Por qué la Argentina es un país con sesgo antiexportador
Por lo general, se coincide en que hacer crecer las ventas al exterior es positivo para la economía; sin embargo, hay cupos y trabas y una presión tributaria que limitan la posibilidad de concretar transacciones
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1. Exportar. Cuando se habla de fomentar las exportaciones, todas las administraciones que pasan por la Casa Rosada coinciden públicamente en que es positivo para la economía local por muchas razones. La primera es que exportar es una de las “cuatro ruedas” que traccionan la demanda agregada, o sea, el crecimiento económico. En segundo lugar, porque permite aumentar la oferta de divisas extranjeras que tienen alta demanda por los habitantes ya sea para importar bienes intermedios y finales, o para resguardarse de la depreciación del peso. En tercer lugar, porque las firmas exportadoras generan empleos de calidad y tienden a ofrecer mejores sueldos. En cuarto lugar, porque se diversifica y se amplían los mercados donde se colocan los productos, ganando escala y diversificando los acuerdos de la Argentina. Pero... del dicho al hecho hay un largo trecho.
2. Sesgo antiexportador. Así se le llama al conjunto de prácticas que van en contra de aumentar el nivel de exportaciones y en el cual la Argentina consigue destacarse permanentemente. Quizá el más visible tiene que ver con la existencia de un cepo cambiario, que deriva en convivir con múltiples tipos de cambio. Esto lleva a que si un exportador vende sus productos en el exterior y recibe por ellos, por ejemplo, US$1000 y se lo obliga a liquidarlo internamente en el mercado de cambios y pasarlo a pesos, se hará de $ 100.000. Si su intención es volver a dolarizarse –para conseguir insumos, pagar remesas o ahorrar– deberá hacerse de divisas de manera formal yendo a un dólar financiero de $165 y ya no de $100, lo que transformará sus primeros US$1000 en US$606.
3. Sin apertura. Nuestro país pertenece a un bloque comercial que se caracteriza desde hace años por ser considerablemente cerrado. En los años 90, el objetivo principal del Mercosur fue crear una alianza, que le permitiera al país mejorar la posición de las empresas locales, para salir a comercializar con el mundo de manera conjunta. Esto permitió imponer aranceles que implicaban un importante grado de apertura hacia terceros países y proveían suficiente resguardo contra la competencia internacional. A la vez, al interior del Mercosur la eliminación de aranceles, la armonización normativa y la facilitación burocrática convertirían al mercado regional en una plataforma competitiva. Pero el bloque se estancó al tiempo que el mundo siguió creciendo y abriendo mercados. Los socios de la Alianza del Pacífico firmaron acuerdos comerciales con unas 80 economías que representan cerca del 90% del PBI Mundial. La Argentina selló pactos con 47 países que suman apenas el 18% del PBI global.
4. Impuestos. No solo debe medirse la presión tributaria, que aumentó 20 puntos medidos sobre el PBI en los últimos 18 años, sino por la composición del conjunto de impuestos. En primer lugar, vender en el exterior productos con alta carga impositiva implica colocar bienes y servicios más caros y, por tanto, menos atractivos. Un problema de la Argentina es que, por necesidades fiscales, hay impuestos que atentan contra la producción, como Ingresos Brutos y los tributos a la exportación. Solo ocho países obtienen más de 1% de sus recursos de retenciones y el nuestro es el quinto que más recauda de ese origen.
5. Trabas y cupos. Con fines cortoplacistas, nuestro país tendió a imponer trabas y cupos a las exportaciones para volcar más productos en el mercado interno, o para intentar desacoplar precios internacionales de los locales. Eso desincentiva los negocios de largo plazo, que se rigen bajo lógicas globales.
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