar completa, o como el porcentaje de trabajadores con un salario por debajo del valor de la canasta de pobreza que les corresponde. En el segundo caso, sin dudas es un fenómeno significativamente mayor entre los trabajadores informales, y alcanzó al 60% de esas personas en el primer trimestre. En igual período del año pasado el índice era de 40%. Y casi el 70% vivía en hogares pobres. Entre los trabajadores formales, el 10% tiene un salario por debajo del valor de la canasta. Ese valor era el 4% un año atrás. Claramente tiene que ver con el aumento de los precios y la pérdida del poder adquisitivo de los salarios. Y los datos muestran que tener un trabajo no es un reaseguro para no vivir en la pobreza. De hecho, para explicar la pobreza tiene mayor incidencia la informalidad que el desempleo, y combatirla no implica solo pensar en el desempleo.
–¿Y qué se puede hacer para cambiar esa tendencia?
–Es complicado. La mayor parte de los adultos que viven en hogares pobres no están desocupados, sino ocupados en un puesto informal, sin un ingreso suficiente. Y, en realidad, las políticas que uno tiene para combatir la informalidad y la pobreza son de impacto directo e indirecto. Sin dudas que hay que combatir la pobreza a través de la formalización; el punto es que no se reduce en el corto plazo. Y para reducir o eliminar la indigencia en el cortísimo plazo tiene que haber transferencia de ingresos, no solo a los desocupados, sino también a los informales. Esto no es novedoso; en el contexto de la pandemia, cuando se creó el IFE [el Ingreso Familiar de Emergencia] se esperaba un número de beneficiarios y la cantidad fue tres veces mayor. Es un problema, porque se trata de una población que vive en condiciones precarias por más que esté en el mercado de trabajo. En el mundo ideal, los derechos, las protecciones y las coberturas de ingresos deberían obtenerse de un puesto asalariado formal. Eso ocurre en la medida en que se apuntala un proceso de formalización, pero hay cuestiones muy urgentes que ameritan habilitar otros mecanismos.
–¿Qué pasó con el desempleo en lo que va de este año? ¿Hubo desaliento en el mercado y, por tanto, menos personas buscando un puesto?
–Es difícil de decir, porque compiten el fenómeno del trabajador adicional, que sale a buscar trabajo por la necesidad de ingresos en el hogar, y el fenómeno del desalentado. Si uno mira la información del segundo trimestre hubo, en comparación con un año atrás, un crecimiento de la tasa de participación, que es de 48,5% [personas que tienen y personas que buscan trabajo], mientras que la tasa de empleo se mantuvo relativamente constante. Entonces, el aumento en la tasa de desocupación es porque aumentó la participación de las personas en el mercado de trabajo. Todavía no tenemos los datos para ver quiénes fueron los individuos que más participaron, pero, en principio, hubo mayor aumento de la participación entre las mujeres.
–¿Y qué está pasando con las brechas de género?
–Lamentablemente, hay brechas que persisten, y en este contexto es difícil pensar en reducciones significativas. Cuando uno mira la tasa de ocupación, la de las mujeres está en 48,3%, y la de los hombres, en 65,3%. Si bien cayó esa tasa entre los varones, la brecha se mantiene. Y entre las mujeres hay una mayor tasa de informalidad que entre los varones. Además, persisten para las mujeres las barreras para la entrada. Y si uno combina la dimensión de género con la de la edad, las mujeres jóvenes tienen una tasa de participación menor. Y luego, cuando entran en el mercado, ¿dónde se insertan? Las características estructurales se mantienen, porque para las mujeres de menor nivel educativo, el sector más demandante de empleo es el servicio doméstico, el trabajo en casas particulares, y ahí la informalidad es altísima, de casi el 80%. El deterioro de ingresos pega particularmente en este grupo.
–Hay quienes niegan que exista la brecha y plantean, por ejemplo, que si hubiera diferencias de ingresos los empleadores contratarían más mujeres para pagar menores salarios. ¿Eso es así?
–Como investigadora y científica diría que miremos la evidencia empírica. La ganadora del premio Nobel de Economía del año pasado, Claudia Goldin, ha planteado las brechas de género, y de ahí para abajo toda la evidencia empírica las muestra. Hay discriminación salarial contra las mujeres, segmentación ocupacional horizontal y vertical. Se pueden mencionar argumentos, pero el único punto importante es ver qué dice la evidencia empírica para la Argentina, la región y el mundo, incluso el mundo desarrollado. Cuando se demuestra que estos fenómenos existen, el resto de los argumentos pierden valor. No sé en qué se basan los que dicen otras cosas, y lo contrafactual no es una manera de plantear una teoría o una hipótesis. La evidencia empírica es muy robusta y hay consenso a nivel internacional.
–¿Es necesaria una reforma laboral hoy en la Argentina?
–Si se necesita o no, depende de para qué, con qué instrumentos y hacia dónde va. La discusión no es tanto de si se requiere o no, porque para establecer políticas activas no es necesaria. Lo pensaría por el lado de cuáles son los instrumentos que podrían acompañar un proceso de mejora en el mercado de trabajo y aumentar la formalización, teniendo en cuenta que el contexto macro es importante. Un dato importante es que alrededor del 60% de la informalidad se concentra en pequeñas firmas o emprendimientos de hasta cinco empleados. Son empresas con grados de productividad más bajos que las empresas grandes, con menos capacidad de acceso al mercado financiero, menos acceso a bienes, y en las cuales la capacidad de contratar trabajadores es baja. Entonces, ahí hay que tener un conjunto de políticas integrales, no laborales. El empleo no se crea en el Ministerio de Trabajo, sino en el de Economía, por la parte macro, o en Producción, donde se generan las condiciones para que esas empresas, las micro, puedan aumentar su productividad y su rol en el mercado, para que puedan contratar empleo de manera formal. Y adicional a todo eso, es importante revitalizar el rol de las políticas activas en el mercado de trabajo.
–¿Cuáles?
–Las que apuntalan el empleo y los mecanismos de capacitación. La Argentina, además de todo el lío coyuntural, está atravesando una triple transición tecnológica, verde y demográfica. Y eso requiere que las personas, que van a estar más tiempo en el mercado de trabajo, tengan capacitación permanente. Aun cuando no tuviéramos esta situación de crisis macro, la Argentina necesita políticas activas en el mercado de trabajo, que permitan a la gente estar capacitándose todo el tiempo, lo que se llama una capacitación de por vida. Porque el cambio tecnológico hace que se requiera una recalificación constante. Y ahí hay un rol para políticas de formación profesional, que deben acompañar y estar preparadas para la demanda de empleo presente y futura en el mercado. Es un instrumento importante que apunta a la empleabilidad de los trabajadores, y es uno de los elementos que se podrían pensar para generar mejores posibilidades de acceder al mercado formal. De nuevo, hay que crear esos puestos. Necesitamos más trabajadores formados para un aparato productivo que, a su vez, tiene que generar esos puestos. Entonces, se necesita una combinación de políticas que faciliten la contratación para las empresas más pequeñas, y también un fortalecimiento de la capacidad del Estado para inspeccionar. La normativa no tiene impacto si no logra ser cumplida. Y ahí se combinan incentivos por un lado, y mayor control por el otro.