“Ahora cuotas”, un plan sin garantías electorales
El lanzamiento del nuevo plan Ahora 30 y el relanzamiento y la ampliación de todas sus demás versiones -desde Ahora 3 hasta Ahora 24– para poder comprar a crédito prácticamente de todo funcionarán. Esos programas siempre funcionan. Los argentinos son expertos en “leer ventanas de oportunidad”. La inflación interanual de junio fue del 50,2%. En ese contexto, comprar algo hoy que se terminará de pagar dentro de dos años es leído con un pragmatismo de guerra: “Las últimas cuotas son gratis”.
Del mismo modo funciona el programa Precios Cuidados. Lo demuestran las evidencias. Según los datos de Scentia, las ventas medidas en unidades de bienes de consumo masivo básicos registraron una fuerte caída en el primer semestre de este año comparándolas con el mismo período del año anterior: -7,4%. Sin embargo, crecieron 1,2% en las grandes cadenas de supermercados y cayeron 14% en los autoservicios de barrio. Esa brecha es muy inusual. ¿Qué pasó? Otra vez, pragmatismo de guerra.
Puestos en un entorno de supervivencia, porque así es como se sienten, los consumidores se abrazan hoy a aquella verdad de la calle para momentos extremos como el actual: “No es tiempo para almas bellas”. En los supermercados están los precios “cuidados”, “congelados”, “máximos”, “controlados” o como se los quiera llamar; en los comercios de barrio están los “precios reales”. De acuerdo con los datos del Indec, en 2020 la caída del poder adquisitivo de un hogar promedio de la Argentina medida en pesos fue del 11%. El último dato oficial muestra que las cosas no cambiaron demasiado en el primer trimestre de 2021: -8%. Por enésima vez en la última década, “la plata no alcanza”.
¿Tiene sentido entonces la batería de medidas para incentivar el consumo que el Gobierno está volcando al mercado? Obvio que sí. ¿Lo agradecerán los consumidores? Por supuesto. ¿Lo aprovecharán los comerciantes? Todo lo que puedan. Otra máxima del pragmatismo de guerra: “No hay que dejar plata arriba de la mesa”.
En síntesis: ¿lograrán todos estos nuevos incentivos “mover la aguja” del consumo? Altamente probable. ¿Cuánto? Difícil saberlo luego de tiempos tan duros.
Si en el fondo son las mismas personas, solo que en distintos roles, las que un día compran y otro día votan, ¿la seducción sobre los consumidores finalmente modificará la opinión de los ciudadanos? Eso es otra cosa.
En el mundo contemporáneo, donde el consumo es un elemento central de la identidad, está verificada con innumerables pruebas la relación directa entre capacidad de compra y humor social. Y, del mismo modo, está comprobado que el humor social afecta la decisión electoral. Hay una conexión directa entre los tres eslabones de esa cadena imaginaria. En la Argentina, aún más. La historia lo demuestra.
Sin embargo, la trama de interrelaciones que procuramos desentrañar esta vez es mucho más compleja. No alcanza con revisar el pasado o los patrones de conducta estándar. Eso sería muy válido si pudiéramos poner a prueba las hipótesis con “condiciones normales de humedad y temperatura”. Pero nada de lo que está ocurriendo es normal. Desde hace un año y medio todo es anormal.
Empecemos por ver qué dicen los números sobre esas percepciones. El Índice de Confianza de los Consumidores-UTDT, que mide, por decirlo de un modo simple, la “propensión a meter la mano en el bolsillo” en una escala que va de 0 a 100 puntos, tuvo un valor cercano al piso de la serie histórica durante casi todo lo que va de 2021. Osciló en la zona de los 35 puntos entre abril y junio. Esos valores son similares a los de abril 2019, octubre 2018, febrero 2014, enero 2002 y noviembre 2001. Momentos en los que, por múltiples motivos, los consumidores “se guardaron”.
En la medición de julio tuvo un crecimiento del 9%. Pasó de 35 a 38 puntos. Una mejora relevante en términos mensuales, pero muy tenue todavía al ponerla en perspectiva. Ese es un valor que está por debajo de los 40 puntos de junio 2019, por ejemplo. Muy lejano de “picos de gloria” como los de febrero 2004, enero 2007 o septiembre 2011, cuando “volaba” en la zona de los 60 puntos, máximos históricos de la serie.
Efecto en duda
Este análisis ya marca de por sí dos cosas: 1) Los incentivos no eran necesarios, eran imprescindibles. 2) El piso desde el que se parte es tan bajo que la capacidad de dichos estímulos para modificar el humor social está, por lo menos, en duda.
Vayamos ahora al resto de las dimensiones que podrían influir en la elección. En el mundo y acá “pasó de todo”. Y lo que es peor, todavía no terminó. El 3 de julio The Economist publicó una tapa que de manera muy precisa pudo ilustrar la nueva instancia en la que entrábamos. Título corto y potente: “The long goodbye” (“El largo adiós”). El diseño mostraba al Covid yéndose de a poco, en pasos, en etapas, como si fuera el fade out de una película antes de que aparezca la palabra “Fin”.
Otra vez, si volvemos a mirar el hemisferio norte lo que nos muestra ese “espejo que adelanta” es ambivalente. Por un lado, llegan señales muy claras: ante cualquier atisbo de final, la gente lo que quiere es volver a la “normalidad” a secas y arrojar casi todo lo que le recuerde a la “nueva normalidad” al más recóndito de los rincones. De hecho, “el hito” del final de la pandemia es la autorización para dejar de vivir enmascarados. Y por otro lado, vemos cómo vuelven a subir los casos y regresan las restricciones a pesar de estar en verano por lo que ahora llaman “la pandemia de los no vacunados”.
En ese contexto, la crisis multidimensional –económica, social, política, sanitaria y emocional– continúa siendo el marco de referencia obligado. Por ende, no podemos linealmente extrapolar el pasado o lo estándar, porque este formato de múltiples afectaciones sobre los seres humanos, donde lo que está en juego es lo más preciado que tienen, su vida y su calidad de vida, es inédito.
Si esto no pasó nunca y por ende no se parece a nada, ¿no cabe la posibilidad de que lo que ocurra en el escenario electoral sea también “anormal”? Tal vez suceda lo “normal”. No dejaría de ser una extrañeza en las actuales circunstancias, pero es una posibilidad muy cierta y atendible.
De todos modos, dada la anormalidad que nos habita, quizá valga la pena explorar otras hipótesis.
Todas las preguntas
¿Irá menos gente a votar por miedo o para expresar un descontento que registran todos los relevamientos sociales del momento? ¿O, por el contrario, irán más que nunca a votar para expresar ese sentimiento? ¿Votarán mirando hacia adelante o hacia atrás? ¿Alcanzarán los últimos dos meses o pesarán más los últimos dos años? ¿Qué hará la sociedad con todo el dolor que la atravesó durante esta “eternidad”? ¿Serán Clemente, Mafalda y las fetas de salame candidatos inesperados, como ocurrió en las elecciones legislativas de octubre 2001, cuando el voto nulo + voto en blanco “salió segundo” en la provincia de Buenos Aires, con el 26% de los sufragios? ¿O justamente por aquel aprendizaje que terminó tan mal la sociedad buscará seguridad y protección en la experiencia de los candidatos más fiables? ¿Tendrán los outsiders un protagonismo inusual o se buscará la contención de lo conocido y ya probado? ¿Da lo mismo que en ese momento haya fuerte circulación viral nuevamente, o no da lo mismo y eso puede alterar todo?
Demasiadas preguntas. Cuando llegue “la hora de la verdad”, muchas habrán sido meros devaneos intelectuales. El problema es que en el mes que queda por delante resultará intrincado dilucidar cuáles. Los que guardan las respuestas las tienen tan bien escondidas que quizá ni siquiera ellos puedan encontrarlas hasta el último minuto. Luego todo será historia.
Por ahora, solo podemos trabajar con escenarios múltiples. Y no olvidar que están apoyados sobre una trama volátil y de alta complejidad, donde desconocemos cómo se impactarán entre sí las múltiples variables que afectan a emociones en “estado random”.
Buscar certezas sería hacernos trampas al solitario. Todavía queda mucho por ocurrir.
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