Regalo mayúsculo, desperdicio inédito
Argentina experimentó recientemente una escalada inédita en los precios internacionales de sus principales productos de exportación: en tan sólo 100 días, la soja trepó el 27%; el aceite de soja, el 32%; el trigo, el 45%, y el maíz, el 39%. Este incremento por sobre los ya elevados precios externos de 2007 le permite a la economía alcanzar los mejores términos del intercambio (precios de exportación relativos a precios de importación) de toda su historia (¡desde 1810!), lo que supera incluso los picos de períodos ampliamente favorables como la etapa previa a la Primera Guerra Mundial (1909-1914) y segunda posguerra (1946-1949). Pero esto no es todo: aun cuando pueda haber algo de burbuja de precios como consecuencia de la participación de los fondos de cobertura en los mercados de commodities , a diferencia de aquellos períodos, esta vez tiene chances de ser un fenómeno duradero que augura un "futuro feliz" de precios altos para el país, si es que sabemos aprovecharlo.
¿Qué significa este "milagro" hoy, para la Argentina, en números? En un contexto de cosechas récord (94 millones de toneladas por segundo año consecutivo), los extraordinarios precios actuales permitirían alcanzar un valor bruto de producción agrícola en 2008 de nada menos que US$ 39.000 millones (cerca del 13% del PBI); esto es, un 160% superior que los US$ 15.000 millones que resultarían de valuarla a precios de 2002. Pero esto no es todo. También es extraordinaria la suba del valor en los saldos exportables del campo: a las cotizaciones actuales, las exportaciones agrícolas de 2008 llegarían a los US$ 31.200 millones en 2008, a los buenos precios de 2007, serían de sólo US$ 18.800 millones, y a los precios de 2002 apenas alcanzarían los US$ 12.400 millones.
Además, facilitará un boom recaudatorio. Según nuestros pronósticos, la recaudación tributaria apunta a un piso de crecimiento para 2008 de nada menos que 37% (vs. el 33,2% de 2007) con lo que treparía a $ 274.000 millones ($ 74.000 millones adicionales) pero podríamos ir por más. Gracias a este "tsunami" ascendente de precios de exportación y las subas de retenciones (que lamentablemente viabiliza) en 2008 veríamos un impactante incremento de las retenciones de nada menos que el 110% ($ 43.000 millones vs. $ 20.450 millones de 2007), que oxigenaría, dicho sea de paso, un escenario fiscal que antes se veía complicado.
Queda claro que Dios no sólo es argentino sino que usa la camiseta de Messi (sano) y brinda al país una oportunidad histórica que no podemos dejar de aprovechar. La pregunta relevante es qué estamos haciendo con ella.
La visión oficial (heterodoxa, estructuralista y neodesarrollista) asume aquella vieja idea de que América latina y los países periféricos en general no tendrían futuro si pretenden basar su crecimiento en sectores productores de materias primas.
Las enseñanzas de la Cepal de la mano de Prebisch y Furtado indicaban que el precio relativo clave de la economía (los precios agrícolas en relación a los industriales) era bajo (se necesitaban muchas toneladas de trigo para comprar un auto) pero lo más grave era que se iban a ir deteriorando a lo largo del tiempo, o sea, que cada vez iban a ser necesarias más cantidades de productos agrícolas por unidad de manufacturados, entre otras cosas, por el poder de los sindicatos en los países centrales que no iban a permitir la baja de los precios en los bienes industriales.
Dentro de esta visión, la recomendación de política era clara: había que desarrollar un modelo de crecimiento que estimulara la producción local de bienes industriales, sustitutivos de importaciones. Implícito por detrás de este enfoque está el supuesto de que los empresarios agrícolas no reaccionan a los incentivos y que no aumentan ni la producción ni el uso de tecnología. (Por mostrar que ello era falso y muchas otras cosas más, el economista agrario T. W. Schultz obtuvo el Premio Nobel en 1979.)
Pero hoy el mundo es distinto. Las economías en vías de desarrollo vienen sosteniendo notables tasas de crecimiento y hoy por hoy explican el 80% del crecimiento del PBI mundial. En particular, las diez economías emergentes líderes (entre ellas China, India, Rusia y Brasil) aportan más al crecimiento mundial que el conjunto de países desarrollados del G-7 (EE.UU., Japón, Alemania, etc.) a pesar de ser menos de un tercio del PBI de estos últimos.
En los países emergentes, la incorporación de miles de millones de personas al mercado aumenta la demanda de alimentos y energía (con mayores requerimientos de ésta por unidad de PBI que los desarrollados) por encima del crecimiento de la oferta, lo que eleva los precios de los bienes agrícolas en relación con los industriales. Y lo mejor de todo es que hay altas chances de que esta nueva estructura de precios relativos a favor de los alimentos y la energía se mantenga durante mucho tiempo más, dado que la dinámica de crecimiento de los países en vías de desarrollo está lanzada y representaría un cambio estructural permanente (al revés de lo observado en el gráfico, donde históricamente los términos del intercambio retornaban a su media, tras un período de alza).
Hoy, el crecimiento de la demanda de los países emergentes y su avance tecnológico lleva a que cada vez sean necesarios menos kilos de trigo, de soja, de carne, etc. para comprar una unidad de computadora, de licuadora, etc. Para dar una idea, hoy el kilo de lomo cuesta cuatro veces más que el kilo de Audi en Europa.
Incentivos perversos
En este marco, sorprendentemente Argentina lidera el núcleo reducido de países que "castiga" a la "gallina de los huevos de oro" aplicando impuestos y restricciones cuantitativas a las exportaciones como instrumento para mantener bajos los precios domésticos, redistribuir ingresos e interferir en el mercado distorsionando la asignación de recursos. La proliferación de incentivos perversos a no invertir en exploración, en generación eléctrica y refinación, responsables de la actual crisis energética, se extiende rápidamente al agro y a su industria. Mientras prácticamente todo lo que producimos sube de precio (desde la soja hasta la minería; desde el turismo hasta las frutas de contraestación) nos damos el lujo de desestimular el aumento de su producción y de la inversión en esos sectores. Sin duda, las retenciones son fáciles de cobrar, dan más caja al gobierno nacional en detrimento de provincias cada vez más dependientes (ya que no se coparticipan) y permiten la consolidación de la versión criolla del PRI mexicano. Pero incluso apuntando al objetivo de mejorar la distribución del ingreso y preservar el poder adquisitivo de los pobres (que compartimos), la teoría económica enseña que hay formas mucho más eficientes de hacerlo.
En suma, el mundo nos está regalando el Gordo de Navidad y nos empecinamos en desecharlo. No aprovecharlo no es ideología, es llámelo como prefiera.
El próximo domingo: el columnista invitado será José Luis Espert