Postergar la respuesta a los problemas solo garantiza que se harán más graves
No enfrentar los problemas y diferirlos en el tiempo solo garantiza agudizarlos, incrementarlos y hacerlos ingobernables. El paso del tiempo solo potencia nuestras decisiones.
Voy a utilizar una reflexión de Hillel, el Sabio, para expresar la idea de esta nota: “Nadie es mejor que otro”. Si la estabilidad depende de una sola persona, significa que no tenemos estabilidad. Si una sola persona decide por todos para protegernos, cuidarnos, es que no estamos ni protegidos, ni cuidados. Si a un animal le pudieran dar a elegir, seguramente no preferiría vivir en un zoológico; no creo que sacrificaría su libertad por algo de comida diaria. “Nadie es mejor que otro”. Nadie tiene el derecho de proclamarse superior a otro, ni siquiera más indispensable que otro.
Recuerdo cuando en mis épocas de estudiante un profesor me pedía llevar un mapa político para analizar. En ese tipo de mapas están claramente delimitadas las fronteras, y uno puede contar los países existentes (surgieron 50 nuevos países desde mi época de estudiante, a principios de los 80). Estudiábamos los principales recursos de cada país, cuál era su principal fuente de comercio, su flora y fauna, la calidad de su democracia, su tipo de población, su idioma, su religión principal, el nivel educativo de su población, etcétera.
Mis hijos viven en un mundo distinto. Si a ese mapa le agrego la conectividad, y si sumo vuelos, conexiones, electricidad, redes, fibra óptica, nube, drones, satélites... no se distinguen ya las fronteras. Hoy el mundo es uno solo. Así lo demostró el Covid-19 y así lo demuestra la justa e inevitable lucha global contra la contaminación ambiental. Por eso, creo que hoy la política representativa está en conflicto con la sociedad a la que pretende representar. Los políticos ven solo fronteras; las nuevas generaciones ven la libertad que les dan las nuevas conexiones.
En un mundo cada vez más horizontal, más descentralizado, más conectado, es difícil entender cómo algunos quieren controlar y regular todos los movimientos, más allá de las voluntades individuales.
La conectividad hace que la información vaya más rápido que nuestra capacidad de absorberla.
El mercado financiero marca ese camino con las finanzas descentralizadas (las DeFi), ese mundo distinto a través del Blokchain que pretende descentralizar toda la información, para que no haya una sola contraparte central que tenga la potestad de administrarlo todo.
Hace ya casi 100 años, Friedrich Hayek decía: “La idea de una centralización completa en la dirección de la actividad económica sigue horrorizando a la mayoría de la gente, no solo por la estupenda dificultad de la tarea, sino aun más por el horror que inspira la idea de que todo se dirija desde un solo centro”.
El principio de que el fin justifica los medios es, a mi gusto, muy conflictivo, porque puede representar la negación de toda moral. Bajo ese principio en nombre del bien colectivo, una minoría puede imponer sus decisiones avasallando las libertades individuales.
En un mundo súper conectado, donde la descentralización ya es una forma de vida, ¿vamos a insistir cerrándonos para vivir con lo nuestro? Por cierto, no nos queda mucho.
Propuesta: ¿Y si usamos el sentido común y, en lugar de relatar y diferir, enfrentamos nuestros problemas de falta de incentivos a la producción? Aprendimos a crecer con el refrán que dice que lo último que se pierde es la esperanza. Nos gusta aferrarnos a un dogma, a un fundamento, y a esperar que alguien o algo nos salve. En fin, a depositar en otro nuestra fe de estar mejor o nuestras culpas, si no mejoramos. Alguien que nos cuide, que nos diga que hacer. Bajo el principio de buscar el bien colectivo, estamos perdiendo el sentido común de la acción humana.
El sentido común muestra que es muy caro ser pobre en Argentina. El que tiene dinero puede viajar y comprarse ropa o tecnología en otro país a mitad de precio. El que no tiene dinero para viajar tiene que comprarse la ropa, celulares o una computadora a un precio mayor, eso sí, controlado por un regulador que, aunque dice que interviene para cuidar al consumidor, termina haciendo que se pague más por los productos.
Está el burócrata tipo uno, que proclama que los ricos deberían pagar cada vez más impuestos. Se llegó a plantear, por ejemplo, gravámenes al campo que representan un 70% de sus beneficios. No voy a entrar en el debate si es injusto o no, pero pongamos un poco de sentido común. ¿Vale la pena esforzarse y arriesgarse a emprender algo, dando trabajo, para ganar solo un 30% de todo lo que uno genera?
A ver si entendemos, la propuesta es: “Usted arriesgue, si le sale mal, el 100% de la pérdida es suya, y si gana, el 70% es nuestro”. Vale aclarar que no te dan muchos servicios a cambio de ese tributo.
No entremos ni en cuestiones ideológicas ni en cifras, solo usemos el sentido común: ¿Qué haríamos en ese caso?: Muchos, irse del país, es lo que hacen deportistas, científicos, profesionales, empresarios. La mayoría pierde el incentivo a crear, a arriesgar, a crecer, porque a nadie le gusta trabajar para quedarse solo con un 30% del fruto de su riesgo y su esfuerzo.
Una exagerada presión impositiva, termina provocando la famosa fuga de capitales y, lo que es peor, la fuga de talentos, de la que tanta experiencia tenemos acá.
También hay burócratas tipo dos, que afirman que cortando o limitando las libertades de los productores lograrían bajar los precios de la mercaderías. Los altos impuestos y la falta de seguridad jurídica en las reglas del juego, al menos mientras dura el juego, terminan provocando una caída de la oferta, desalentando la producción, y el que tiene capacidad de maniobra en este mundo conectado e integrado, decide producir en otro lado. Sin incentivar al que produce o arriesga y solo incentivando al consumo, lo único que vamos a generar es desabastecimiento de energía, de carne, de infraestructura adecuada, de medicamentos.
Nunca falta el burócrata tipo tres, que proclama que el empleo público es el mejor remedio contra la falta de generación de empleo genuino. Entonces, emplean a los que pueden; si son afines, parientes o militantes de la propia ideología, mejor.
No hablamos de maestros, médicos o policías. Si los desempleados vienen del comercio, de la banca o de la industria textil, ¿dónde se insertarían? ¿con qué sueldos y de qué manera? Hoy hay unos 4 millones de empleados públicos; el Estado, municipal, provincial o nacional se convirtió en el mayor empleador de la Argentina.
Más empleo público es más déficit fiscal que nadie está dispuesto a financiar; entonces, se cubre con más emisión monetaria, o sea, más licuación del valor de nuestra moneda. Esto provoca un agujero estructural, porque es un gasto anual que se mantiene en el tiempo. ¿Quién lo paga? Sin contribuyentes es difícil generar un Estado “patrón y presente”
Si bien ese empleo genera más consumo, también ese consumo demanda productos. Y esos productos, para ser elaborados, necesitan inversión. Para que haya inversión tiene que haber cuentas ordenadas. Y si te tocan burócratas tipo uno, que te comen a impuestos, o tipo dos, que te endeudan o generan inflación: ¿quién va a invertir?
Por último, nunca falta el burócrata tipo cuatro, que sostiene que la culpa siempre es del que nos prestó plata. Solo un dato para desafiar nuestro sentido común: el FMI tiene otorgados cerca de US$130.000 millones. La Argentina es el principal deudor, con US$45.000 millones; lo siguen (en miles de millones) Egipto (17), Ucrania (11), Pakistán (7), Grecia (6) y Sudáfrica (4). Luego, una decena de países como Ecuador, Líbano, Jordania y Nigeria que, entre todos, deben US$45.000 millones. Lea de nuevo la lista, ¿vamos a argumentar un trato diferente por nuestra pobreza? Lea de nuevo la lista, ¿en serio creemos que el FMI no está acostumbrado a lidiar con países de baja institucionalidad política?
Cierre de esta nota: amigos, nuestro hermoso país, tiene un enorme desafío cultural, el de enfrentar a tiempo sus problemas estructurales de falta de incentivos a la actividad productiva privada. Ya no alcanza con vivir con lo nuestro. Demorar la puesta en marcha de las medidas adecuadas solo agudizará nuestros crónicos problemas de pobreza e indigencia. Nuestros hijos merecen ese esfuerzo.
Cierre alternativo de esta nota: al releerla me note bajo de ánimo y de expectativas. La buena noticia para usted es que estuve muchos años con un optimismo equivocado, que no resultó justificado por la realidad. No sea cosa que ahora que me puse más negativo, eso sea porque tocamos fondo y, entonces, viene un cambio y todo empezará a mejorar. Elija usted el cierre de esta nota.
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