Por qué la recuperación económica llega despacito
No es raro que la reactivación se demore más y vaya más "despacito" respecto de lo originalmente esperado. Si uno evalúa las cifras del gasto primario a nivel nacional de 2016, surge que no solamente no bajó, sino que subió levemente en relación al PBI. Alguno dirá que se pagaron deudas del gobierno anterior y que, si se restan esos montos, bajó. Es cierto, pero dicha reducción fue por la quita de los subsidios a las tarifas de servicios públicos. Es decir, aun ese ajuste del Estado nacional lo hizo el sector privado, que fue el que vio mermado su poder de compra. Por eso, no extraña que trabajadores y empresarios hayan sentido que el ajuste fue de "shock" y no gradual, ya que tuvieron que enfrentar los costos propios por el reordenamiento de la economía más el que no asumió el sector público.
No es raro que la recuperación sea lenta. Imaginemos que, desde mediados de 2015, el sector productivo estuvo cayendo en un pozo muy profundo y tocó fondo en el tercer trimestre de 2016. A partir de allí, le exigimos todo el esfuerzo posible para ir trepando, con uñas y dientes, pero con un enorme e inútil monstruo estatal en su mochila. Es más, si no resolvemos este problema, el resultado será que, cuando logre salir del agujero, con suerte logrará caminar, pero le será imposible correr. Es decir, nos deberemos acostumbrar a un crecimiento económico mediocre de poco más de 3% anual, cuando la Argentina podría llegar hasta a duplicar este porcentaje, ya que está lejos de su capacidad potencial de producción.
Los presupuestos de la Nación, las provincias y los municipios muestran que en 2017, nuevamente, el recorte se hace sobre los subsidios a los servicios públicos y, en casi todos se advierte una mayor carga fiscal. El mito dice que, si no aumentaba el gasto público, se abortaba la reactivación, lo cual es falso. Es no entender que la plata que gasta el Estado no crece en los árboles. De una u otra forma sale del bolsillo del sector productivo.
Además, el sector público absorbe buena parte del crédito interno y, luego, todos se quejan de que las tasas de interés locales son altas, y el financiamiento para el sector privado, escaso. Además tiene que colocar deuda en el exterior que resta crédito internacional para los productores locales y, al venderse las divisas en el mercado interno, abarata el tipo de cambio. Por supuesto, rápidamente le echan la culpa de estos últimos resultados al Banco Central, que poco puede hacer si quiere cumplir con sus metas de inflación.
También ocurre que cuando el Estado se endeuda y mucho, el riesgo país es más alto y el financiamiento disponible para la Argentina es menor, lo cual implica que el sector productivo pierde más capacidad de endeudamiento que el que tomó el sector público. Es decir, es más baja la demanda interna en el corto plazo, pero también el crecimiento en el largo plazo, a causa de la menor inversión productiva.
Se argumenta que había que asumir el costo del plan de reparación histórica para los jubilados y eso es cierto. No se podía seguir haciéndolos esperar lo que es justo que reciban. Sin embargo, eso debió haber implicado extender en el tiempo el megaplan de obras de infraestructura que previamente se había lanzado. No es excusa la realidad de que recibieron una infraestructura destruida.
Expliquémoslo así: supongamos que alguien hereda una casa de una tía lejana que murió hace 10 años y nadie la mantuvo. Pensando en ir a vivir allí, llama a un arquitecto y pregunta cuánto sale repararla. El profesional mira las goteras en el techo, los caños de las paredes que pierden, los baños y pisos estropeados, la pintura añeja, y presupuesta US$ 80.000. Antes de decirle que empiece, la persona evaluará cuál es su capacidad de ahorro y, luego, pedirá que arregle las goteras. Después, dependiendo de los recursos, se irán resolviendo en el tiempo los demás problemas de la casa. De la misma forma debe administrarse el Estado, porque su billetera (que es la nuestra) no es ilimitada.
Por décadas hemos dejado que nuestros gobiernos construyeran un Estado para servir a la política y que se sirve de los argentinos. Estamos entre los 12 países del mundo que más exprimen con impuestos a sus empresas, y cualquier trabajador que pague impuesto a los ingresos trabaja para el Estado alrededor de la mitad del mes. No nos debería extrañar que les cueste llegar a fin de mes. Por ello, es hora de que asumamos nuestro compromiso cívico y le exijamos a los políticos un Estado más chico y eficiente, que podamos pagar y que realmente sirva a los ciudadanos.
El autor es economista de la Fundación Libertad y Progreso