Por convicción o necesidad, los cambios llegarán
El Gobierno llega a su último año con una economía que está pidiendo a gritos un cambio. Poco queda de aquellos años en que se crecía al 9%, que contrastan con la recesión de 2014 y con un presente en el que se vislumbran pocas chances de crecer y en el que no se crean nuevos puestos de trabajo.
Las reservas, que en su momento no paraban de crecer, hace varios años que se han vuelto un bien escaso, y el Banco Central las viene defendiendo a capa y espada. A pesar de los dólares que presta China, se recurre a cuanto artilugio existe para diferir pagos al exterior, incluso de aquellas importaciones que fueron autorizadas por el Ministerio de Economía.
A estos problemas sumémosle que la inflación, aunque está más controlada que a principios de 2014, sigue en niveles altos. Que además hay un atraso cambiario que aumenta día tras día y que le resta competitividad a la economía, que las exportaciones vienen cayendo año tras año, que la brecha entre el tipo de cambio oficial y el blue ronda el 50% y que el déficit fiscal bien medido excede el 5% del producto bruto interno.
Si bien el panorama económico luce complicado, hay estabilidad en los mercados financieros. Un ejemplo es la caída en la brecha cambiaria respecto de los niveles en los que se encontraba el año pasado; el dólar blue está controlado. En otros casos, los indicadores financieros dan muestras de euforia, como lo refleja la impresionante suba de los precios de los bonos que se encuentran en valores récord, a pesar de que muchos de ellos están en default.
En otras palabras, observamos una coyuntura extraña en la cual, por un lado, vienen empeorando los indicadores económicos y, por el otro, mejoran los financieros. ¿Estamos ante una paradoja o hay racionalidad en esta locura?
Es sabido que los mercados financieros se anticipan y, en este caso, el supuesto es que con el nuevo gobierno habrá un cambio, lo que le da fundamento a la bonanza financiera. Los mercados esperan que al próximo presidente, sea quien sea, le va a convenir hacer modificaciones en la política económica para volver a crecer, ya que con cepo, brecha cambiaria, con un feroz control de las importaciones y sin crédito externo, la economía seguirá estancada.
Una de las paradojas es que el Gobierno actual es uno de los mayores beneficiarios de que se espere una mejora en la economía. La expectativa de un futuro con más crecimiento y mayor estabilidad financiera mejora el presente.
Por ejemplo, una de las razones por las que el dólar blue no se escapa y muestra estabilidad es que se anticipa que el mercado cambiario se unificará durante el primer año del próximo gobierno. Si no hay sorpresas, un tipo de cambio único a principios de 2016 no debería ser muy diferente del nivel en el que está el blue hoy.
Dentro de ese futuro, sin duda que existen diferencias en la forma en que cada candidato encarará los cambios en la transición: cada uno tendrá diferentes prioridades, y buscará resolver los problemas heredados con mayor o menor celeridad. Pero tengo pocas dudas de que la Argentina volverá a un sendero de crecimiento que perdió en el 2011, que se eliminará el cepo y que habrá un solo tipo de cambio.
Aun así, el camino hacia el crecimiento va a estar jaqueado por importantes desafíos, especialmente los que implican desactivar algunos de los desequilibrios macroeconómicos, muchos de los cuales se agravan día tras día.
Desarmar la maraña de controles y recomponer los precios que hoy están desfasados no será fácil e implicará riesgos y costos, pero si hace bien los deberes el próximo gobierno va a contar al menos con una ventaja: podrá tener acceso al crédito externo a tasas de interés razonables. Este financiamiento adicional que el país no recibe desde hace muchos años actuaría como un estímulo para impulsar la inversión, el nivel de actividad y la generación de empleo.
Otro de los desafíos que enfrentará el próximo gobierno va a ser bajar la inflación, que este año seguramente será menor a la de 2014. Pero esta reducción no será genuina ya que se estaría logrando a costa de posponer aumentos en los precios de las tarifas del transporte y de los servicios públicos, de mantener un ritmo de devaluación menor al necesario (lo que agrava el atraso cambiario) y de convencer a empresas de que produzcan algunos productos sacrificando rentabilidad, que en algún momento querrán recomponer. Si bien estas medidas ayudan a la foto de hoy, no hay duda que generan temores sobre la de mañana.
Pero la lista de desafíos es más amplia e incluye, entre otros, definir el mecanismo y la velocidad con que se va a unificar el tipo de cambio, la estrategia para desarmar el cepo y los controles a las importaciones, y la forma en que se adecuarán las tarifas de luz, gas y transporte público manteniendo la equidad social.
No hay duda de que estamos en la antesala de un cambio en la política económica, que ocurrirá por necesidad o por convicción. Los mercados financieros ya lo están anticipando y apuestan a un nuevo período de crecimiento. Las condiciones para el nuevo ciclo están dadas. Sin embargo, al comienzo del camino habrá que enfrentar importantes obstáculos. Esperemos que el nuevo gobierno tenga la visión y la decisión para superarlos.
El autor es economista y director de Econviews
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