Quien le paga al gaitero es quien elige la melodía
Son muchos los que dicen que el próximo gobierno debe tener mucho coraje para hacer los cambios estructurales que la Argentina necesita. Yo creo que ese desafío es, finalmente, de nuestra sociedad, que deberá demostrar que está dispuesta a hacer los cambios que hay que hacer y elegir a sus representantes para concretarlos. Entonces queda preguntarnos: ¿estamos preparados como sociedad para bancarnos los cambios profundos que hacen falta?
Escuché hace poco una linda reflexión del rabino Alejandro Abruj, que decía que todos tenemos olvidos ocasionales, como confundir el nombre de los hijos, dejar regando el jardín toda la noche, perder una raqueta en el club o dejar de pagar algún impuesto. Pero nunca olvidamos los eventos que nos provocaron una emoción profunda, ya sea de dolor o de alegría.
Este espacio no pretende ser un momento de reflexión espiritual ni un artículo de autoayuda. Solo intento usar el ejemplo del Rabino para describir la implicancia de las decisiones económicas abruptas y para expresar que no siempre lo que nos produce una emoción violenta o un cambio extremo se olvida o no genera consecuencias con el paso del tiempo.
Creo que la mayoría de los argentinos estamos de acuerdo en los cambios estructurales que hay que hacer, pero no en cómo habría que hacerlos, si de manera gradual o de manera abrupta.
Hacer las cosas abruptamente sería lo que se conoce como una política de choque (shock policy), término que fue acuñado por el economista Milton Friedman. Implicaría la liberación repentina de los precios y de los controles de divisas, el retiro de los subsidios estatales y la apertura comercial inmediata. Por lo general, en el concepto está incluida la privatización a gran escala de los activos anteriormente de propiedad pública.
Si bien en la historia muchas veces estas políticas tuvieron éxito, en tantas otras ocasiones produjeron duras consecuencias, o no pudieron ser sostenidas en el tiempo.
Con respecto a hacer las cosas gradualmente, decía Dan Ariely: “¿No tendría mucho más sentido la economía si se basara en cómo las personas se comportan, en lugar de en cómo deben comportarse?” Ariely es profesor de física y matemática y tiene un doctorado en psicología. En su adolescencia sufrió un accidente con una bengala, que le provocó quemaduras de tercer grado en el 70% de su cuerpo. Con ese hecho aprendió a diferenciar la realidad que vive el que decide y la realidad que vive quien recibe los efectos de esa decisión.
“Nuestra sociedad deberá demostrar que está dispuesta a hacer los cambios que hay que hacer y elegir a sus representantes para concretarlos. Queda preguntarnos, ¿estamos preparados como sociedad para bancarnos los cambios profundos que hacen falta?”
Ariely estuvo más de un año internado con su cuerpo mayormente vendado, escuchando a las enfermeras debatir cada dos noches la mejor forma de cambiarle las vendas. ¿Son mejores las curaciones largas y menos dolorosas o las curaciones rápidas y extremadamente dolorosas? O sea, el viejo dilema: ¿shock o gradualismo?
Si le preguntara a usted, estimado lector, cómo prefiere que le quiten una curita, elegiría: a) rápido y de un tirón, con lo cual le ocasionaría un dolor intenso, pero breve; b) de forma lenta, con un dolor más soportable, pero por más tiempo. La mayoría elige la primera opción. Cuenta Ariely que así lo decidían las enfermeras sin poder él opinar y estando en desacuerdo. Las enfermeras optaban por las curaciones rápidas, sufrían menos ellas cuando el episodio duraba poco que si optaban por las curaciones más lentas. Por supuesto que las enfermeras querían lo mejor para Dan, pero terminaban provocando lo contrario.
Por eso, Ariely se propuso transmitir por el mundo su experiencia, para demostrar, entre otras cosas, los efectos colaterales que quedan después de un shock. Si se le acercan a saludarlo de cerca, como un acto reflejo él se cubre la cara, porque todavía le produce un traumático recuerdo.
Quien alguna vez sufrió un asalto en un taxi, difícilmente vuelva a disfrutar de un viaje.
Para mí, nuestra vida económica demuestra algo similar. “El Rodrigazo”. “El que apuesta al dólar pierde”. “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. “El que depositó dólares, recibirá dólares”. “Pasaron cosas, pero ya pasamos lo peor”. Esas frases fueron solo exclamaciones de un momento, pero nos quedaron grabadas para siempre.
Basta que un funcionario de turno diga que no se va a devaluar, para que salgamos como manada a comprar dólares, provocando una estampida en el valor.
Basta que un funcionario diga que se van a honrar los compromisos, para que salgamos como manada a vender nuestros bonos, provocando una estampida en la suba del riesgo país.
“Quiero vivir en un sistema en el cual el Estado solo articule políticas para hacerles más fácil la vida a quienes arriesgan capital y ponen sus esfuerzos”
Amigos lectores, intentemos reflexionar sobre un par de decisiones que marcarán la forma en que viviremos los próximos años.
1. Apostar a que el Estado sea el gran protagonista, que todo pase por él, desde la fijación de precios hasta las cantidades a producir. Un escenario en el cual las libertades individuales quedarían subordinadas a un bien común bajo la supervisión de un grupo de notables que saben como nadie qué es bueno y qué es malo para la ciudadanía. Un sistema que utilice el pretexto de la igualdad para sacrificar nuestras libertades individuales.
2. Apostar al sector privado y productivo, brindando herramientas para que los que producen e invierten en el país sean los protagonistas. Un escenario en el cual el Estado solo articule las políticas para hacerle más fácil la vida a los que se juegan la piel, a los que arriesgan su capital y ponen su esfuerzo para producir mejores productos y servicios al mejor precio posible, pagando impuestos justos y con responsabilidad y solidaridad social. Y con un Estado que regule y audite para que no haya ventajeros que se abusen del consumidor. Yo quiero vivir en este segundo sistema.
Y como quiero vivir en un sistema en el cual la libertad de decisión de un privado sea protagonista, dejo algunas propuestas.
1. Que los bonos de deuda argentina se puedan usar para comprar bienes de capital, para la construcción o para desarrollos inmobiliarios. Esto daría un incentivo para cambiar deuda por producción y para convertir ahorro en inversión productiva. Las empresas tomarían empleados en forma inclusiva y los tenedores de deuda tendrían un incentivo para financiar al país. También se debería poder cancelar deudas impositivas con bonos argentinos; si el Estado le debe al inversor y el inversor al fisco, es lógico que se compensen.
2. Como alguna vez escuche decir a mi amigo Augusto Darget, establecer que las compañías que hagan oferta pública de su capital, transparentando así sus balances y su comportamiento social, paguen 3% menos de impuestos a las ganancias, es una medida que incentivaría a las empresas a abrir su capital, a exponer sus rentabilidades y, seguramente, el Estado terminaría recaudando más por la formalización de la economía.
3. Las cargas sociales por los contratos de empleo en la Argentina son del 67%, mientras que en la región están, en promedio, en el 30%. ¿No sería mejor bajarlas a la mitad para que sea más fácil dar empleo y para que esa mejora vaya al bolsillo del trabajador? Ese dinero dinamizaría el consumo, mientras que, si queda en manos de la burocracia, lo dudo.
4. Potenciar más aún la ley de economía del conocimiento. Es la industria que más capacidad de crecimiento tiene y que a más personas emplea. Tenemos ventajas comparativas espectaculares que no aprovechamos. Que puedan cobrar directamente en blanco dólares, y no pesos a tipo de cambio oficial. Así, además aportarían a la seguridad social. Como alguna vez propuso mi amigo Alejo Rodríguez Casio, dejar que los grandes contribuyentes usen el 10% de lo que pagan de impuestos para generar fondos de venture capital financiando proyectos de nuevas pymes, le permitiría al Estado, si a esas pymes les va bien, recuperar lo cedido por Ganancias con lo que les cobraría de tributos a los nuevos emprendedores. Sería la manera más genuina de generar empleo privado de calidad y bien rentado.
Si un empresario, agricultor o capitalista no escucha estrictamente las necesidades del consumidor sufrirá pérdidas, quebrantos y, por tanto, será sustituido por otro competidor.
Si un comunicador o periodista, un contador, un abogado o un consultor pierde la confianza de la gente, se queda sin clientes.
La decisión de nuestros representantes políticos, sindicales, judiciales, etcétera, no debería basarse en lo que ellos necesitan para sostenerse, sino en quienes los elegimos como nuestros representantes. Como dice el refrán: “Quien le paga al gaitero es quien elige la melodía”.
*El autor es licenciado en Administración con un posgrado en Finanzas. Director en BYMA. Director académico de finanzas de la UADE. Gerente de Difusión y Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires