Ricardo Jaime: cinco años preso y un viaje desde aquel jet de lujo a una celda en Ezeiza
El exsecretario de Transporte dice estar detenido injustamente; niega las acusaciones y afirma que jamás hubo coimas en su gestión
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“Hola Ricardo, ¿cómo le va?”
Eran las 13.37 del jueves pasado cuando LA NACION llamó al penal de Ezeiza, donde Ricardo Jaime, aquel poderoso secretario de Transporte está detenido desde el sábado 22 de abril de 2016.
“Bien, acá, me había tirado a descansar un poco”, respondió aquel expoderoso funcionario. Así fue el inicio de un diálogo de una hora desde el pabellón donde está preso.
“Llevo cinco años”, dijo ni bien empezó la charla. “¿Cuenta los días?”, se le preguntó. “Si, los cuento, sí. Mi madre tiene 91 años y cada día que pasa es importante”, contestó el cordobés que manejó los hilos del transporte entre 2003 y 2009.
Está alojado en un pabellón con capacidad para 15 reclusos y se ha convertido en uno de los pocos detenidos que aún quedan de todos aquellos funcionarios kirchneristas que pasaron por algún penal. Cuentan que esos sitios tienen un espacio al que llaman SUM donde está el televisor, la heladera y la cocina y donde conviven los presos que tienen sus celdas en un pasillo contiguo. Pueden salir a un pequeño patio que, según un empresario que lo recorrió cuando estuvo detenido allí, se desanda en 44 pasos. “Mis días son muy malos, llevo 5 años y 20 días en prisión preventiva”.
Jaime, el hombre que manejó durante años los subsidios al transporte y que estuvo en medio de decenas de casos teñidos de sospechas, como el soterramiento del Sarmiento o el Tren Bala, por nombrar apenas dos, dice que no tiene nada que ver con lo que se lo acusa. “Si le digo esto: Ricardo Jaime es corrupto, ¿qué contesta?”. “No. El único caso que yo acepté es el de dádivas, en un juicio abreviado de 2014. No es cohecho ni corrupción. La Constitución también vale para mí.”
Dice que supo estar algo mejor, cuando había más compañía. “No me gusta hacer nombres y contar demasiado de mis compañeros de celda, pero acá hemos quedado muy pocos. Son cuatro pabellones y yo estoy en uno para 15 internos”. Cuenta que estaba con Amado Boudou, con José María Núñez Carmona, también condenado en la causa de Ciccone Calcográfica y con Luis D’Elía. Por ese lugar también pasó el empresario Enrique Blaksley, el “Madoff argentino. “Todos se fueron por las mismas razones que yo he argumentado, salvo D’Elía, que se fue por Covid”.
Lamenta que alguna vez, antes de la pandemia, solía tener visitas. “Ya nadie llega por esto del coronavirus, antes venían cada tanto las chicas, mis hijas. Después, gente de la Liga por los Derechos Humanos, el Foro y varios dirigentes, diputados, concejales. Se habían hecho un grupo bueno”. De paso, confiesa que sueña con el primer día de libertad y dice que iría por su familia. “Tengo un nieto que cuando me detuvieron, el sábado 2 de abril de 2016, tenía seis meses”. Ese día, después de una orden de detención del juez federal Julián Ercolini, se entregó en una dependencia de la Policía de Córdoba.
El hombre vivió rápido. Acampó en los despachos más empinados del poder de la mano de su amigo, Néstor Kirchner. Venía de unos años en Córdoba, su ciudad natal, después de acompañar al expresidente en el gobierno provincial, con quién hizo los primeros palotes en la política. Fue viceministro de Educación de José Manuel De la Sota y llegó a la Nación como una de las manos ejecutoras del santacruceño. Su figura creció en el Gabinete hasta que se conoció una investigación sobre un avión de cuatro millones de dólares que usaba como propio. Poco después, en junio de 2009, Cristina Kirchner lo echó del Gobierno. En octubre del año siguiente, cuando murió su amigo Néstor, la entonces presidenta no permitió que se despidiera en el velorio, en la Casa Rosada. Aquel mandamás del transporte no se olvida de ese pequeño gesto.
Hubo un primer intercambio. “¿Sintió que la política lo abandonó?”, preguntó este cronista. “No me abandonó la política, me abandonó el Estado”, contestó seguro. “El Estado, o el Gobierno mejor dicho, lo manejan excompañeros de trabajo suyos...”. “El Gobierno se presentó como amicus curiae para pedir mi libertad, pero la Justicia dijo que no”.
Fue cultor de un estilo único. Viajes en jet, relojes y pulseras de oro y protagonismo supremo durante el primer kirchnerismo. Hoy, preso, reivindica aquellos días. “¿No se arrepiente de nada de lo que hizo?”, intentó este cronista. “No sé que significa arrepentirse; de qué debería hacerlo”, fue su respuesta. LA NACION le recordó algunos de los hechos que se le imputan en el expediente que está en curso como la compra de bienes y propiedades, los viajes en el Lear matrícula N786YA valuado en cuatro millones de dólares, la supuesta propiedad de un yate que fue recuperado por la Justicia y que poco tiempo después usaba la prefectura en sus patrullajes en el Tigre. No tardó el retruque: “Yo no tuve ningún avión y se demuestra en el juicio que tramita estos días. Está claro quién compró el avión, se hizo mediante un crédito en Estados Unidos, yo no tuve ninguna participación”. Y pese a que se le recordó que lo usaba como propio, Jaime negó ser el dueño aunque sí admitió que volaba en esa pequeña joya del aire. “En tres o cuatro oportunidades subí al avión, como he subido a aviones de [Eduardo] Eurnekian, o de [Gabriel] Romero y eso no me hace titular absolutamente de nada. Y si no hay que preguntar a Macri si es dueño de todos los aviones en los que ha volado. Me llevaron una vez a Córdoba”. Dice saber quién tomó un crédito para compra el avión pero no está dispuesto a dar su nombre: “Está en el juicio y no voy a hablar de una persona fallecida”, se excusa.
Jaime reconoció los hechos y fue condenado por haber recibido dádivas del empresario Néstor Otero, dueño de la concesión de Retiro, a quién debía controlar, y otra por robar pruebas en un allanamiento. Por estos días, todos los lunes, tramita el juicio oral por su enriquecimiento ilícito, al que se sumó el expediente de la compra de material rodante a España y Portugal. “¿Se siente un hijo abandonado por el kirchnerismo?”. “No, me siento una persona totalmente perseguida por la mesa judicial de Mauricio Macri. La orden que recibió el juez fue meterme preso sin ningún fundamento”, argumenta.
Durante este tiempo, en el juicio oral, desfilaron testigos del uso del polémico avión. Pilotos, mecánicos, empresarios aéreos contaron cómo fueron aquellos días de lujos kirchneristas. Para la fiscalía está probado que disponía de la aeronave aunque, claro está, había quedado a nombre de una firma panameña con socios aparentes. La verdad se conocerá con la sentencia, al igual que lo que respecta al yate de lujo que se decomisó en Uruguay. “Ni yo ni mi familia conocemos Uruguay”, dijo.
En su conversación, una y otra vez regresa a la mirilla que lo puede llevar a la libertad, es decir, a la situación de su prisión preventiva. Estuvo condenado por la causa de la Tragedia de Once, pero, en septiembre de 2020, la Corte Suprema se expidió y confirmó las condenas que había dictado la Cámara de Casación. Pero hubo una excepción: Jaime. El Tribunal requirió que se revise nuevamente la condena porque en una parte de ella no estaba cumplido el requisito de las dos instancias: faltaba un doble conforme. “Cuento los días. Trato de creer y entender por qué; cada día que pasa es importante, fundamentalmente por la situación que está mi madre, el día a día es importante. Va a cumplir 91 años; una señora la ayuda de 8 de la mañana a 4 de la tarde y luego se queda sola. Por dos razones mi madre está sola, por un lado, no es fácil encontrar una persona de confianza; por el otro, hay cuestiones económicas”. Dice, además, que ya no tiene dinero y que por estos días realiza los trámites para jubilarse.
“¿Volvió a ver a su madre?”. Y regresó de lleno a sus argumentos: “No, no la volví a ver nunca más; nunca pudo venir a visitarme. Anoche revisaba las agendas y leí que desde el 31 de diciembre de 2019, el tribunal de Once ordenó hacer un socioambiental para ver si se podía aplicar un artículo de que soy el único hijo que la podía cuidar. En ese momento tenía un hermano en Córdoba con una enfermedad terminal y el otro, en Brasil. Los dos murieron. El Cuerpo Médico hizo el informe sobre la salud de mi hermano y de mi mamá y cuando estaba por dictaminar salió el fallo de la Corte por la sentencia de Once donde anula mi sentencia y ordena mi libertad. Entonces el trámite se tornó abstracto. Desde ese momento, desde ese 24 de septiembre de 2020, hicimos las presentaciones en el expediente de enriquecimiento ilícito y en el de la compra de los trenes a España y Portugal. Pero me prorrogan la prisión preventiva. Ya llevo cinco años”.
Está convencido, o al menos eso expresa, de que su detención es por culpa del macrismo. Se cuida, como nada, de irritar cualquier fibra del oficialismo. “Hace un año y medio que hay otro Gobierno, una de sus jefas es vicepresidenta y usted aún está preso. ¿Es culpa de Macri?”, se le preguntó. “El Gobierno acompañó. Se presentó como amicus curiae; hizo lo que tenía que hacer”, responde. Se refiere a una presentación que realizó la Secretaría de Derechos Humanos, a cargo de Horacio Pietragalla. Quizá ese pequeño salvavida es su único objeto del que se aferra para creer en su espacio político. Aquel escrito fue el único movimiento de sus excompañeros de ruta; nadie lo defendió en público.
“¿Cree que se convirtió en un ícono de la corrupción kirchnerista?”, fue otra de las preguntas. Jaime, como siempre hizo, siendo o no funcionario, contestó sin modificar su tono de voz: “Eso es lo que concluyen los medios, no lo dicen las causas judiciales. Si la Justicia lo hubiera determinado, no lo podría discutir, pero sin condena no puedo ser ícono de nada. Le repito, soy ícono de la persecución de una mesa judicial que cada día es más evidente”.
Tiene una explicación para cada una de las acusaciones. Dice que no hubo irregularidades en la compra de trenes usados a España y Portugal y que los que vinieron para operar están en las vías. “Acá se acusa a un Estado, España en este caso, vender chatarra o porquería a otro país, la Argentina. Nosotros logramos poder elegir y traer material para arreglar en el país”. Niega que Manuel Vázquez, un hombre dedicado al lobby que trabajaba a su lado y que llegó a ser asesor del ministerio, haya tenido vinculación con esos casos. Se le recordó que hay facturas de la consultora de Vázquez en el expediente de la compra de trenes con conceptos genéricos a nombre de empresas que hacían negocios con la Secretaría de Transporte. Pero siempre negó cualquier sospecha.
Hubo más. Un ejecutivo de Lan pagó una multa de más de 20 millones de dólares en la autoridad regulatoria de Estados Unidos por no poder justificar un depósito por una supuesta auditoría que realizó la consultora de Vázquez, justo en momentos en que negociaba cuestiones regulatorias con Jaime. El importe fue de un millón de dólares. “Siempre tuve mala relación, lejana, con esa empresa”, contestó.
“Después de lo que vivió, ¿volvería a ser secretario de Transporte?”, preguntó LA NACION. “Son tiempos distintos. Cuando Néstor me llamó era Ministro [fue viceministro] de Educación de Córdoba, uno de los trabajos que más me gustó en la función pública”. Cuando regresó a su provincia natal, después de su paso por Santa Cruz, De la Sota lo colocó como vice del entonces ministro, Juan Carlos Maqueda. Hoy, De la Sota falleció en un accidente, Jaime está preso y el tercero es ministro de la Corte Suprema. “¿Qué le diría si se cruza con el magistrado?”. El exsecretario se quedó callado un segundo. “Que haga su trabajo, es un hombre de bien; que haga cumplir la ley. Y la ley dice que nadie puede estar más de tres años detenido sin condena. Me corresponde aunque sea la domiciliaria. Dicen que tengo aún poderes residuales como exsecretario de Transporte. Pongan otra excusa, digan si quieren que me van a dejar preso por ser un ícono de la corrupción, como dice usted”.
Se cuidó al hablar del presidente Alberto Fernández, con quién no tuvo una buena relación cuando eran compañeros de Gabinete. “No me gusta dar consejos. A mi me tocó acompañar a Néstor y muchas veces fueron momentos difíciles. Yo sé de que lado me ponía a la hora de estatizar Aerolíneas Argentinas, era difícil. Yo la defendí en el Congreso, aún cuando muchos se oponían. Y muchos periodistas también; yo hice el listado de los que vivían de la pauta publicitaria de Aerolíneas”, fueron sus palabras. En ese momento, Fernández estaba en otro bando, el de los que defendían al Grupo Marsans; era de los que estaban en la vereda de enfrente a la del entonces funcionario.
Se acercaba la hora desde que Jaime levantó el teléfono: “Yo se de que lado de la vida me paré, con mis errores. No cambiaria estar de un lado de la militancia, ser peronista y ser kirchnerista.”
Sobre el final, un intercambio. “Usted sabe lo que es la causa de las fotocopias de los cuadernos”, inquirió. “No son fotocopias”, contestó este cronista. “Bueno, son copias”, repuso. “Tampoco; no son copias, son cuadernos”, se le corrigió. “Bueno, son cuadernos, perfecto -reconoció-. Yo no estoy mencionado. Allí, dos empresarios dijeron una gran mentira”. Se refería a Aldo Roggio (Metrovías) y a Gabriel Romero (Ferrovías). “Roggio dijo que ni bien asumí y le pedí entre el 5 y el 30% de los subsidios”. ¿Y eso es mentira?, fue la pregunta. “Es una vergüenza. Nunca fue a verme a mi despacho. Por qué mintió. Porque si no mentía iba preso. Roggio y Romero mintieron. Todos excarcelados, incluso algunas autoridades políticas, menos yo.”
Había pasado una hora de teléfono y 10 años desde que este cronista vio a Jaime personalmente por última vez. “Usted puede asegurar que nunca se pagó una coima en el transporte”, dijo LA NACION. “En mi gestión, nunca. ¿Sabe quién es el único preso en la causa de los cuadernos como le dice usted? Yo, esto es una persecución”, cerró el tema.
Llegaron las preguntas finales y otro intento por mirar dentro de la intimidad de un personaje que expresó el poder en la Argentina y que ahora apenas ve la luz del sol. “¿Cómo sigue su día? “Difícil, muy difícil porque siempre espero malas noticias. Ya me pasó, con mis dos hermanos que murieron cuando estaba acá. Se hace difícil”.
“Hay rencor?”. No dudó un sólo instante. “No, no tengo rencor. Solo digo que yo milité en el partido político donde militamos los perseguidos; nosotros no perseguimos gente. “¿Se siente parte de este Gobierno?”, fue, finalmente, la última. “Yo voté a este Gobierno y sentirme parte es pertenecer al Frente de Todos. Sí, me siento parte. En la vida no se puede estar de los dos lados. Hay muchos ejemplos de gente que salta de un lado al otro.
Y cortó. Y volvió a su celda. En ese lado de la vida que Jaime decidió estar.
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