Por qué aguantan la crisis: impresiones de nueve votantes de Milei detrás de una cámara Gesell
LA NACION presenció un focus group que incluía dos arrepentidos y varios que miran el futuro con optimismo, pero sin euforia; se quejan del boleto de colectivo, valoran que aflojó la inflación y ven los modos del Presidente como un activo que le dio, por ejemplo, una ventaja electoral sobre Espert
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Sobrevivir. Aguantar. Desafío. Áspero. Está difícil. Esperanza. Cuando se les pide que definan la situación actual en una palabra o concepto, los votantes de Milei tratan de ser positivos, pero tampoco se engañan a sí mismos. Están sentados en derredor de una mesa e interactúan con el coordinador, que los ha convocado a los efectos de saber qué les pasa y cómo están viendo el país mientras, detrás de la cámara Gesell, son evaluados por dos analistas políticos y LA NACION. El típico focus group, útil para intentar entender qué pasa por la cabeza de ese segmento que, hasta ahora, según las encuestas, y pese a la crisis, ha decidido darle al Gobierno una oportunidad.
Son nueve, la mayoría de clase media o media baja, casi todos jóvenes y con ganas de progresar en el sector privado. Hay, por ejemplo, una empleada doméstica de 39 años que estudia Literatura en la universidad. Votaron a Milei al menos en el balotaje, y varios de ellos también en la primera vuelta. Dos, a Patricia Bullrich. Fueron elegidos según el perfil personal de cada uno por dos politólogos, Shila Vilker y Raúl Timerman.
Aclaración importante: la muestra representa apenas una parte de una investigación más amplia que se hizo hace dos semanas, momento a partir del cual, agrega ahora Vilker, hubo cambios en la percepción de todo el universo de votantes. Uno de ellos, significativo: quienes valoran positivamente la gestión del Gobierno en todo el país, que habían oscilado entre 50 y 52% en los primeros 10 meses del mandato, cayeron la semana pasada a 48%, y ésta, a 44%. Una novedad que habrá que ver si se consolida durante las próximas mediciones.
Vale la pena, de todos modos, detenerse cualitativamente en la foto del focus group, a cuyos integrantes los unía ya la dificultad económica, tema excluyente de la charla, además de un evidente rechazo a la Argentina que pasó. “El populismo me asusta”, llega incluso a decir uno de ellos, que relata el ejemplo de un amigo de Venezuela. Es diseñador gráfico, tiene 36 años y vive en el barrio porteño de San Nicolás.
No les sobra la plata. Están bastante cansados de la dirigencia política y el futuro los perturba, pero ninguno se atreve a ser categórico al respecto. Tampoco tienen proyecciones fundadas: más bien intuyen -y sobre todo, anhelan- que el experimento Milei podría terminar mejor que los anteriores. “Estamos viendo algo nuevo, algo que nadie hizo. En ese sentido, hay una esperanza”, describe J., de 23 años, vecina de Quilmes. Punto. Si la hubo, la euforia del triunfo en las elecciones pasó y ahora, lo saben, y principalmente en la Argentina, la moneda o la taba personal pueden caer de cualquier lado. Hasta obligarlos estar peor unos años. ¿Cuántos? Nadie se anima a especificarlo. Acaba de pasarle a un integrante del grupo, de 32 años, también de Quilmes: lleva dos meses de desocupado, tiene dos hijos y sobrevive gracias a que su mujer trabaja. Cuando le consultaron por escrito, antes de convocarlo, qué imagen tenía del Gobierno, escribió “mala”. Categoría “arrepentido”, podría decirse. Igual que una pelirroja de la misma edad y de Castelar, emprendedora, que en la primera vuelta había votado a Patricia Bullrich.
De todos modos, las críticas de los dos únicos decepcionados de la mesa tampoco son desmedidas. El desocupado hasta apunta que la yerba y el azúcar hace cinco meses que no suben de precio. “Y habían subido mucho”, agrega. Es evidente que el tema precios representa un activo para el Gobierno. Cuando se los consulta al respecto, varios hacen un gesto con la mano, como trazando una línea horizontal e imaginaria de estabilidad.
Esa única coincidencia espontánea permite al menos entender el temor del Gobierno a la salida del cepo. ¿Cuántos retrocesos en la carrera contra la inflación, incluso si se los prometieran transitorios, soportaría este universo de aguantadores? Es la pregunta que se debe estar haciendo Milei. “Bueno, él había dicho que esto iba a ser difícil”, acota una mujer de suéter negro. Cuando se les pregunta por el tiempo que estarían dispuestos a esperar, tampoco hay consenso. Algunos confunden ganas con pronóstico. El desocupado, por ejemplo, cree que no van a alcanzar los cuatro años de mandato. “Depende del sueldo que tengas”, agrega el diseñador. “Ocho años como mínimo”, concluye la colorada.
Casi no tienen formación económica. Cuando hablan de subas de precios parecen más kirchneristas que libertarios: culpan a los comerciantes. El moderador les pregunta si escucharon hablar del superávit fiscal. “Yo”, se apura la empleada doméstica y, acto seguido, aclara que no entiende qué es. En realidad ninguno lo sabe. “No tengo idea”, refuerza otra. Notable: los votantes del Gobierno ignoran en qué consiste lo que hasta ahora ha sido el principal logro.
De lo que sí están seguros es del foco y la obsesión de Milei. “¡Económico!”, contestan al unísono ante la consulta del coordinador. Ahí está también la urgencia de todos. “Me quiero independizar, todavía vivo con mis padres”, dice una estudiante de Derecho de 23 años. “Lo más urgente son los sueldos”, agrega Sandra, empleada administrativa, de 58. ¿Y la educación?, se les insiste, y vuelven a estar de acuerdo: “No es una prioridad”. Una de las votantes de Patricia Bullrich, la arrepentida, opina que de todos modos nada en ese ámbito está peor que antes. “Yo a la facu la veo igual”. Pero una de suéter bordeaux recuerda que los profesores siguen por debajo de la inflación. Y un tal Ezequiel, con estudios universitarios completos, se queja de que la Argentina le está dando educación gratis a toda la región.
Hay un dato que conocen todos y también llama la atención: a cuánto está el dólar. Saben, casi exacta, la cotización del día. Otro gran desafío presidencial: que el argentino deje de estar pendiente del tipo de cambio. De todos modos, cuando el moderador les pregunta qué harían si les diera 100.000 pesos, a casi nadie se le ocurre ir al billete. Creen que no va a subir. ¿Y un plazo fijo?, quiere saber ahora el anfitrión. “Noooooooo”, contestan todos. “No rinde”, es la explicación. “Lo invertiría en algo productivo”, propone el desocupado. Pero la colorada duda. “Si es para largo plazo, el dólar es lo más seguro”, razona. Igual que los empresarios: el día que eso cambie tal vez venga la inversión.
Lo que los pone más quejosos son las tarifas. En particular, el aumento en el boleto de colectivo. Es algo que afecta a todos pero que, además, consideran promesa incumplida de campaña: “Milei dijo que lo iba a subir cuando se estabilizara todo”. Los intentos de los legisladores por subirse el sueldo son otro punto de exasperación. “Es indignante”, resume la de suéter negro. Ezequiel, el de San Nicolás, intenta entender por qué lo hicieron. “Estaban acostumbrados a estas cosas y ahora vino alguien distinto”, piensa en voz alta. No hay dudas de que esa reacción negativa, que es conjunta, le agrega tolerancia al presente. “A los otros gobiernos se les tuvo más paciencia”, explica la pelirroja.
A la mayoría no le molestan, en cambio, los modos ni los enojos de Milei. Son a fin de cuentas los que lo votaron. “Es un personaje que hace”, dice el desocupado. La pelirroja cree incluso que son justamente esas características las que lo hicieron ganar. “Mirá lo que le pasó a Espert”, agrega.
¿Confían en el periodismo? Es la última pregunta. La mayoría, no. Se informan por WhatsApp y por redes. Y tampoco leen diarios de manera tradicional: solo las noticias que les llegan a sus teléfonos. Lo que se conoce como “consumo incidental”. De los nueve presentes, cinco ven televisión, pero no necesariamente noticias, política o economía. El desocupado cuenta que dejó de hacerlo durante la pandemia, cuando se saturó de malas noticias. La empleada doméstica agrega que ella sí pone el noticiero todos los días, pero de fondo. “Voy y vengo; lo escucho”, dice. Hay una que ve Netflix mientras almuerza. Para entender a Milei, lo mejor es prestarles atención a sus votantes.