Qué deja la visita de Mike Pence a América latina
El vicepresidente de Estados Unidos pasó por cuatro países; qué balance hizo The Economist de la gira, que incluyó a la Argentina
PANAMÁ.- Una profunda perplejidad. Eso, dice un alto funcionario latinoamericano, describe la actitud de su región respecto del gobierno del presidente Donald Trump. Lo que no sienten los líderes latinoamericanos es temor, ni sobrecogimiento, ni una sensación de una ambición compartida de hacer grandes cosas. En los últimos días, el vicepresidente Mike Pence hizo un tour por cuatro países de la región, incluyendo también Colombia, la Argentina y Chile.
La impresión más llamativa de este tour es la pequeñez. Pence ha pedido a cada gobierno cosas modestas y en algunos casos intrigantes. No ha descripto grandes visiones de cooperación panamericana del tipo planteada en un tiempo por el presidente George H. W. Bush, que propuso un área de libre comercio de las Américas.
Pence se ha concentrado en políticas que importan inmediatamente a Trump en casa: sanciones a Corea del Norte, más presión sobre el régimen autocrático de izquierda de Venezuela o mejor acceso local para productos y servicios estadounidenses específicos. En una medida llamativa, sus anfitriones no han temido ignorar a Pence en cuanto a pedidos que no tienen sentido o no se corresponden con las prioridades locales.
El miércoles último, Pence se reunió con la presidenta chilena, Michele Bachelet. En sus propias palabras, la urgió fuertemente a que junto con los líderes de Brasil, México y Perú, rompieran los vínculos diplomáticos y comerciales con Corea del Norte.
Este pedido sobresaltó a los funcionarios chilenos. El comercio de Chile con el régimen norcoreano es mínimo y el país apenas si tiene relaciones diplomáticas con Kim Jong-un. Quizá lo más importante es que no está claro para Chile por qué la interrupción de las relaciones diplomáticas ayudaría a alcanzar la meta que más importa: presionar a Corea del Norte para que abandone su programa de armas nucleares.
Pence ofreció una respuesta que no fue del todo convincente, tratando de transmitir la exhuberancia de su jefe, un actor totalmente no convencional en materia de política exterior. Señaló, correctamente, que Corea del Norte ha usado "la demora y las negociaciones fingidas" durante años mientras trabajaba para obtener armas nucleares utilizables y un programa de misiles balísticos. Pence dijo que Trump declaró que esa época se terminó. Ahora su vicepresidente pedía a los amigos de Estados Unidos en todo el mundo "que continuaran usando herramientas económicas y diplomáticas que tienen para aislar más a Corea del Norte".
Cuando dejaba Santiago rumbo a Panamá, los diarios locales publicaron la respuesta. "Chile rechaza el pedido de Estados Unidos de romper relaciones con Corea del Norte" decía la primera plana de El Mercurio.
Bachelet dijo a su visitante públicamente que si bien su gobierno apoya el uso de medios pacíficos para restaurar la democracia en Venezuela, Chile nunca dará apoyo a golpes de estado o a intervenciones militares en ese país. Quienes escuchaban en la región comprendieron por qué Bachelet incluyó el tema de los golpes: su propio padre, Alberto Bachelet, fue un oficial de la fuerza aérea que sirvió bajo el gobierno de Salvador Allende, que fue derrocado en un golpe con respaldo de Estados Unidos en 1973. El brigadier-general Bachelet murió en prisión en 1974.
Esa historia es un recordatorio de que la administración Trump está lejos de ser la primera en tener relaciones difíciles con América latina y sería injusto sostener que anteriores presidentes estadounidenses han dedicado largas horas a políticas ambiciosas y hermosas para la región.
Aun así, los niveles actuales de mutua indiferencia asombran a los que conocen el paño de larga data. Trump alardea orgulloso de que manejará la política exterior como una serie de negocios inmobiliarios, negociando de a uno con otros países para obtener concesiones y traer empleos de regreso a EE.UU. Resulta que el staff de seguridad nacional de Pence, reclutado del Pentágono y otros entes estatales, es bien visto por los diplomáticos extranjeros. Pero el enfoque que tienen que vender es miope. Este presidente, se lamentan los funcionarios extranjeros, parece no saber ni importarle que toda la región se siente ansiosa e infeliz por el desprecio de Trump hacia México, sus amenazas de destrozar el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) con México y Canadá y su cancelación de la participación de EE.UU. en la Asociación Trans-Pacífica, un pacto comercial ambicioso que incluye algunos países de América latina.
En Cartagena, Colombia, parado junto al presidente pro-estadounidense, Juan Manuel Santos, Pence tuvo el gusto de anunciar un acuerdo que permitiría el ingreso de paltas colombianas al mercado de EE.UU. y un mayor acceso de arroz de ese país al mercado colombiano.
En la Argentina, flanqueado por el presidente Mauricio Macri, reformista económico y aliado de Estados Unidos, Pence cantó loas a la calidad del cerdo estadounidense e informó que hay negociaciones para vender más a la Argentina.
Mientras tanto, funcionarios chinos son una presencia constante en las capitales latinoamericanas, firmando nuevos acuerdos comerciales, ofreciendo fuertes inversiones y buscando construir nuevas redes de influencia en toda la región del Pacífico.
Pence habló de algunos temas importantes. En cada país que visitó, aseguró que Trump no se quedaría viendo cómo Venezuela "se desliza a la dictadura" y habló de cómo Estados Unidos y sus aliados en el hemisferio occidental están unidos por la misma preocupación por los derechos humanos y la democracia. Pero los anfitriones latinoamericanos saben que su jefe en Washington ha cubierto de alabanzas a hombres fuertes y autócratas desde Rusia hasta Turquía, Egipto y Filipinas. También saben que las sanciones estadounidenses que realmente afectarían a Venezuela, involucrando el gran comercio petrolero entre los dos países, harían subir el precio del combustible para los conductores en Estados Unidos.
Todo esto significa que la frase favorita de Pence en el extranjero es que "Estados Unidos primero no significa Estados Unidos solo". Esto busca expresar un compromiso de que aunque Trump fue elegido para poner la prosperidad y la seguridad de EE.UU. por encima de toda otra preocupación, su país sigue dispuesto a tener un rol líder en el mundo. Lamentablemente, si la desilusión global con Trump se hace mucho mayor, esa promesa de evitar "Estados Unidos solo" puede comenzar a sonar más como una súplica.
Traducción de Gabriel Zadunaisky
Lexington
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