Recalculando
Los cambios de política cambiaria, que tuvieron lugar desde el mismo momento en que asumió el nuevo equipo económico, se intensificaron hacia mediados de enero. La forma en que se hicieron, desprolija y descoordinadamente, gatillaron dudas sobre la capacidad de gestión de las nuevas autoridades, y más en particular en el tándem Capitanich-Kicillof. Recién las medidas tomadas por el BCRA el mes pasado trajeron algo de calma al mercado financiero y cambiario. Y rescataron del descrédito al presidente del BCRA.
La consecuencia más importante de la eficaz intervención del BCRA en el mercado cambiario ha sido el cambio de tendencia: preocupaba la aceleración del dólar y la pérdida de reservas. Hoy hay calma financiera, gracias, sobre todo, a la absorción de pesos (-$ 33.000 millones hasta febrero) y al llamado "puente de dólares" (construido con anticipos de liquidación de exportaciones por parte de cerealeras y la compra de las posiciones en moneda extranjera de los bancos). Pero esta tranquilidad, para ser duradera, necesita un insumo clave, todavía ausente, que el Gobierno muestre a través de medidas concretas que está dispuesto a contener la inflación. Y para ello, sabemos, que la clave pasa por reducir la emisión monetaria que financia el déficit fiscal.
Pero mientras esperamos que el Gobierno muestre cómo combatirá la inflación, la relativa calma financiera contrasta con lo que podríamos denominar incertidumbre real. Del lado de la producción, las dudas en cuanto a lo que puede suceder tanto en materia de inflación y salarios, como en el nivel de actividad y empleo se intensifican frente a la posibilidad de una recesión.
De hecho, incluso en los escenarios más optimistas, de los que defienden la idea de tranquilidad cambiaria y monetaria de aquí a fin de año, hay caída de la actividad económica (del orden del -1%), inflación más alta que el año pasado (30% como piso), caída de reservas (entre -US$ 5000 millones y -US$ 7000 millones) y continuidad de las devaluaciones (al ritmo de la inflación). El optimismo es sólo producto de comparar estos escenarios con el escenario de colisión que se dejaba entrever en enero.
En 2013, la economía creció mientras el BCRA estuvo dispuesto a poner los dólares (es decir, mientras se permitió que las reservas internacionales cayeran muy fuerte). Si el BCRA se corre (es decir, trata de limitar la caída de reservas), y no aparece financiamiento EXTERNO, el ajuste macro requiere que la economía deje de crecer. Y en los hechos, varios sectores ya sufren un enfriamiento de la actividad. Producto no sólo de un consumidor con muchas dudas, menor capacidad de gasto y menor acceso al crédito (más caro), sino también, y en muchos casos principalmente, de las dificultades que enfrentan las empresas para hacerse de dólares necesarios para pagar sus importaciones.
Ahora bien, la política es más sensible al nivel de actividad económica que a la inflación, las reservas o el tipo de cambio. Por lo tanto, cabe preguntarse si el Gobierno seguirá adelante con las políticas actuales y las otras que ha dicho tener en estudio o si, frente a la recesión, revisará sus decisiones y terminará quedándose a mitad de camino de un ajuste que reduzca la incertidumbre nominal (la expectativa de nuevas devaluaciones y más inflación) y permita darle credibilidad a la actual combinación de políticas.
Cuanto más rápido resuelva perseverar y darle forma final al ajuste mejor. Hoy la economía se parece a un GPS recalculando. La coordinación nominal previa se rompió con la devaluación y todavía desconocemos cuál será la nueva tasa a la que crecerán las variables nominales clave (gasto público, salarios, dinero, precios y tipo de cambio). Mientras esta indeterminación se extienda, más negativos serán los efectos de este programa todavía incompleto.
Si la economía se enfría no es porque el Gobierno esté aplicando un programa de ajuste ortodoxo. De hecho, una de las razones principales del enfriamiento -las restricciones para hacerse de los dólares necesarios para pagar las importaciones- lejos está de ser ortodoxa. La economía se enfría porque sin un programa de combate a la inflación, que reduzca el déficit fiscal mientras corrige precios relativos, la incertidumbre no se reduce y no se puede restablecer ningún tipo de coordinación nominal. En este contexto, la devaluación no es creíble (se percibe como la primera de muchas) y no hay política o combinación de políticas cambiarias y monetarias que pueda resultar duradera.
Todavía el Gobierno cuenta con márgenes de acción política para resolver proactivamente los problemas pendientes. No tiene la misma credibilidad que antes de los errores de enero, pero la gobernabilidad, si bien menor, no luce aún gravemente cuestionada. Logró evitar una colisión rápida y segura tomando medidas que le permitieron comprar tiempo. Es hora de que use la gobernabilidad y el tiempo de que dispone antes que se le escurran de las manos.
El autor es economista.
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