Polo. La historia del hombre que motiva a Adolfo Cambiaso a seguir siendo el mejor
Como todas las mañanas, Adolfo Cambiaso se levantó temprano y se dirigió a sus caballerizas en La Dolfina , Cañuelas. Allí lo esperaba Juan Carlos "Paidu" Menchón, su preparador físico, para charlar, tomar mate y empezar con la rutina física.
Solo resta Palermo , el torneo más importante de polo y ambos lo quieren ganar: Cambiaso en la cancha y él, fuera de ella. El sobrenombre Paidu se lo pusieron sus hijos y luego ese apodo se trasladó a la gente que frecuentaba.
Con 66 años, su historia con deportistas de la alta competencia de "El gallego", como lo conocen sus antiguos amigos en Tandil , viene de larga data. Recibido de profesor de Educación Física en La Plata , regresó a sus pagos, donde comenzó como docente en escuelas y director de deportes de la Universidad del Centro. Al tiempo se inició como preparador físico de las divisiones inferiores de fútbol en el club Independiente.
Una tarde de verano, allá por el año 1980, Menchón salía de un entrenamiento de fútbol y lo detuvo Raúl Pérez Roldán. "Me preguntó si podía hacer la pretemporada de los tenistas en Mar del Plata, pero le dije que yo de tenis sabía poco y nada", cuenta a LA NACION.
Su vínculo con el tenis duraría casi dos décadas. Primero fue preparador físico de Guillermo y Mariana Pérez Roldán y de Franco Davín. Después llegó la camada de Mariano Zabaleta y de Juan Mónaco . "El negro (por Zabaleta) es como mi hijo mayor, estuve con él desde los 10 años hasta su retiro. También en un principio entrené a Mónaco, pero después le tiré la posta a mi hijo Ignacio, que lo acompañó hasta el final de su carrera", recuerda.
En 1997 un llamado inesperado de Carlos Pachamé le cambiaría la vida profesional para siempre. Lo invitaba a acompañarlo a Japón por un año para entrenar. Era una oportunidad única que debía decidir en menos de 24 horas. "Me llamaron a las siete de la tarde y debía contestar a la mañana siguiente", dice. Habló con su mujer Silvia y sus cuatro hijos: Rodrigo, Ignacio, Alejo y Juan Pedro, quienes le dieron el visto bueno. Con licencia en el club y en la universidad, partió solo.
"Japón fue una experiencia extraordinaria porque estaba en los albores con el fútbol. En el club Avispa Fukuoka trabajábamos muy bien con un intérprete", recuerda. El año pasó volando y cuando se dio cuenta ya estaba de regreso. Una nueva propuesta de dos años más lo llevaría a regresar a Japón, esta vuelta con su familia.
"Me ofrecieron volver y ése fue el quiebre. Tomé una determinación y renuncié a todos mis trabajos en la Argentina", dice y agrega: "Las oportunidades se dan una sola vez en la vida y yo tenía una corazonada. Me la jugué y me salió bien".
Fue de un crecimiento impensado para el profesor, sin embargo la vuelta fue dura: no lo esperaba ningún trabajo estable, solo Zabaleta. "Profe me alegro que esté de vuelta, quiero que venga de nuevo conmigo", le dijo. Luego llegaron Horna y Gaudio , entre otros, y los viajes por el mundo se acrecentaron. Por eso a fines del 2010, Paidu, cansado de viajar, pensó que era un buen momento para su retiro.
Momento de hacer rodar la bocha
En el año 2011, cuando se aprontaba a sacar la bandera blanca de rendición, su hijo Alejo, que llevaba unos años como preparador físico del polista uruguayo Pelón Stirling, le pidió que le de una mano un mes en la temporada chica de polo con el jugador.
En tanto Adolfo Cambiaso, compañero de equipo del uruguayo, estaba sin entrenador. Con un cuerpo cargado de lesiones pasándole facturas continuamente y con el Abierto de Palermo pisándole los talones, le pidió a Paidu que lo prepare "solo por 20 días".
Harto de siempre ser él quien debía tirar del carro para lograr que sus deportistas entrenen con continuidad, se encontró en la disyuntiva de hacerlo. Cambiaso le expuso su situación. "Te voy a explicar tenísticamente para que entiendas por qué debo entrenar físicamente. Yo en el polo me siento Federer, pero atrás mío se vienen los Nadal y los Djokovic", le dijo convencido el Nº1 del polo.
Ese relato alcanzó para que esas tres únicas semanas se convirtieran en nueve años. Volvieron los viajes al exterior pero esta vez de otra manera: Silvia, su mujer, se sumó a la comitiva.
Previo a los torneos, la rutina comienza con una charla donde hablan de las sensaciones físicas del jugador, para luego continuar con una hora y media de entrenamiento. "Hay una planificación, pero esto es el día a día. Como vivo y viajo con él vamos manejando sus dolencias", explica.
Según Menchón, la confianza mutua es fundamental: "El deportista debe tener feeling con su preparador. El vivir en el mismo espacio con Adolfito generó intimidad y complicidad entre nosotros, es una relación de trabajo y confidencia".
El secreto del éxito de Paidu es lograr tener al jugador siempre motivado. "Un entrenador debe ser líder. Al principio copiaba de los que más sabían. Observaba sus expresiones, su postura, las pausas, cuando meter el bocadillo justo o levantar el tono de voz en el momento preciso", cuenta. "El tiempo y la experiencia me ayudó a adquirir buenos resultados. Con 44 años, la motivación de Cambiaso es ganar siempre y a lo que sea", agrega.
Un gran equipo colabora para poner a punto al jugador: el doctor Walter Mira y los kinesiólogos Manuel Pablo y Federico Aval. Además, María Vázquez , mujer del polista, lo ayuda con una dieta nutricional novedosa a base de proteínas.
El apellido Menchón tiene su sello marcado a fuego en el deporte nacional que llegó para quedarse: tres de sus cuatro hijos continúan su legado como preparadores físicos en la alta competencia.
A veces reflotan sus ganas de volver a Tandil, disfrutar de sus nietos y tomar café con amigos. La idea de colgar los botines recorre sus pensamientos, pero las palabras de Cambiaso se repiten una y otra vez: "Paidu, sigamos juntos hasta el final y vamos a retirarnos juntos".
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