Por qué es mejor idea la convertibilidad con el real que con el dólar
Para dar el debate sobre un tema hoy candente es importante entender, en primer lugar, cuál es la función de la moneda; por varias razones, la historia demuestra que para la Argentina es conveniente vincularse con la unidad de cuenta de la economía de sus vecinos
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La propuesta de instaurar una convertibilidad con el real, como un primer paso hacia una moneda común del sur, recibió mucha atención, más apoyo y unas cuantas críticas. Estas últimas se dividen en las instrumentales (referidas a las dificultades de aplicar la idea) y las de fondo; casi todas están concentradas en si no resulta mejor dolarizar.
Para empezar el debate, es importante entender las funciones de la moneda, pero también que el tipo de cambio es uno de los precios claves de la economía y tiene una función, cuyo sacrificio tiene un costo. Un costo que es mayor cuanto mayor es la distancia entre nuestra economía y aquella a la que nos atamos al elegir su sistema monetario.
En efecto, la moneda debe servir como una unidad de cuenta (por ejemplo, los precios de las propiedades se ponen en dólares, aunque en algunos casos puedan aceptarse pesos, al valor del tipo de cambio del mercado), pero también necesitamos que exista un consenso sobre su utilidad transaccional porque, de otro modo, volvemos a la economía del trueque. El dinero permite triangular intercambios, resolviendo el problema de la doble coincidencia de necesidades que presenta tanto el trueque como la competencia de distintas monedas.
Por ejemplo, si ofrezco conferencias de economía y quiero almorzar, necesito encontrar a alguien que tenga alimentos para ofrecer, pero que justo necesite esa charla, del mismo modo que si tengo un departamento para alquilar y quiero dólares a cambio, necesito algún potencial inquilino que esté dispuesto a pagar en esa moneda, puesto que, de otro modo, no se hará la transacción.
Obviamente, tanto el dólar como el real sirven como una unidad de cuenta bastante estable y, de hecho, para esta función ni siquiera necesitamos tener cantidad de esa moneda. Por ejemplo, la Unidad de Valor Adquisitivo (UVA) es una unidad de cuenta que funciona bien para el crédito, a pesar de que no existe físicamente. También satisface la función transaccional.
En segundo lugar, la moneda debe permitir la conservación del valor, para que los intercambios puedan triangularse a través del tiempo. Por ejemplo, si fabrico pan, pero quiero alquilar una carpa en Mar del Plata para pasar la segunda quincena de enero, necesito que el valor del pan que entrego en agosto se conserve hasta el verano, salvo que justo encuentre al dueño de un balneario que tenga ganas de comprar pan y me ofrezca la carpa a modo de trueque.
A los fines de cumplir con la función de reserva de valor, el dólar (a pesar de no conservar su valor en el mediano y en el largo plazo respecto de una canasta de bienes) tiene ventajas respecto del real, por su mayor familiaridad y preferencia, aunque la demanda de monedas de los países limítrofes en las provincias de frontera demuestra que, en realidad, la prioridad de la gente no es comprar dólares, sino escaparse de la moneda local, para lo cual se puede ir a pesos bolivianos en Jujuy, a guaraníes en Misiones, a reales en Corrientes, a pesos chilenos en Mendoza y San Juan, o a uruguayos en Entre Ríos.
¿Para qué están los precios en el sistema económico?
La función de los precios es señalizar la escasez, para que los que producen el bien en falta fabriquen más, y para que los que lo consumen en demasía, ahorren. El tipo de cambio es el precio de las divisas
Si faltan dólares, su precio tiene que subir, para incentivar a los exportadores y a que también se concentren más factores en la producción de los bienes que normalmente importamos.
Esa falta de divisas puede producirse porque la economía se estanca en términos de productividad respecto de los vecinos, o por culpa de alguna tormenta externa, como la caída en el precio internacional de la soja, una mala cosecha local, o una cuestión geopolítica que hace disparar la energía o encarece los costos de los fletes que transportan las mercaderías que comerciamos con el mundo.
Cuando un país renuncia a su moneda, pierde el mecanismo del precio clave para equilibrar su sector externo. Sin ese precio, el ajuste produce una tremenda recesión en la economía, como ocurrió en la Argentina luego de 2001, y como también pasó en Grecia y en Portugal luego de la crisis de 2008. Por esas razones, Robert Mundell, el cerebro económico que construyó la teoría de las áreas monetarias óptimas en la que se basó el euro, recomienda que los países compartan la moneda con aquellos a los que suelen pasarles las mismas cosas. Por ejemplo, entre los exportadores energéticos, o entre los que se especializan en el agro y los alimentos. Venezuela, por caso, concentra el 80% de sus exportaciones en el petróleo que va a los Estados Unidos, por lo que su área monetaria óptima es naturalmente el dólar; lo mismo ocurre con El Salvador, un país de seis millones de habitantes cuya principal fuente de divisas está en las remesas que todos los meses recibe de los dos millones de compatriotas que trabajan y viven en el país del norte.
Pero, ¿qué moneda le conviene más a Turquía, por ejemplo, que concentra más de 50% de sus exportaciones en Europa y solo vende el 5% a Estados Unidos? Con la misma lógica, ¿cual le conviene a la Argentina, cuyo principal socio comercial es Brasil que, además, es el país con el ciclo económico más parecido al nuestro, que por lo general crece cuando lo hacemos nosotros y también comparte nuestras recesiones?
Aprender de la historia
El calendario indica que la convertibilidad, o el famoso 1 a 1 cayó el 6 de enero de 2002, pero el tiro de gracia fue exactamente tres años antes. En enero de 1999 el dólar pasó de 1,20 reales a 2 reales y la Argentina nunca pudo recuperarse de esa pérdida artificial de competitividad. El riesgo país aumentó 50%, generando una fuerte salida de capitales, que hundió a la Argentina en una recesión, porque bajo un régimen de convertibilidad o dolarización, la salida de capitales opera como una política monetaria contractiva, que restringe el crédito y frena la actividad. La perspectiva de quedar desfasados con Brasil por un largo plazo profundizó la mudanza de las empresas, agravando la crisis.
Al mismo tiempo, cuando la Argentina recibía fuertes ingresos de capitales, el 1 a 1 impedía que esa abundancia se reflejara en una moneda más fuerte, y le quitaba flexibilidad al sistema para absorber una eventual salida de fondos.
Sumado a la recomendación de la teoría económica, la historia nos enseña que es conveniente hacer una convertibilidad con Brasil, para blindarnos de los cambios en la economía que habitualmente más nos influye y que, a diferencia de lo vigente en los 90, sería bueno darle al sistema un poco más de flexibilidad para que cuando nos vaya bien nuestra moneda pueda fortalecerse y generar los anticuerpos para enfrentar, con mayor capacidad de respuesta, a la próxima crisis.
El autor es economista; diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires (Evolución Radical-Juntos por el Cambio)
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