Qué nos dice el mensaje encerrado en un sobre de figuritas
A muchos podrá parecerles una banalidad lo que está ocurriendo con el boom de las figuritas del Mundial de fútbol. Con razón, y sentido común, se podría decir que, con todos los problemas que hoy tiene la Argentina, “es una locura”. Que hoy la gente esté pendiente de un paquete de figuritas casi de manera compulsiva, algo que se puede comprobar empíricamente en las conversaciones cotidianas y que reflejan con humor e ironía los memes que circulan por Twitter y videos de TikTok, emerge como un sinsentido y un hecho menor. ¿Lo es?
Quienes seguimos y analizamos de cerca las conductas colectivas y el humor social estamos atentos a este tipo de movimientos, en apariencia triviales, porque suelen traer cifrado algún mensaje que los trasciende y que va más allá de lo que se puede apreciar a simple vista.
En plena era de la transformación digital, los argentinos se han aferrado a un viejo ritual analógico. Las figuritas son trozos de papel con imágenes que se pegan en un álbum que también es un elemento físico. Sus características son similares a las de los viejos “libros” donde se almacenaban las fotos impresas y que para las nuevas generaciones se ven prehistóricos.
Hoy que todo está en la nube, de pronto, hay un fanatismo inusitado por volver a tener un cable a tierra.
Esta semana The Economist publica un análisis sobre el valor combinado de las acciones de algunas empresas que tuvieron un boom frente al shock de 2020/2021: Zoom, Netflix, Pelotón (vende materiales de entrenamiento, donde se destacan la bicicleta fija y la cinta para correr, asociados a una plataforma tech que permite tener clases online, y así armar el gym en casa), Shopify (plataforma para crear una tienda online y realizar comercio electrónico) y Robinhood (plataforma gratuita para invertir en acciones e intercambiar criptomonedas).
El valor de mercado combinado de las cinco empresas (tomando el mismo peso ponderado para cada una) se multiplicó por 4 desde inicios de 2020 hasta mediados de 2021. Desde entonces, cuando la población mundial salió masivamente de sus casas a reencontrarse furiosamente con la pulsión vital, no han parado de caer. Hoy valen lo mismo que antes de que todo ocurriera, casi como si nada hubiera pasado.
La sociedad contemporánea apenas pudo, tal como se preveía, decidió “volver a la normalidad”, o al menos a lo más parecido que pudiera encontrar. Simplemente porque la vida que tenía era mil veces más interesante que la 100% digital.
Naturalmente, no somos los mismos porque lo que ocurrió efectivamente pasó y sus consecuencias están adentro de la psiquis, la sensibilidad y el alma de cada uno que atravesó esa instancia inédita de fragilidad global simultanea e interconectada.
Por eso The Economist tituló su nota “Zoom fatigue”, o fatiga de Zoom. Después de habernos guarecido un año y medio en la caverna digital, ahora queremos, ansiamos, anhelamos tocar, sentir, experimentar, vibrar físicamente.
El sistema mental y sensorial humano está buscando recalibrar la mezcla “físico-digital” acorde con un regreso a la normalidad. Ese retorno a la vida que teníamos hasta 2019 obviamente no es lineal. Contempla la aceleración de la digitalización que ya estaba lanzada y que avanzó cinco años en uno durante el largo y oscuro túnel del hábitat viral, y que ahora se configura, “en la salida”, como un hábitat emocional, dominado por las pulsiones antes que por las razones, acorde con la definición de Sil Almada, fundadora de Almatrends Lab.
Habrá que ver en qué punto logra estabilizarse a mediano plazo toda la trama de interrelaciones humanas cuando lo acontecido logre metabolizarse de manera plena y definitiva, dejando sin dudas cicatrices imborrables o queloides, pero dando paso a una nueva instancia donde el trauma sea parte del pasado. Mientras tanto, estamos viviendo esta época de emociones desbordadas, y en ciertos casos extremas, hasta inmanejables.
Entonces, lo de las figuritas es solo una vocación por reencontrarnos con lo tangible, lo almacenable en “una caja” (o un álbum), lo que se intercambia bajo la vieja consigna ochentosa de “tengo/no tengo”, que logró conectar con un cable de alta tensión emocional combinando nostalgia con una necesidad lúdica y de encuentro entre niños y adultos, potenciada por un dolor aún no procesado del todo.
En un punto sí. Podemos verlo desde ese ángulo. La manifestación de una “fatiga digital” que encontró en el Mundial de Futbol, uno de los pocos temas de orden colectivo que entusiasman hoy por hoy a la sociedad argentina, la excusa perfecta para despegarse por un rato de las pantallas que nos salvaron y a la vez nos agotaron.
Pero creo que hay algo más. Acorde con lo que vienen mostrando nuestros estudios cualitativos sistemáticos acerca del sentir de los ciudadanos y consumidores, el boom de las figuritas podría estar hablándonos, además, de esa vocación de la sociedad por alienarse de manera consciente, en el sentido sociológico del término, es decir, la intención de evadir la realidad, escaparse de ella hacia un mundo paralelo, menos ominoso y opresivo, que ya habíamos detectado en otros fenómenos, como el boom de los recitales, el turismo interno, los restaurantes, los bares, la cancha y el teatro, entre otros.
Lo que los argentinos anhelaban en la salida era tranquilidad y previsibilidad. Se encontraron con todo lo contrario. Asumiendo que eso no solo no cambiaría en el corto plazo, sino que probablemente empeoraría, decidieron directamente “irse”.
El boom de las figuritas es una manera romántica de hacerlo. Una especie de “retrotopía”, esa utopía inversa donde para visualizar el imaginario de futuro hay que dar vuelta la cabeza y mirar hacia atrás. Concepto que bien supo describir el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su libro póstumo publicado en 2017, que justamente llevaba esa idea peculiar por título.
Sucede que, por más que se la procure evadir, la realidad está allí y sigue su curso. Tozuda, insiste en hacerse presente y no hay manera de eludirla o desconocerla por completo. Siempre encuentra el hueco por donde filtrarse.
Los lamentables sucesos de la semana pasada, que tensaron hasta el límite las fragilidades políticas y sociales, sumados a una economía que más temprano que tarde deberá hacerse cargo de sus inconsistencias y riesgos visibles, expuestos y mayoritariamente conocidos, solo nos auguran una potenciación de esta conducta dual de la sociedad.
Los ciudadanos, mientras esperan la tormenta, miran de reojo la dinámica de las nubes y toman sol hasta el último minuto. Ya saben que tienen que tener todo listo para cuando se largue a llover. Pero se preguntan: ¿qué sentido tendría apurarse? Ya habrá tiempo de preocuparse cuando resulte inevitable.
Por ahora, mejor pensar en conseguir “la difícil” y llenar el álbum. El premio es mucho más importante que “la pelota”. Es un viaje en el tiempo a un país y una vida mejores.