Qué se puede esperar después de las elecciones presidenciales
Con reservas negativas que superan los US$11.000 millones, una deuda comercial nueva de más de US$20.000 millones, un gasto público galopante y una inflación que llegará al 180% en el año, no queda otra que devaluar el peso y ajustar el gasto público
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No solo el establishment vernáculo prefiere que Sergio Massa sea electo presidente. En forma esperable, un amplio arco de dirigentes y asociaciones locales, incluyendo empresarios, sindicalistas, actores, clubes de fútbol, investigadores del Conicet, maestros y muchos otros se manifestaron a favor del candidato oficialista. Hasta las swifties de los 60, el club de fans llamado “Las Nenas de Sandro”, llamaron a votar por él.
Llama mucho más la atención que Wall Street también prefiera a Massa. En una visita que hice hace un par de semanas a Nueva York, encontré que la gran mayoría de los inversores de esa ciudad prefieren al candidato oficialista. En el mismo tono, una empresa financiera argentina realizó una encuesta informal entre varios inversores institucionales de Manhattan y todos preferían a Massa. Es muy probable que parte del mercado local, sufriendo una buena dosis de Síndrome de Estocolmo, también lo prefiera.
Las razones de esta preferencia son, hasta cierto punto, entendibles. El principal motivo es la gobernabilidad. El mercado ve a Javier Milei con un carácter muy inestable y con un apoyo parlamentario muy débil. Además, no tiene experiencia en el sector público, que se maneja con una lógica muy distinta de la del privado, o de un equipo de gobierno competente que pueda suplir esa carencia. Los personajes que lo rodean hasta ahora parecen muy amateurs, para ser generosos. También carece de relaciones aceitadas con varias terminales de poder con las que inevitablemente tiene que negociar un presidente, le guste o no. Es decir, Wall Street ve un fuerte riesgo de gobernabilidad en caso de que el candidato libertario llegue al poder y ponga en uso la motosierra.
Varias de estas debilidades de Milei son, al mismo tiempo, fortalezas de Massa. Tiene una vasta experiencia en el sector público y capacidad de armar un equipo con mucha experiencia. Cuenta, además, con el apoyo de los sindicatos, de parte del mundo piquetero y de muchos intendentes del conurbano, todos actores que tienen en sus manos la caja de fósforos que puede encender la hoguera de las protestas cuando les conviene. Tiene, además, aceitadas relaciones con todo el entramado de poder de la Argentina. Debe poseer a tiro de WhatsApp a la mitad del establishment político, económico y social del país. Si bien no puedo afirmar que incluya hasta “Las Nenas de Sandro”, seguramente debe tener a “Los Pibes de Moria”.
No llama la atención entonces la preferencia de Wall Street por Massa, teniendo en cuenta además que nunca se preocupó por las cuestiones institucionales de los países. Los ataques a la Corte Suprema, el uso del aparato de inteligencia y de la AFIP, entre otros, para perseguir jueces, periodistas y opositores, o el escandaloso uso del Estado para favorecer al ministro/candidato no importan a Wall Street. Mientras le paguen los intereses y el capital de los bonos, no importa si quien paga es Putin, Chávez o Massa.
El argumento de la mayor gobernabilidad con Massa es, sin embargo, exagerado, quizás hasta el punto de hacerlo equívoco. Esta apreciación surge de creer que hay un hecho casi inevitable que se cierne sobre la Argentina, que es que la economía va a sufrir una crisis de magnitud y de la certeza de que será imposible salir de dicha crisis sin cambios profundos sobre el ordenamiento económico del país.
La economía argentina es como un paciente al que le aumentaron la dosis de morfina para mantenerlo activo y con poco dolor hasta las elecciones. Sin embargo, es inevitable cortar totalmente esa terapia luego del proceso electoral, ya sea porque el FMI lo exige o porque la realidad lo impone. Con reservas negativas que superan los US$11.000 millones, una deuda comercial nueva de más de US$20.000 millones, un gasto público galopante y una inflación que llegará al 180% en el año, no queda otra que devaluar el peso y ajustar el gasto público. Los detalles de cómo se implementarán estas medidas no los sabemos y, si bien la táctica elegida no es un tema menor, la dirección y la necesidad de que el proceso se inicie relativamente rápido son indiscutibles.
Sin la morfina de un gasto elevado, subsidios ridículos, un dólar barato, e importaciones impagas, el paciente sufrirá. La crisis tomará otra dimensión. Hasta ahora, la inflación subió fuertemente, pero la mayor parte de la población mantuvo su trabajo. La tasa de desempleo del segundo trimestre de 2023 era casi tres puntos porcentuales más baja que la del cuarto trimestre de 2019. Además, el salario de los empleados estatales superó a la inflación los últimos tres años y el de los empleados privados sindicalizados no quedó tan rezagado tampoco. El consumo, como consecuencia, creció fuertemente desde la salida de la pandemia. A partir de ahora, sin morfina, la economía se parará, la tasa de desempleo subirá, el salario real caerá en estos sectores que lo pudieron mantener más o menos a salvo, y el consumo se resentirá. Por cantidades (empleo), por precio (salario) o por una combinación de ambos, el mercado laboral sufrirá un fuerte ajuste, que hasta ahora afectó más que nada a los trabajadores informales.
Quiero detenerme un minuto en un sector fundamental para el futuro del país, la educación, en el cual ya se ven algunos esbozos de esta crisis laboral. El Gobierno fuerza a los colegios privados que reciben subsidios a aumentar las cuotas por debajo del incremento salarial de los maestros. Algunos, como consecuencia de esto, ya cerraron. Son solo la punta del iceberg de una crisis de gran magnitud que se avecina. Afecta especialmente a los colegios parroquiales, los únicos accesibles para las familias de menores recursos que quieren que sus hijos no pierdan días de clase. Un relevamiento de Chequeado mostró que, en la educación pública, el promedio nacional hasta junio fue de 66,3 días de clase, solo un 81,2% de los planificados, por los paros docentes. A medida que cierren colegios, cientos de maestros se quedarán sin trabajo, y miles de alumnos sin clases.
Massa enfrenta muchos desafíos para poder pilotear esta crisis y generar un crecimiento sustentable. En primer lugar, comienza con un déficit de popularidad impresionante. Es uno de los políticos con mayor imagen negativa del país. Difícilmente pueda moverse entre una aglomeración que no esté coreografiada a tal efecto, mientras que Milei atrae multitudes. Si Massa gana la elección, es gracias al “plan platita” y a que fue el más “fullero” de la cancha electoral, dividiendo a la oposición al peronismo y utilizando todo el aparato estatal y cuasi estatal para asustar a la gente. A esto se suma que rápidamente va a decepcionar a sus votantes, a quienes convenció que lo apoyen para evitar que le saquen “privilegios” que justamente tendrá que quitarles. Es posible que, si gana Massa, el pasaje de tren supere en pocos meses lo que él sugirió que costaría si gana Milei. De este último, en cambio, solo se espera la motosierra.
En forma relacionada, a Massa le resultaría imposible ofrecer algo que Milei sí puede llegar a brindar, lo que denomino “prestaciones simbólicas”. El pueblo tiene que cruzar un desierto en los próximos meses y, para soportar tal esfuerzo, necesitará creer que llegará a la tierra prometida, un país en el cual no haya inflación, en el que se pueda progresar, estudiar y ahorrar sin ser asaltado o estafado. Es decir, a un país normal. En el medio del desierto hay que ir dando indicios y ofreciendo sacrificios. Una cosa es pasarla mal y que “la casta” siga pasándola bien, y otra es pasarla mal pero ver que, al mismo tiempo, se atacan los privilegios corporativos que hundieron al país en las últimas décadas. ¿Puede Massa, el miembro más encumbrado del establishment que ha hecho de este un país tan anormal, proveer estas prestaciones simbólicas? Lo dudo.
Estas dificultades se relacionan con otra que enfrenta el candidato oficialista. Al menos 37 de los 108 diputados de Unión por la Patria son kirchneristas, quienes también controlan la provincia de Buenos Aires y muchos municipios del Conurbano. Es decir, al menos inicialmente, con alta impopularidad, le será difícil desenquistar a La Cámpora del Estado o hacer un giro “neoliberal”.
Más allá de la crisis inicial, será muy difícil para el país generar un crecimiento sostenible sin regenerar algo de credibilidad, que es uno de los mayores déficits de Massa. Además, es necesario implementar reglas de juego estables, predecibles y parejas para que el sector privado invierta. Justamente lo contrario al mundo arbitrario de quien maneja 40 pelotas en el aire vía WhatsApp, como vino haciendo Massa estos meses previos a la elección.
Cuando abran los mercados en Nueva York, el lunes, y en la Argentina, el martes, veremos su veredicto sobre la elección. Estarán mirando quién gana, por qué margen gana, y el mensaje del triunfador, así como quiénes lo acompañan al estrado. Deberían estar mirando también la reacción del FMI, cuyo programa está, a los efectos prácticos, caído, por lo que será necesario negociar uno nuevo. El Gobierno recientemente anunció que la deuda pública ascendió, al final de octubre, a US$419.291 millones de dólares, casi US$100.000 millones más que cuando asumió este Gobierno. Si leyeran lo que el propio FMI escribió al analizar el préstamo a Macri, verían que el organismo se arrepintió de no haber pedido una reestructuración de la deuda al inicio del programa.
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