Por las luchas políticas, la economía egipcia va de mal en peor
NUEVA YORK.-Para poner fin a la profunda polarización de Egipto y al creciente derramamiento de sangre, hay que adoptar una primera medida urgente: restablecer a Mohamed Morsi como presidente debidamente elegido de Egipto. Su derrocamiento por un golpe militar fue injustificado. Si bien es cierto que millones de manifestantes se opusieron al gobierno de Morsi, ni siquiera las protestas en masa en las calles constituyen una razón válida para dar un golpe militar en nombre del "pueblo", cuando los resultados de las elecciones han ido en otra dirección.
No cabe duda de que la sociedad egipcia está profundamente dividida a lo largo de líneas sectarias, ideológicas, clasistas y regionales. Sin embargo, el país ha acudido a las urnas varias veces desde el derrocamiento de Mubarak, tras 30 años de gobierno, en febrero de 2011. Los resultados han demostrado un fuerte apoyó popular a los partidos y las posiciones islamistas, aunque también revelan claramente los cismas del país.
A finales de 2011 y principios de 2012, Egipto celebró elecciones legislativas. El partido Libertad y Justicia de Morsi, creado por los Hermanos Musulmanes, consiguió una mayoría relativa y los dos más importantes bloques islamistas juntos recibieron las dos terceras partes de los votos. En junio de 2012, Morsi derrotó a su rival Ahmed Shafik, último primer ministro de Mubarak, por un margen de 52 a 48% para obtener la presidencia. En un referéndum nacional celebrado en diciembre de 2012, una mayoría del 64% de los que acudieron a votar aprobó el proyecto de constitución respaldado por los Hermanos Musulmanes (si bien la participación fue escasa).
El argumento laico de que la sed de poder de Morsi puso en peligro la democracia naciente de Egipto no resiste un examen detenido. Los enemigos –laicos, militares y de la época de Mubarak– de los Hermanos Musulmanes han recurrido a todos los recursos de que disponen, democráticos o no, para bloquear el ejercicio democrático del poder por los partidos islamistas. Concuerda con una tónica de la historia egipcia que se remonta a varios decenios, en la que los Hermanos Musulmanes –y las fuerzas políticas islamistas en general– fueron proscritos, y sus miembros, encarcelados, torturados y exiliados.
Las afirmaciones de que Morsi no gobernó democráticamente se deben a sus repetidos intentos de liberar al Parlamento elegido por votación popular y a la presidencia, de las trampas antidemocráticas preparadas por el ejército. Después de la abrumadora victoria de los partidos islamistas en las elecciones legislativas de 2011 y 2012, la dirección militar y el Tribunal Supremo (con una mayoría de jueces de la época de Mubarak) se esforzaron por desbaratar el nuevo Parlamento e impedirle que creara una asamblea para que redactara una nueva constitución.
La acción decisiva se produjo en junio de 2012, cuando el Tribunal Supremo, compuesto enteramente de vestigios de la época de Mubarak, anuló los resultados de las elecciones legislativas con argumentos espurios. El ejército estaba decidido a ejercer de nuevo plenos poderes legislativos. Así, pues, la posterior victoria de Morsi en las elecciones presidenciales fue el inicio de una batalla épica sobre el futuro del Parlamento y la Constitución, mientras Morsi intentaba proteger el Parlamento democráticamente elegido y el ejército se esforzaba por disolverlo. Al final, Morsi insistió en que el Parlamento democráticamente elegido creara una asamblea constituyente, que produjo el proyecto aprobado en el referéndum de diciembre de 2012.
Como suele ocurrir en las revoluciones políticas, la situación económica de Egipto ha ido de mal en peor durante esas luchas de poder. Las revoluciones suelen enfrentar a los gobiernos con demandas sociales en aumento (de aumentos de salarios y un mayor gasto social, por ejemplo) en un momento de huida de capitales, confusión financiera y profundas desorganizaciones de la producción. En el caso de Egipto, el decisivo sector turístico se contrajo profundamente después de la revolución. El desempleo aumentó enormemente, la divisa se depreció y los precios de los alimentos aumentaron peligrosamente.
Nada de eso es de extrañar y poco es lo que puede gestionar un nuevo gobierno que carece de experiencia, confianza de los mercados y control pleno de las palancas del poder. Históricamente, las partes exteriores desempeñaron un papel decisivo. ¿Seguirán los gobiernos extranjeros y el Fondo Monetario Internacional aportando una financiación decisiva al nuevo gobierno o lo dejarán debatirse con el agua al cuello, y hundirse en un maremoto de depreciación de la divisa e inflación?
El apático Occidente, dividido entre su retórica democrática y su antipatía a los islamistas, mostró sus verdaderas intenciones. El resultado se vio en evasivas y retrasos, en lugar de compromiso y asistencia. El FMI ha hablado con el gobierno de Egipto durante los dos años y medio transcurridos desde el derrocamiento de Mubarak sin siquiera prestar un solo céntimo, con lo que ha sentenciado la suerte de la economía egipcia y ha contribuido al malestar público y al reciente golpe.
De las crónicas periodísticas se desprende que Occidente dio por fin luz verde al ejército egipcio para que derrocara a Morsi, detuviera a la dirección de los Hermanos Musulmanes y reprimiera a las bases islamistas. La renuencia del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a salir en defensa de los dirigentes democráticamente elegidos de Egipto o incluso de denominar "golpe" su derrocamiento (con lo que ha protegido la corriente continua de fondos de los EE.UU. al ejército egipcio) muestra que, cuando la cosa pasó a mayores, Occidente se puso de parte de los antiislamistas para subvertir la democracia. Naturalmente, Occidente lo hizo –al modo orwelliano clásico– en nombre de la democracia.
El golpe y la complacencia de Occidente con él (ya que no su complicidad) podría devastar a Egipto. Los islamistas no son ni un grupo político marginal ni una fuerza terrorista. Representan a una gran parte de la población de Egipto, tal vez la mitad o más, y, desde luego, son la fuerza política mejor organizada del país. El intento de reprimir a los Hermanos Musulmanes y denegar a Morsi la presidencia para la que fue elegido provocará con la mayor probabilidad una violencia en masa y la estrangulación de la democracia, por mucho que Occidente y los antiislamistas egipcios intenten justificar sus acciones.
En este momento, la vía de acción correcta para Occidente sería la de pedir al ejército que restablezca a Morsi en su cargo, ofrecer una pronta financiación para contribuir a estabilizar la economía egipcia y apoyar un verdadero pluralismo; no el que recurre a los golpes militares cuando las elecciones dan resultados inconvenientes.
El verdadero pluralismo consiste en aceptar el poder de las fuerzas políticas islamistas en el nuevo Egipto y en otros países de esa región. De no hacerlo así, lo más probable es que Occidente acabe siendo cómplice de la continua espiral descendente de Egipto hacia la violencia y el desplome económico.
© Project Sindicate 2013
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