¿Qué pasó realmente en la Argentina? ¿Por qué cambiaron tanto las cosas?
¿Qué pasó realmente en nuestro querido país, por qué cambiaron tanto las cosas? Es una pregunta que nos hacemos quienes tenemos muchas décadas de vida y, por lo tanto, contamos con la posibilidad de comparar con otras épocas.
En una humilde familia de mediados del siglo pasado, en la cual el único sustento era el padre mientras que la madre se dedicaba al cuidado y la crianza de sus hijos, nunca faltó nada y hasta existió la posibilidad de que, con un solo sueldo de empleado, se pudiera adquirir un terreno y luego construir, con un crédito normal, la vivienda propia. Todo ello, sin que nadie le regalara nada. Pensar en algo parecido en nuestros tiempos es prácticamente imposible; todo está muy difícil y caro, hay escaso empleo formal y en muchos casos los ingresos no alcanzan a cubrir las mínimas necesidades. Dejando de lado muchos detalles, ¿cómo podemos explicar, en pocas palabras, semejante deterioro?
Falta de producción
Si vamos al fondo del problema, nos animamos a enfatizar que, en última instancia, el causante profundo de semejante cambio es la falta de producción, lo que se denomina, falta de oferta.
Si hubiese más producción tendríamos grandes beneficios. Por un lado, se aprovecharían las economías en escala, que hacen que los costos por unidad disminuyan considerablemente, y por otro lado, aumentarían los beneficios de los productores, induciendo a mayor reinversión. A la vez crecería la demanda de puestos de trabajo y el mercado actuaría incrementando el precio de los mismos. Es decir, sería un proceso que se autoalimentaría, en beneficio de la inversión, la oferta de bienes, del empleo y de los ingresos de los trabajadores.
Este virtuoso proceso se fue deteriorando en el tiempo por razones netamente políticas, porque hubo decisiones, tendientes a ganar adhesiones, que fueron en detrimento del bienestar de todo un país.
En el mundo se sucedieron muchas teorías económicas, y la experiencia demuestra que los regímenes totalitarios, populistas, dirigistas y faltos de libertad han demostrado total ineficiencia, y, por eso, prácticamente han desaparecido de la faz de la tierra, al menos en sus estilos más ortodoxos.
Verdadera ayuda social
Generalmente se explica que la inflación es producto del desequilibrio fiscal, es decir, de la situación en la cual el Estado gasta más de lo que genuinamente recauda, y que esa diferencia es fundamentalmente producto de gastos políticos, entre ellos los de “ayuda” a los necesitados (de paso, con estos gastos se logran adhesiones políticas). La realidad nos demuestra que la forma sustentable de “ayudar” es proporcionar mayor y mejor educación e instrucción, por un lado, y empleos genuinos de calidad, por el otro, algo que solo se consigue con inversión privada. La inversión se materializa cuando hay condiciones de seguridad, garantía y confianza.
Pero, volviendo a las causas de la inflación, es verdad que la emisión monetaria usada para cubrir el déficit causa inflación, pero no es la única responsable. Otro factor de igual o mayor importancia es cuál es la oferta de bienes y servicios.
Pongamos un muy sencillo ejemplo. Supongamos un país en el cual hay 100 bienes y servicios, con una población determinada, y el gobierno de turno, para cumplir con sus obligaciones de seguridad, legislación, justicia, asistencia social y administración, emite 100 unidades de dinero que vuelca al mercado al pagar sus insumos. En el caso planteado, el precio promedio de cada bien y servicio sería de un peso o unidad de emisión. Ahora, si el Estado, por tener mayores gastos, emite 100 unidades más y la producción sigue siendo la misma, el precio promedio por unidad, pasaría a 2 pesos, produciéndose una inflación de 100%. Pero, si el Estado emitió 100 pesos más, de forma que estén en circulación los 200 pesos, y, a la vez, la producción de bienes y servicios se elevó también de 100 a 200, entonces no habría inflación. Con estos ejemplos concluimos que el principal factor de pobreza es la falta de producción, de oferta.
Está bien concluir que, para mejorar la economía, hay que bajar la emisión monetaria, bajar el gasto y la cuenta fiscal. Pero faltaría una cuarta pata: lograr más trabajo genuino para generar más producción y más mercado, que ordena los precios relativos con mayor equidad.
Un gobierno tiene que actuar con responsabilidad, aunque al principio duela y se vean alejadas sus posibilidades futuras de poder. No hace falta ser un premio Nobel. Basta usar el sentido común y tener dignidad y, sobre todo, patriotismo. El mismo sentimiento que recuperó a países en ruina.
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