Robots y trabajo: el apocalipsis puede esperar
Terminator es el primer ejemplo que viene a la mente a la hora de pensar en el peligro de los robots fuera de control. Pero quizás debamos pensar primero en la historia de Isaac Asimov, Yo robot. Menos espectacular, plantea un futuro en el cual las masas de robots sumamente inteligentes pasan de estar al servicio de los humanos en tareas de maestranza a una posición en la que podrán dominar a la sociedad por completo gracias a su superioridad física y mental.
El temor a un reemplazo paulatino pero irremediable de los humanos en la fuerza laboral no es infundado. Los avances tecnológicos han sido, desde la primera Revolución Industrial, la cara de este temor que hoy tiene forma de robot. Si bien la robótica y la inteligencia artificial todavía no han avanzado lo suficiente para hacer posible el mundo imaginado por Asimov, ya nadie duda de que es sólo una cuestión de tiempo para que el impacto en el mundo del trabajo se incremente de manera radical. El cálculo es fácil: ¿cuántos operarios eran necesarios para que un tren funcionase con normalidad hace cinco décadas? ¿Cuántos son necesarios hoy? Y podríamos preguntarnos si será necesario alguno el día de mañana.
Vivek Wadhwa, de la Universidad de Stanford, es miembro de un think tank de Silicon Valley que se dedica a “educar, inspirar y empoderar a los líderes para aplicar las tecnologías con el fin de tratar los grandes desafíos de la humanidad”. Según Wadhwa, los autos y trenes autoconducidos reemplazarán a los trabajadores en la industria del transporte, la inteligencia artificial eliminará la necesidad de médicos, y los algoritmos desplazarán a los escritores.
¿Quiénes están más lejos de ser reemplazados? Los que realizan manipulaciones complejas, los que usan la inteligencia creativa, o la inteligencia social, es decir, cirujanos, psicólogos, y científicos en biología. ¿Quiénes están más cerca? Los que hagan un trabajo automático, aburrido y repetitivo.
Más allá de ese mundo apocalíptico, según la revista digital Quartz, en Japón, una de las mecas de los robots industriales, la automotriz Toyota encontró una nueva eficiencia al regresar a la mano de obra humana calificada. ¿Qué los llevó a esto? Una búsqueda de perfección y del dominio del proceso de producción.
Detrás de los temores y del sueño de las empresas de tener trabajadores que no faltan a la oficina, y no necesitan tomarse descansos, o sobre los que no hace falta preocuparse por su salud, asoma lo que quizá sean los anticuerpos para evitar que los robots nos desplacen por completo: ¿qué empresario querría legiones de desempleados que no pueden consumir los productos que las máquinas fabrican tan rápida y perfectamente? ¿Qué tipo de sistema permitiría este desplazamiento del humano de la producción y el consumo? ¿Y qué clase de ciudadanía se dejaría desplazar?
En el mundo de Asimov, los robots estaban regulados por las “tres leyes de la robótica”, preceptos morales que impedían que les hicieran daño a los humanos, cuidando su seguridad e integridad incluso en contra de su propia vida. En el caso de que la tecnología avance lo suficiente como para tener el potencial de reemplazar al humano en todos los sectores productivos, ¿no deberíamos pensar en una tecnología que limite la función de la robótica a ser accesoria? El apocalipsis aún está muy lejos. Llegado el momento, las organizaciones y empresas no harían mal en recordar estas tres leyes para que las máquinas cuiden, por encima de todo, al resto de la humanidad... incluyendo sus puestos de trabajo.
Gustavo Pina