Qué hay detrás de la crisis bancaria global y cuáles son los riesgos concretos para los depositantes
La suba de las tasas de interés dejó a los bancos al descubierto; es hora de corregir el sistema, una vez más…
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Hace algunos días, cualquiera habría pensado que tras la pesadilla de la crisis financiera de 2008, los bancos se habían acomodado, pero ahora queda claro que siguen teniendo el poder de causarle un infarto a más de uno. La estampida bancaria del 9 de marzo contra el Silicon Valley Bank (SVB) provocó el retiro de US$42.000 millones en depósitos en un solo día. Y el SVB fue apenas uno de los tres bancos norteamericanos que se fundieron en el lapso de una semana. Durante el fin de semana pasado (NdeR: este artículo se publicó el 16 de marzo), los organismos reguladores trabajaron frenéticamente para pergeñar un rescate. No alcanzó: los clientes de los bancos se siguen preguntando si sus ahorros están seguros.
Los inversores se espantaron. Apenas en lo que va del mes, los bancos norteamericanos perdieron un total de US$229.000 millones en valor de mercado, una caída del 17%. El rendimiento de los bonos del Tesoro también cayó, y los mercados ahora calculan que a mediados de año la Reserva Federal de Estados Unidos empezará a rabajar las tasas de interés. El precio de las acciones de los bancos de Europa y Japón también se derrumbaron. El 15 de marzo, el precio de las acciones del Credit Suisse se desplomó un 24%, y el 16 de marzo necesitó una inyección de liquidez del Banco Central suizo. A 15 años de la crisis financiera de 2008, volvieron las dudas sobre fragilidad de los bancos y la eficacia de los entes reguladores financieros.
El vertiginoso colapso del SVB dejó al descubierto un riesgo muy subestimado que entraña el sistema financiero. Cuando las tasas de intereses eran bajas y el precio de las activos era alto, el banco californiano se atiborró de bonos a largo plazo. Pero entonces la Reserva Federal empezó a subir las tasas al ritmo más acelerado de las últimas cuatro décadas, el precio de los bonos se hundió, y el banco sufrió enormes pérdidas. Las normas que regulan los capitales en Estados Unidos no le exigen a la mayoría de los bancos que den cuenta de la caída del precio de los bonos que piensan retener hasta su vencimiento. Solo los bancos muy grandes tienen la obligación de indicarle al mercado todos los bonos en su haber que están disponibles para comercializar. Pero tal como lo descubrió el SVB, si un banco se tambalea y tiene que vender sus bonos, las pérdidas no reconocidas se vuelven muy pero muy reales.
Esas “pérdidas no reconocidas” son inmensas y atraviesan todo el sistema bancario de Estados Unidos: a fines de 2022, totalizaban US$620.000 millones, el equivalente a un tercio del colchón de capital sumado de todos los bancos norteamericanos. Afortunadamente, otros bancos están más lejos del abismo que el SVB. Pero el aumento de las tasas de interés dejó a todo el sistema en situación vulnerable.
La crisis financiera de 2008 fue resultado del otorgamiento indiscrimidado de préstamos y de la burbuja inmobiliaria. Por lo tanto, las regulaciones post-crisis buscaron limitar el riesgo crediticio y garantizar que en sus carteras los bancos tuvieran activos que realmente podían venderse a alguien. Las medidas que se tomaron alentaban a los bancos a comprar bonos del gobierno: al fin y al cabo, nadie es más confiable que el Tío Sam y nada es más fácil de vender, en medio de una crisis, que los bonos del Tesoro.
Muchos años de baja inflación y tasas de interés por el piso hicieron que ya nadie se preguntara qué pasaría con los bancos si las circunstancias cambiaban y los bonos a largo plazo perdían valor. Durante la pandemia, esa vulnerabilidad se agravó, ya que los bancos quedaron atiborrados de depósitos en efectivo y los paquetes de estímulo de la Reserva Federal inyectaron aún más efectivo en el sistema. Muchos bancos utilizaron esos depósitos para comprar bonos a largo plazo y títulos con garantía hipotecaria respaldados por el gobierno.
Podría pensarse que las pérdidas no reconocidas no tienen importancia. Pero el problema es que el banco ha comprado esos bonos con dinero ajeno, generalmente de un depositante. Para retener un bono hasta su vencimiento, hay que emparejarlo con los depósitos, y a medida las tasas fueron subiendo, también fue aumentando la competencia para quedarse con los depósitos de los ahorristas. Los bancos más grandes, como el JPMorgan Chase o el Bank of America, tienen clientes que no se mueven de donde están, y por lo tanto el aumento de las tasas tiende a impulsar sus ganancias, gracias a los préstamos a tasa variable. Por el contrario, los casi 4700 pequeños y medianos bancos norteamericanos con activos totales por US$10,5 billones tienen que ofrecer mejores rendimientos para evitar que los depositantes se lleven su dinero a otra parte. Eso reduce sus márgenes, lo que ayuda a explicar el desplome de las acciones de algunos bancos.
El otro problema afecta a los bancos de todos los tamaños. Cuando se desata una crisis, los depositantes que antes eran leales pueden huir, obligando al banco a cubrir la salida de depósitos con ventas de activos. Cuando eso ocurre, las pérdidas del banco se materializan: su colchón de capital puede parecer mullido y reconfortante, pero al día siguiente descubrimos que la mayor parte de su relleno en una ficción contable.
Esa perspectiva alarmante explica por qué el fin de semana pasado la Reserva Federal actuó tan drásticamente. Desde el 12 de marzo, dijo estar dispuesta a otorgar préstamos garantizados con los bonos que tienen los bancos. Mientras que antes solía aplicar recortes al valor de la garantía, ahora ofrecerá préstamos hasta el valor nominal de los bonos. Con algunos bonos a largo plazo, la cifra puede ubicarse un 50% por encima del valor de mercado. Frente a tanta generosidad, es casi imposible que las pérdidas no reconocidas de los bonos que retiene un banco provoquen su caída. Y eso implica que los depositantes del banco no tienen motivos para salir corriendo a retirar sus ahorros.
La Reserva Federal tomó la medida correcta al prestar contra una buena garantía para frenar la corrida. Pero tantas facilidades también tienen un costo. Al generar la expectativa de que cuando se produzca una crisis la Reserva Federal asumirá los riesgos de las tasas de interés, se está alentando a los bancos a comportarse de manera imprudente. Se supone que el programa de emergencia durará solo un año, pero incluso después de que haya vencido, los bancos que compiten por el dinero de los depositantes buscarán ofrecer altos rendimientos asumiendo riesgos excesivos. Y con el precedente de que la Reserva Federal ya ha intervenido una vez, algunos depositantes no tendrán razones para discriminar entre riesgos razonables y riesgos graves.
Por lo tanto, los entes reguladores tendrán que aprovechar este año para hacer que el sistema sea más seguro. Un paso posible sería eliminar muchas de las extrañas exenciones que se aplican a los bancos medianos, producto de la derogación que se hizo en 2019 de las normativas de protección que se habían implementado tras la crisis financiera de 2008. El rescate de los depositantes del SVB demuestra que los planificadores económicos piensan que estos bancos entrañan riesgos sistémicos. De ser así, deberían estar sometidos a las mismas reglas de contabilidad y liquidez que los megabancos, como ocurre en Europa, y estar obligados a presentarle a la Reserva Federal sus planes para una salida ordenada en caso de quiebra. En los hechos, eso los obligaría a aumentar sus reservas de seguridad.
Más colchón
Los reguladores de todo el mundo también deberían crear un régimen que tome en cuenta los riesgos que implica el aumento de las tasas de interés. Durante una crisis, un banco con pérdidas no reconocidas siempre correrá más riesgo de quiebra que uno que no las tenga. Pero esa disparidad, sin embargo, no se ve reflejada en los requisitos de capital que debe cumplir el banco. Una posibilidad es hacer una prueba de estrés de lo que podría pasar con el colchón de seguridad de un banco si su cartera de bonos se ajustara a los precios del mercado y si las tasas aumentaran todavía más. En base a esa medición, los planificadores de políticas económicas podrían evaluar si el sistema bancario tiene suficiente capital.
Por supuesto que los banqueros odiarán la idea de retener más reservas de capital y de tener que cumplir con nuevas reglamentaciones. Pero lo que se ganaría en términos de seguridad del sistema bancario es muchísimo. Los depositantes y contribuyentes, desde Silicon Valley hasta Suiza, están muy asustados, y no deberían tener que vivir con un miedo y una vulnerabilidad que consideraban cosa del pasado.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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