¿Por qué hace falta un plan económico?
Si hay consistencia entre objetivos e instrumentos, la respuesta a la pregunta del título es sí; como en cualquier organización seria.Es cierto lo que dijo el presidente que la mayoría de los planes económicos han fracasado, pero esto ha sido por la falta de consistencia entre instrumentos y objetivos; en algunos casos la misma ha estado presente desde el génesis de esos planes y en otros se ha manifestado con el correr del tiempo, haciéndolos insostenibles.
La principal inconsistencia que ha tenido Argentina es la no observación de la relación básica entre gasto público e instrumentos para financiarlo, y es lo más importante a solucionar para que la tranquilidad de la economía buscada tenga una probabilidad considerable de éxito.
No es caprichosa esta observación, evidencia sobra. Por ejemplo, en un libro de próxima aparición editado por los distinguidos profesores Hansen (Nobel), Kehoe y Nicolini: "A Monetary and Fiscal History of Latin America, 1960-2017" (donde contribuí con el capítulo de Chile), se estudia la historia reciente de once países latinoamericanos. Una de las principales conclusiones generales es que la falta de disciplina fiscal es la causa fundamental detrás de las crisis que han golpeado a la región desde los años setenta y que la estabilización fiscal está relacionada con crecimiento económico y no con disminuciones en el nivel de actividad.
El ministro de Economía reconoció la necesidad de converger a la solvencia fiscal (y por ende, a la sostenibilidad de la deuda) y sabe de la necesidad de que la política monetaria no sea demasiado expansiva. Pero pasaron cosas, y graves. La pandemia obligó a un gobierno sin acceso al crédito a financiar las políticas fiscales demandadas por la coyuntura, que probablemente llevarán el déficit fiscal a dos dígitos este año, emitiendo moneda a un nivel demasiado grande. La base monetaria creció alrededor de 80% en doce meses y la oferta monetaria (M2) se duplicó en el mismo período. Es injusto cuestionar la política fiscal expansiva, y la consecuente emisión, en una situación de catástrofe mundial y en especial en la precariedad macroeconómica en la que sorprendió a Argentina; pero es un error subestimar sus consecuencias una vez que se normalicen los vasos comunicantes de la economía.
Para absorber la emisión de estos meses, el Banco Central jugará un rol fundamental. La realidad es que no somos Estados Unidos o Europa, que pueden hacer frente a la pandemia expandiendo considerablemente sus hojas de balance mediante emisión, ya que su moneda es demandada globalmente. Por el contrario, el Banco Central no tiene demasiado poder de fuego. La tensión entre nivel de tasas, depósitos, instrumentos de absorción de dinero (principalmente Leliq) y demanda de dólares que empezó en el gobierno anterior sigue presente, aunque opacada a simple vista por la situación de pandemia.
Básicamente, se requieren tasas de interés lo suficientemente altas como para que los bancos demanden las Leliq con las que el BCRA absorbe dinero, y el financiamiento de los bancos para comprarlas viene básicamente de los depósitos del público. Y las tasas de interés altas, por estas razones, obviamente no son amigas de un incremento en el nivel de actividad de la economía. El ratio de pasivos remunerados (Leliq y pases pasivos) sobre Base Monetaria supera el 100% y es más alto que en la última administración del Banco Central en el gobierno anterior (las Lebac habían alcanzado niveles de alrededor de 130% anteriormente). Quizás en un país estable esta magnitud no sería alarmante (por ejemplo, en Chile era cercano a 500% en 2005), pero en la Argentina crea un déficit cuasifiscal considerable a estas tasas que es preocupante dentro de su marco de inestabilidad monetaria, y claramente limita la capacidad de absorción de dinero por parte del Banco Central.
Esta calesita monetaria es uno de los factores más importantes que hizo transitar a la Argentina por un equilibrio inestable durante el gobierno anterior y terminó, como sabemos, en la implementación de restricciones cuantitativas a la demanda de dólares. El gobierno actual quiso desarmarla antes de la pandemia, pero la baja de tasas encontró el límite en la desaceleración en el crecimiento de los depósitos a plazo fijo y la consecuente presión sobre el dólar.
Básicamente, por ahora, la política monetaria viene siendo emisión para financiar al fisco, con alguna absorción por parte del Banco Central y del propio fisco, mediante emisión de deuda a corto plazo en pesos y restricciones a la demanda de dólares. Una vez pasada la pandemia, las tensiones entre tasas de interés, dólar e inflación probablemente adquieran nuevo ímpetu. El mercado financiero se encuentra con más pesos que los deseados y esto, junto a las restricciones a invertir en dólares, se refleja en el surgimiento de una brecha cambiaria insostenible que crea cuellos de botella en la economía. Estas tensiones son la antesala de una aceleración de la inflación.
Estos cuellos de botella (entre otros escollos) son inconvenientes para el comercio con otros países y la inversión, que son las variables que deberían proveer los dólares, cuya necesidad reconoce el Gobierno. Un plan consistente debería enfrentarlos seriamente de una manera integral.
Una idea interesante en el contexto actual argentino, aunque no óptima, que iría en esta dirección y que ha estado dando vueltas entre algunos economistas, es desdoblar el mercado cambiario en un tipo de cambio comercial, que sea influenciado (o manejado) por el Banco Central, y otro libre, que se rija por las transacciones financieras, de inversión y turismo.
Hasta ahora, según parece, el plan macroeconómico sería que la economía se tranquilice para empezar a levantar las restricciones y transitar a una economía que funcione de manera más normal. La pregunta es: ¿por qué ha de tranquilizarse? Ya que se habló de los fracasos de los planes, es muy probable que transitar un sendero con medidas parciales sin tener en claro cuáles serían los efectos esté destinado al fracaso. En los últimos días se han escuchado ejemplos de estas medidas, como incentivar los sectores que no demanden importaciones (usando palabras de Prebisch escritas en la primera mitad del siglo pasado) y desconociendo que las importaciones también son fundamentales para producir bienes exportables. Otro ejemplo es el de mantener el tipo de cambio real alto, desconociendo que a esta variable no se la maneja sin cambios estructurales en esa dirección. Manejarla solo con el tipo de cambio nominal tiene efectos efímeros en el tiempo. El "cóctel" argentino incluye recesión, falta de confianza, emisión de pesos no deseados, inflación y déficit fiscal; demasiado para ser enfrentado con medidas parciales.
Sí, se necesita un plan y que no confunda lo que es un deseo con lo que es probable en el comportamiento de las variables de la economía. Si no, quizás sea mejor no tenerlo y confiar en que las cosas se acomoden a nuestros deseos; aunque al último fracaso no hay que ir a buscarlo lejos en el pasado.
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